Por un diálogo posible

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El propósito de este Encuentro Euro Magrebí es ganar nuevos espacios a favor de la convivencia y la paz, en una época especialmente difícil para las relaciones entre los grupos humanos. Los trágicos acontecimientos del 11 de septiembre pueden generar un clima de mayor desconfianza e incomprensión, cuyos efectos estamos viendo. Más que nunca es preciso tender lazos de comprensión y tolerancia que abarquen a todos, y empezar a hacerlo cuanto antes entre quienes pertenecemos a una misma historia y vivimos en tierras mediterráneas.
     El proceso iniciado en Barcelona en 1996 tiene como objetivo constituir la Asociación Euro Mediterránea en el 2010. Vivimos un decenio con abundantes retos y preñado de posibilidades que es preciso explorar en común. Por eso he propuesto generar una conversación en este Encuentro, que continuará en todos los otros que seamos capaces de impulsar. Difundir las culturas de las que formamos parte y buscar sus confluencias sería el argumento, aún no nacido, que pueda unirnos en el futuro.
     Con esta intención, queremos convocar a personalidades del mundo de la cultura y de la sociedad civil para que presten su apoyo a estos encuentros, que periódicamente se celebrarían en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Con quienes estén dispuestos a compartir esta iniciativa queremos crear ya el Círculo Mediterráneo. –
     — Carmen Romero
      
     Primer día
     Luis Antonio de Villena. Hay que establecer una distinción entre el pasado histórico y la realidad cultural. La Reconquista triunfó, eso es indiscutible. Y a partir del siglo XVI, el alejamiento de Occidente respecto al mundo islámico no ha hecho sino aumentar. Por eso hoy se le llama Oriente —al estilo de los orientalistas británicos— a tierras que en realidad son Occidente. Ha habido una gran fractura. ¿En qué se notaría esa fractura? Sin ir tan lejos, cuando un turista español llega a Fez y se interna por las calles de la Medina, lo que siente no es una extrañeza positiva de encontrase frente una cultura nueva, sino un gran miedo.
      
     Farida Benlyazid. Si hablamos de modernidad, debemos comenzar por el reconocimiento de otras culturas. No hay un pueblo, una cultura o una religión dominante, por encima del resto. Lo que hay son diferentes formas culturales en las que se puede desarrollar el ser humano, con la sabiduría de la tierra y del cielo. En ese terreno no hay superioridades.
      
     Manuel Vázquez Montalbán. Existe un imaginario español basado en una voluntad de falsa conciencia sobre el Magreb; un intento, programado desde la Reconquista, de transmitir a la memoria del vencido los vínculos con los invasores. La expatriación de los moriscos españoles hacia el norte de África generó una "conciencia de conquistador", hegemónica, que modificó el tejido cultural de Marruecos y obligó a los vencidos a pagar un precio: la pérdida de su memoria. La ocupación del norte de África y el desarrollo del africanismo militar —parte de nuestra peor historia— dio lugar a una casta dirigente protagonista de la Guerra Civil, y provocó una zanja irremediable entre Marruecos y España. Tras el estallido de la Guerra Civil Española, Franco reclutó infinidad de soldados marroquíes en su ejército. Como herencia de aquello, al término de la guerra, el dictador, que había conservado un protectorado en Marruecos, se hizo acompañar de una guardia mora. Todo ello generó en España una conciencia de hegemonía etnocentrista.
     El desarrollo de un postimperialismo residual español a costa de los marroquíes, la creación de una casta militar capaz incluso de ganar una guerra dentro del territorio, y la memoria histórica que de este lance queda en la población civil española contribuyen a que el último grado de esta relación, es decir la inmigración económica, ensanche la diferenciación. La idea que en España se tiene respecto al sur se concreta en la frase "bajarse al moro", que subraya la sensación de que se ha de bajar un peldaño para ir al encuentro de una etnia diferenciada. La historia ha dado lugar a este imaginario, este prejuicio histórico que se revela en la medida en que se produce un aumento de la inmigración integrada por los perdedores sociales, históricos…
     De Villena. Inmigrantes que son, a su vez, doblemente perdedores. Ellos, los que vienen día a día en patera, no sólo son los perdedores de nuestra historia, sino además los perdedores de su propia historia. Generan un doble rechazo: el rechazo atávico que es herencia de la guardia mora, y al tiempo el rechazo al pobre que no conoce el peso de su propia cultura.
      
     Tahar Ben Jelloun. Constatada esta situación inquietante, problemática, la de los prejuicios y el etnocentrismo, pienso que, si queremos dialogar unos con otros, no deberíamos empezar por culparnos mutuamente. La lectura del pasado es útil en tanto nos recuerda su importancia, pero sólo con una visión hacia el futuro podremos emprender una nueva aventura.
     Quiero referirme, primero, a esos candidatos a la emigración clandestina a quienes a menudo les espera la muerte o una humillación terrible. Lo que resulta fascinante en el proyecto, en la idea o suerte de locura de esos jóvenes que están al tanto de lo que ocurre, que miran las imágenes horribles que nos revela la televisión española —los cuerpos hinchados de quienes se ahogaron, los rechazados, los humillados— no es sino el anhelo. Saben lo que les espera y, sin embargo, anhelan una oportunidad al otro lado del Mediterráneo. Los españoles a menudo se irritan por lo que consideran una "invasión" de su territorio, pero desconocen lo trágica que puede ser la historia de estos hombres y mujeres. ¿Cómo es posible que en pocos años hayamos tenido diecinueve mil jóvenes que están dispuestos a morir por lo que anhelan?.
     La responsabilidad es profunda y compartida por ambas partes. Por un Marruecos incapaz de retener ni ofrecer un futuro a sus ciudadanos. Por una España incapaz de estrechar los lazos de unión en favor del encuentro, con una actitud distinta a la del egoísmo.
     Así pues, el imaginario que se desarrolló en mi conciencia, cuando era más joven y vivía en Tánger, era la de una vinculación determinante: la de una relación que nos hermanaba a tal punto que siempre vimos a los franceses como colonizadores, pero a los españoles como gente tan pobre como nosotros: personas que vivían entonces en un Tánger multicultural. Después, el tiempo cambió las cosas y España se volvió europea. Desde el momento en que España se libró de Franco y accedió a la belleza de la democracia y al desarrollo económico, se olvidó de sus antiguos amigos, con los que iba cuando era pobre, y volvió su cara hacia el norte, en vez de al sur. Tanto así que, hoy, venir a España es tan caro como ir al resto de Europa: son viajes que han quedado reservados sólo para la burguesía marroquí y saudí. Por eso pienso que este círculo que hoy nos reúne no sólo debe mantenerse, sino propagarse para que, a través de la educación y la enseñanza, se comprenda en España este universo mental.
      
     De Villena. Tahar hace referencia a un Tánger internacional, una ciudad en la que convivían culturas y lenguas diversas que ya no existe más. Probablemente eso es lo que hay que recuperar: aquella realidad que es hoy sólo un imaginario del pasado, donde convivían el moro, el judío y el cristiano. Finalmente, uno de los grandes problemas del Islam es que no ha hecho la revolución laica, que sí en cambio se hizo en España, aunque a trampas, con la Revolución Francesa…
      
     Ben Jelloun. Creo que esta cuestión del laicismo podremos solventarla poco a poco, desde los países europeos donde está implantado el Islam. En Francia, un país laico, el Islam constituye la segunda religión. Estoy convencido de que es posible, a partir de estructuras democráticas como las francesas, trabajar por un Islam respetuoso con lo jurídico, separado de la política. Si los musulmanes que están en España, en Francia, en Bélgica, hacen un trabajo de conversión laica, respetando las convicciones y las creencias de todos, se facilitará entonces el trabajo en el mundo árabe musulmán.
      
     Jorge Semprún. El lema de esta reunión es "Para empezar a hablar". Llevamos mil años hablando. Pero lo nuevo de este encuentro es que el diálogo actual se tiene que restablecer entre países independientes del norte de África, desheredados de la idea del partido único que dejó la colonia. Por otro lado, habría que preguntarse lo que Europa ofrece, porque los dos modelos que se han gestado para integrar a los inmigrantes han fracasado. Ni el modelo francés, con espíritu jacobino, que intentó integrar la cultura ajena a través de los hábitos de la escuela, el servicio militar y la convivencia en general, ni el modelo anglosajón, abierto a la convivencia plural, han podido detener los constante brotes xenófobos y racistas. Por eso me parece necesaria la construcción de un nuevo modelo de integración: de un sólido código democrático, de respeto al patriotismo constitucional y a la cultura ajena.
      
     Mohamed Charfi. No hace más de tres siglos que existe la idea de nación, y sin embargo ya ha provocado demasiado dolor para soportarlo. Todas las guerras, los cientos de millones de muertos en el siglo XX, han caído en nombre de la nación y del nacionalismo. Y por eso, como académico, más que la idea de nación, lo que enseño a mis estudiantes son los conceptos de verdad, justicia y belleza. Ellos aceptan la idea de que el futuro de la humanidad pasa por que todos seamos ciudadanos del mundo, lo que supone la abolición de los prejuicios.
     Yo quiero aquí defender el Islam, pero también ejercer la autocrítica. En el nombre del cristianismo que ustedes conocen, ¿no ha habido una Inquisición, unas Cruzadas y, después de varios siglos, un Concilio Vaticano que motivó una apertura hacia el otro, a un diálogo de religiones, a una teoría de la libertad y del laicismo? Pues bien, el Islam debe efectuar esta misma evolución en el espacio de pocas décadas, no siglos, y ello comporta accidentes, desgarros, sufrimientos. Lo que pedimos de Europa es que entienda esta situación compleja antes de enjuiciarla, sin matices.
     El mundo musulmán está evolucionando a grandes pasos. Hace un siglo eran muy pocas las mujeres musulmanas que iban a la escuela; hoy, casi en la totalidad de los países que profesan el Islam, la mayoría de ellas va a la escuela. Hoy día, en Túnez, la mujer goza de casi tantos derechos como el hombre. En cualquier caso, hablamos de un progreso considerable. Lo mismo podría decir de cuestiones educativas, sociales, demográficas.
     Por otro lado, desde hace siglo y medio hay una pléyade de pensadores magrebíes ilustrados —marroquíes, tunecinos, argelinos— que han hecho una lectura del Islam relacionada con valores modernos, democráticos y libres. Esto supone la enseñanza de un Islam renovado. En suma, la educación contribuye a la formación del espíritu ilustrado, democrático y liberal, y es a partir de ella como se está produciendo una evolución de la que todo el mundo musulmán es parte.
      
     De Villena. Creo que existe una clara oposición entre el cambio al que aspira una minoría ilustrada —éclairé, para utilizar palabras del propio Charfi— y el sentir popular. Los primeros han estado en contacto —probablemente en francés, en inglés o incluso en español— con los principios de lo que podríamos llamar lumières, e intentan aplicarlos a sus propias sociedades. La mayoría, sin embargo, entiende todo este proceso como algo ajeno, extranjero, y reacciona frente a ello buscando las raíces más profundas, no "contaminadas", del Islam, lo cual puede distorsionarse hasta el punto de que lleguen a emerger figuras como Jomeini.
      
     Charfi. La elite ilustrada a la que hace referencia el señor Villena escribe en lengua árabe, no en francés. Esas ideas se enseñan a los niños en árabe. Lo que se pretende es fundar la democracia sobre valores musulmanes, y demostrar que la Declaración Universal de los Derechos Humanos contiene principios que cualquier musulmán puede digerir completamente. El gran error del mundo árabe es seguir enseñando arcaísmos sin modernizar la escuela, porque la única llave que tenemos del futuro es la modernización de la enseñanza. Por eso los musulmanes debemos hacer evolucionar nuestras legislaciones, nuestros sistemas políticos, nuestra realidad social.
     José María Ridao. Desde la caída del Muro de Berlín, nos hemos encontrado con sucesivos intentos, hoy acelerados por los acontecimientos del 11 de septiembre, por diferenciar la civilización árabe de la civilización occidental, con coordenadas que pueden ser muy peligrosas. Ante ello, me pregunto: ¿qué civilización occidental es ésta que nos coloca, a los que deberíamos ser hijos de ella, en una posición en la que debemos identificarnos primero con un hooligan antes que con un pediatra palestino; con un etarra que pone bombas, y no con el magrebí que se lanza siete veces desde un barco para rescatar a sus compatriotas que han sido arrojados al agua, sabiendo que va a ser detenido y deportado? Yo, sinceramente, no sé que noción de civilización es ésta que me obliga a estar más cerca del terrorista español que quiere destruir el futuro, que del emigrante magrebí que se quiere construir un futuro.
      
     Benlyazid. Lo que tienen en común las dos culturas es la fe. Es desde la espiritualidad desde donde yo, musulmana y practicante, interpreto el Islam. A mí me interesa el Islam vivo, que se puede comprender de diferentes maneras a lo largo del tiempo. Por eso he hecho la película Una puerta hacia el cielo, en la que interpreto la tolerancia que el Islam enseña. Estoy harta de ver que se habla siempre del Islam como de una religión extremista. El Islam no es una religión cerrada: es una fe que cada uno vive como la siente.
      
     Vázquez Montalbán. Lo que a mí me parece peligroso es ese intento de delimitar al enemigo del Occidente hegemónico como el islamismo. Es eso lo que dota de una urgencia especial al debate que estamos iniciando. En este sentido, la interpretación del pasado desempeña un papel importante, pues es en él donde se encuentran todas las coartadas de la conducta actual. Es indispensable buscar en el pasado la raíz de los enfrentamientos, los desencuentros, los desconocimientos.
     Es difícil, sin embargo, desmontar los tópicos de conocimiento que han enfrentado tradicionalmente a los dos mundos, tópicos que se han construido históricamente, algunos de manera intencionada, para justificar una lucha por la hegemonía. Esa cantidad de niños que viajan desde el Magreb, a la expectativa de un mundo diferente, de un mundo mejor, frustrados por las condiciones sociales y políticas de sus realidades, terminarán por revelarse como un factor de fuerza que el norte hegemónico y dominante deberá considerar. En tanto reconozcamos que ese nuevo factor se necesita como fuerza de trabajo, se acabarán las discusiones metafísicas sobre las razas superiores o inferiores: todos terminaremos siendo necesarios para nuestro posible esquema de vida en común.
      
     Semprún. El problema es hurgar en ese bloque de pensamiento compartido que pueda ser la base de una integración. Sin embargo, al día de hoy, no creo que se haya generado una guerra de civilizaciones. Y si hubiera un conato de eso, uno de los objetivos de la democracia sería no caer en la trampa de esa guerra de civilizaciones, y hacer una diferenciación todo lo enérgica que sea posible entre árabes, musulmanes, terroristas e integristas. Diferenciarlos implica apoyar a quienes escriben libros como el de Charfi sobre el Islam y la libertad, en el que se explica de manera histórica el desfase del Islam respecto de la sociedad mercantil, demócrata y capitalista. No obstante, ese desfase se puede vencer y superar. Esto obliga a repensar y cuestionar las bases del pensamiento único occidental sobre el Islam. Por eso es relevante apoyar todas las fuerzas que en foros como este emergen, y que están en todos los países del norte de África, cada una con sus propias especificidades nacionales. Ahí es donde vamos a encontrar el modelo democrático.
      
     De Villena. El gran reto es la creación y desarrollo de un Islam laico —que existe, de manera muy minoritaria, desde el siglo XIX— que despejaría el equívoco de quienes comprenden mal la civilización islámica. Ello llevaría —como ya ha apuntado Semprún—, a desmantelar el pensamiento único y la corrección política. Si no lo hacemos, nos dejaremos llevar por un gran poder que dirige lo que no puede dirigir porque no lo conoce.
      
     Ridao. Considero muy difícil hablar de un Islam laico. De lo que podemos hablar hoy es de sociedades laicas, pero no de religiones laicas. Por otro lado, en respuesta a lo que queremos tener en común entre el Magreb y Europa, todo lo que hasta ahora está fracturado, debo señalar que la política debe ocupar su plaza. Y para ello vale la pena desmontar algunos de los prejuicios que siguen obstruyendo su función. Uno de ellos es la noción misma de cultura. De actualidad, de excelencia, la cultura ha pasado a ser algo que se justifica por el pasado. Una concepción ilustrada de la cultura ha sido sustituida por una romántica, desde la cual hay muy poca posibilidad de entendimiento.
     El otro factor que entorpece el diálogo es la manera en que se aborda el tema de la inmigración. Resulta paradójico que haya movimientos humanitarios que trazan las mismas coordenadas de respuesta a la problemática de la inmigración que ofrecen los partidos de derecha, es decir, la búsqueda de una solución para que los inmigrantes no vengan. Los primeros, desde el desarrollo de políticas humanitarias en los países de origen —con objetivos muy respetables—, y los segundos, desde la represión policial y la deportación. Se olvida que lo que debemos buscar y garantizar, sin desestabilizar ni allí ni aquí, es la libertad de movimiento.

Charfi. Una religión nunca puede ser laica. Pero sí puede tener una actitud de conciliación con respecto al laicismo. Lo que yo pretendo es que el Islam sea capaz de evolucionar hacia postulados como los que adoptó la Iglesia Católica tras el Concilio Vaticano segundo, los cuales abrieron la vía para que se reconciliase con unos derechos humanos que, durante todo el siglo XIX y comienzos del XX, combatió por considerarlos una puerta a la herejía. Lo esencial para nosotros no es defender el laicismo, sino convencer a nuestros pueblos —que son creyentes, que son musulmanes— de que su religión puede convivir con los derechos del hombre y la democracia, siendo esta última, por su legitimación popular, el único espacio para un diálogo veraz. Todo ejercicio autoritario será siempre contrario al espíritu del Islam, y varios preceptos coránicos, actualizados por nuestros intelectuales, lo especifican con toda claridad.
      
     Ben Jelloun. El Islam es una religión como todas las otras, con virtudes y defectos, pero han sido los Estados los responsables de deformarla y de impedir la democracia. El Islam es lo que es, no se puede modificar, pero en cambio nosotros sí podemos cambiar a las personas que nos gobiernan. Son ellos quienes, desde sus tronos, manipulan los símbolos y se alinean del lado del oscurantismo y del terror. No se debe confundir el Islam y la degradación retrógrada y autoritaria de la vida política de la mayoría de los países musulmanes. Ése, amigos míos, es el verdadero problema.
     Segundo día
     Malika Embarek López. Quiero concentrarme en las tres preguntas que se han planteado: la conciencia histórica de lo que somos, la definición de lo que queremos ser y la manera de lograrlo. Para saber qué queremos ser hay que saber quiénes somos. De pequeña yo quería ser sólo marroquí o española, cristiana o musulmana; quería pertenecer a un sólo lugar, porque a los niños les cuesta mucho sentirse distintos de sus compañeros. Con el tiempo aprendí a sentirme orgullosa de mi sangre mestiza, árabe y española.
     Pero lo que más quiero ser es una traductora que traicionó a los suyos por amor al otro: quiero ser la Malinche, la amante de Hernán Cortés, que traiciona a los suyos pero funda la modernidad en México, de acuerdo con Octavio Paz. Yo quiero ser ciudadana de ese espacio mítico, pero también real, de ese mar azul y luminoso en donde se enfrentan el Poniente y el Levante. Y deseo para nosotros un futuro en el que nos integremos en vez de separarnos; en el que revitalicemos términos como mar Mediterráneo, tolerancia, dignidad, respeto, multiculturalidad, hibridación, cuya semántica ha sido devaluada para que pierdan su sentido. Para lograrlo, la única manera posible será venciendo el miedo.
      
     Abdellatif Laâbi. No estamos aquí reunidos por azar o por simple necesidad. Para entender correctamente el sentido y el alcance de este encuentro sería necesario introducir otro factor: el del deseo. Debemos evitar idealizaciones, o sucumbir a la nostalgia, o bien encerrarnos en el traumatismo colonial.

Sería absurdo dar la impresión de que entre nosotros, magrebíes y españoles, no hay nada construido, como si partiéramos de cero, de un vacío histórico y cultural. Por lo tanto, me parece obligado recordar lo que a mi juicio son pruebas concluyentes: querámoslo o no, vosotros y nosotros tenemos una historia común; una historia llena de conflictos, llena de lágrimas y de sangre, cuyos herederos y depositarios somos nosotros mismos.
     Desafío a que se me presenten cinco, seis ejemplos equivalentes en la historia de la humanidad capaces de igualar la experiencia y la fusión cultural que en Andalucía se produjo, la simbiosis que allí se realizó, el ecumenismo que allí se reveló. La literatura, el arte, la filosofía que se forjaron en esta tierra española constituyen nuestra herencia, nuestro bien común. Pero si esta herencia forma parte de la cultura española, la historia conflictiva dio como resultado, al otro lado del Mediterráneo, y muy en particular en el Marruecos actual, la introducción de un factor de apertura y de enriquecimiento que es la lengua española. Como sin duda no ignoráis, un buen número de marroquíes, al menos cinco millones, hablan o comprenden hoy el español. Pienso que, por lo que se refiere al otro lado del Mediterráneo, la lengua española es toda una baza, un factor de apertura, de enriquecimiento de la sociedad marroquí.
     Vivo en Francia desde hace quince años, mi mujer es francesa, pago puntualmente mis impuestos en ese país, pero no me siento francés. Este moro que tienen ante ustedes es descendiente por vía materna de los moriscos que fueron expulsados de España a comienzos del siglo XVII. Es por mi madre que tengo mis raíces en este país. ¿Cuál puede ser el obstáculo para un diálogo entre nosotros? Probablemente el desplazamiento del centro de gravedad que ha registrado España en los últimos veinte años. Ese desplazamiento se produce hacia el norte, lejos de su anclaje mediterráneo habitual.
     En realidad hoy en día no se sabe muy bien ni con quién se dialoga en España. Llegamos aquí y se nos pide que nos pronunciemos respecto a cuestiones como la democracia y el Estado laico, pero creo que nosotros también tenemos el derecho a pedir que España asuma su pluralismo cultural, la identidad de sus raíces. Por ello creo que sólo asumiéndonos los unos y los otros podremos realmente iniciar un auténtico diálogo.
     Las democracias occidentales no son tampoco el modelo perfecto y absoluto. Hay síntomas de decadencia en ellas; son democracias de uso interno, que se paran en sus propias fronteras. En el mundo de las relaciones internacionales, los buenos ideales se acaban ahí, y después son los intereses los que vuelven a tomar la palabra. Algo que nos enferma es comprobar que a nosotros, los que luchamos por la democracia del otro lado del Mediterráneo, no se nos preste atención, mientras que, en los países occidentales supuestamente democráticos, se presta todo el apoyo a dictadores y tiranos de toda laya.
     Vamos al grano. España es un país democrático, avanzado y moderno, pero ello no impide su relación y compromiso con los otros países del Mediterráneo. Y entonces pregunto: ¿cómo puede un país como España, tan moderno, aceptar el arcaísmo de Ceuta y Melilla? La cuestión para mí es abrir un auténtico debate para saber cómo afrontar el futuro de estas dos ciudades. Yo abogo, y supongo que esto sorprenderá a muchos de mis paisanos marroquíes, por una propuesta de cogestión o cosoberanía entre España y Marruecos, lo cual permitiría, por un lado, solventar el problema que estas ciudades plantean en cuestiones de droga e inmigración clandestina, auténticos desastres para toda la zona del Rif y, por otro,  iniciar una interesante aventura en las relaciones hispanomarroquíes.
      
     Javier Tusell. Desde siempre el Mediterráneo ha estado en nuestras vidas. Pero quizá los españoles no hemos pensado mucho en él. A pesar del gran protagonismo que tuvo Marruecos en la historia de España, poco hemos reparado en ello. Y menos aún se ha reparado en la influencia colonial de España en la historia de Marruecos —ni desde España, ni desde Marruecos— y probablemente no se han estudiado con profundidad las extrañas circunstancias en las que se dio.
     España estuvo en Marruecos, más que por razones de carácter económico, por un complejo de inferioridad, la sensación de que tenía que cumplir un compromiso obligado y ejercer una presencia internacional en el concierto de las naciones. A España la obligaba el hecho de que, frente a Gibraltar, la Gran Bretaña no quería una potencia como Francia, sino una nación débil, como era España entonces. De ahí que la actitud española hacia Marruecos haya sido siempre de duda, sin mayor compromiso que la simple presencia. Las derivaciones de esa presencia dubitativa han producido resultados muy negativos. Creo que estamos en un momento en el que se puede dar, efectivamente, un traslado del interés del mundo de la cultura hacia el Magreb; creo que estamos tocando con las yemas de los dedos el descubrimiento de esa otra alteridad nuestra. No obstante, los acontecimientos del 11 de septiembre convierten esa búsqueda de otras identidades posibles no sólo en un placer o en una inquisición personal o colectiva, sino en una obligación moral. El reto, desde luego, es importante y puede ser apasionante.
     Mohamed Kacimi. Quisiera referirme a la cuestión de la alteridad y del estereotipo. Antes de instaurar este diálogo entre Europa y el mundo árabe, hablaría de lo que puede calificarse como el aprendizaje de la separación, porque esa relación pasa de un odio sin límites a un éxtasis sin límites; se expresa siempre como una relación de rechazo total o de fusión inexplicada. Existen dos categorías de personas en Europa: los que piensan, por un lado, que el mundo árabe está compuesto sólo por barbados que desprecian a las mujeres y, por otro, los que están convencidos de que todo lo nuestro es magnífico. Tanto los unos como los otros dejan a un lado la realidad del mundo árabe.
     ¿Por qué esta relación de odio o de fascinación? No es algo nuevo, desde luego. El visionario André Malraux, por ejemplo, dijo: "los árabes son un azar de la historia de la humanidad: la prueba es que ni siquiera se suicidan". En el siglo XIX se hicieron eco de la fascinación por el mundo árabe escritores como Stendhal o Flaubert; Ernest Renan afirmó sin embargo que "para construir Europa, sería necesario encerrar en el desierto y dejar morir de hambre y sed a todos los hijos de Ismael". Vigny ejemplificó el odio hacia el mundo árabe en un momento en que Europa comenzaba a tomar conciencia de la alteridad absoluta que representa lo árabe. Diderot y los enciclopedistas destacan por su exactitud; todos los artículos de la Enciclopedia relativos al mundo árabe son una de una precisión increíble, sin la contaminación que generó más tarde el romanticismo.
     El mundo árabe fue sinónimo de tiranía, ferocidad y crueldad hasta el siglo XVI. En el trasfondo de ello late el eco de la confrontación implacable con la presencia otomana. Pero aun podemos remontarnos a los latinos y, leyendo a Salustio, encontrarnos con esta definición que da de los bereberes: es un pueblo incomprensible e ininteligible que prefiere las razzias al trabajo. Uno se pregunta por qué la visión es siempre tan negativa. Aún más atrás, en Esquilo, encontramos esta referencia: serás encadenado frente a los árabes, raza belicosa que al más mínimo roce empuña las lanzas.
     El árabe hace pues su entrada en la historia bajo esta figura del guerrero belicoso. Heródoto consagra páginas muy hermosas a Arabia, y dice de ella que ningún otro lugar ha sido dispensado con tantas bellezas naturales. Por mucho que nos empeñemos en decir que lo que nos separa de Europa es una imagen deformada por la mirada de otros, lo cierto es que nosotros somos también responsables de la imagen que proyectamos. No es posible deformar todas las imágenes, y mientras reflejemos con nuestras imágenes la violencia, la falta de libertad, la negación de la mujer, todos los países nos mirarán con los mismos ojos. Es a nosotros, al mundo árabe, al que corresponde transformar la evolución de nuestra sociedad, a fin de aportar una luz que nos reconcilie frente a la mirada de los demás.
      
     Carmen Alborch. Guiada por la curiosidad intelectual y por la aspiración de ser ciudadana del mundo y ciudadana en el mundo, con derechos y responsabilidades, quiero referirme al papel que estamos llevando y que podemos representar las mujeres en el proceso de integración de las dos culturas. Una sociedad comienza a modernizarse cuando las mujeres —víctimas favoritas del autoritarismo, el dogmatismo y los fanatismos— se desprenden de los lazos atávicos en busca de su propia modernidad. En ese sentido quiero remarcar que la mujer está recuperando la palabra y, por tanto, su espacio, y desde allí quiere ver las cosas con una mirada global que le permita expresarse, no sólo como ciudadana responsable, sino como pontífice, capaz de tender puentes entre unas y otras. Porque, a pesar de que, muchas veces, las de este lado de la orilla, aquí en España, tengamos lo que se ha venido denominando el síndrome de la misionera, es decir que pensamos que estamos en posesión de la verdad y que vamos a rescatar, con nuestra verdad, a las mujeres que están en peores condiciones que nosotras, también es cierto que hemos aprendido a escuchar y a ver las divergencias y las semejanzas, los puntos de encuentro.
     Nosotras, que hemos sido las excluidas, debemos aportar, como dice Pierre Bordieu, la lucidez desde esa histórica negación o exclusión. Nosotras, sobre todo, somos portadoras y al mismo tiempo herederas, somos mujeres modernas que hemos sido educadas en unas tradiciones y valores culturales que muchas y muchos queremos cambiar. Por eso es importante que exista la idea de universalidad interactiva en la que la palabra, el espacio, el respeto, la justicia y la dignidad sean lo que mueva nuestra energía, para establecer emociones y conversaciones entre las dos orillas, liberándonos de máscaras y falsedades, de ideas únicas o de tópicos, a fin de tener una concepción transcultural más amplia, más bella y más justa.
      
     Wassyla Tamzali. Antes que nada, quisiera decir que yo no siento ningún tipo de melancolía por España. Ni siquiera por Andalucía. Mi padre era un pobre cura español, que quiso traer a Argelia todas las maravillas de la cristiandad y siguió siendo igual de pobre toda su vida. Lo que me interesa es la España actual, las mujeres con las que he podido trabajar, y que nos han ayudado a mirarnos con ojos diferentes para superar la condición de colonizados que aún arrastramos. Desde esta condición de colonizado, hay algo que vosotros debeis saber, y es que nosotros, los ciudadanos de a pie, os conocemos muy bien. Yo conozco muy bien la literatura española, la poesía francesa, la historia de Europa. Y, sin embargo, vosotros no conoceis la historia de mi país.
     La nuestra es una historia difícil. Mi historia es también muy complicada: es la historia de ese cura que quería traer a Argelia toda la grandeza de Europa, pese a que caminaba casi con sandalias; es la historia de la descolonización, la de mi padre asesinado. Siempre he tenido la impresión de estar colonizada, cerca de los pobres. Nosotros hemos sufrido mucho con el integrismo, que hemos padecido y del que ahora estamos intentando salir para reencontrarnos con vosotros. Tenemos muchas cosas que explicaros, una maleta llena de cosas que debemos mostraros. Nosotros fuimos los niños de la utopía colonial. Los franceses quisieron convertir Argelia en Francia, y con ese fin no dudaron ni siquiera en transformar el paisaje de Argelia, en donde los pieds noirs vivían sin encontrarse nunca con los árabes. Albert Camus, en su última novela, El primer hombre, explica que a los catorce años no había visto nunca un solo muchacho árabe. Nos criaron en ese rechazo a nosotros mismos.
     El precio de la separación fue caro. Pero puedo comprender la humillación de nuestro pueblo. Por ello, si estamos interesados profundamente en esta alianza entre todos nosotros, el pacto entre el Mediterráneo del norte y el del sur, es porque somos conscientes de su importancia. No se trata de que Europa deba difundir sus ideas, sino de que nosotros debemos redescubrirlas. ¿Es una aventura europea o humana? Las iniciativas europeas sobre los derechos humanos no son algo que necesitemos importar, porque están ya en nuestros cerebros. El pueblo argelino rechazó el integrismo, pese a estar en buena parte sometido al analfabetismo. Yo nací en una familia donde no disponía de libertad para salir, por ejemplo, pero existía una dialéctica entre la religión y la modernidad, y donde la religión no era un obstáculo para la modernidad; pero cuando se convirtió a la religión en un instrumento de la política para tomar el poder, todo se estropeó. Por ello ahora es necesario reafirmar los principios democráticos y rechazar la manipulación a la que el pueblo árabe ha estado sometido, esa manipulación de la clase dominante o de antiguos militares que afirman haber liberado el país de nuestros invasores.
     Los primeros movimientos integristas en la Universidad de Argel, donde yo estudiaba, fueron creados por el presidente Boumediane contra el movimiento estudiantil de izquierda, porque, en cuanto se producía un pequeño giro hacia la democracia, se sacaban de la manga la religión. Jugaron al aprendiz de brujo y el juguete les estalló en las manos.
     Así pues, ¿cómo construir entre nosotros esta Argelia, que se ha vuelto tan diferente? Porque ya hemos abandonado por completo la utopía colonial, ya no somos Francia. Necesitamos reafirmar una historia que parece haberse olvidado. Nosotros somos parte de ese Mediterráneo del que aquí se ha hablado. Somos el producto de un mestizaje, porque el pueblo argelino es un pueblo profundamente mestizo. Hay un millón de personas que vive en Francia y que forma parte de la familia argelina. En Francia nace y se desarrolla toda la cultura que arrastra esa inmigración, la música, la literatura, incluso la gastronomía. Esta proyección que tenemos de nosotros mismos en Francia se produce porque estamos apegados, desde la escuela, a los principios de libertad, igualdad y fraternidad.
     El pueblo argelino ha rechazado el integrismo porque tiene otro proyecto vital, que incluye la música, los viajes, una playa, y sin duda también a la niña que va a la escuela. Somos diferentes, pero compartimos la misma aventura humana.
      
     Carlos Westendorp. Intentaré contestar a las preguntas que se han planteado en este debate, es decir, al qué somos, qué queremos ser y qué obstáculos tenemos que superar para conseguirlo. Como habitantes de un mismo espacio en el que se comparte una historia y una cultura comunes, lo que queremos es vivir pacíficamente unos con otros, unidos por el respeto hacia el prójimo, enmarcados por una idea de mestizaje no sólo de sangre, sino también de mente, porque la única manera que tenemos los seres humanos de gozar este mundo es a través del respeto hacia el otro.
     ¿Cuáles son los obstáculos para ello? Como ya lo ha mencionado Mohamed Kacimi, los obstáculos son los estereotipos de todo orden, que se han utilizado  como armas arrojadizas para preservar la identidad propia y aniquilar la del otro. Kacimi ya ha citado algunos ejemplos de cómo los magrebíes ven a los europeos; de la misma manera, existe el estereotipo que el europeo tiene del magrebí, esa serie de ismos tan dañina y extendida en la mente colectiva de Occidente, como el fanatismo, el terrorismo, el integrismo, olvidando siempre el acervo y la contribución decisiva que ha dado a la historia de la humanidad el mundo árabe.
     Algunos de estos estereotipos son, como he dicho, un arma arrojadiza, pero hay otros que provienen de quienes yo llamaría "tontos útiles". El caso más reciente de esto último son una serie de artículos que ha publicado Oriana Fallaci,1 en los que se nota esa incomprensión absoluta hacia lo que representan el mundo árabe y el Islam, y en los que se olvidan todos los hechos positivos que provienen de ese mundo. Fallaci cita al mundo griego, al latino, al Renacimiento y la Ilustración, como ejemplos únicos de aportaciones definitivas a la historia de la humanidad; pero en cambio no reconoce a ningún científico o filósofo del mundo islámico, lo que parece producto o de mala fe o de una ignorancia supina, porque, desde el año 750, es decir desde el siglo VIII, hasta el 1100, no hubo en Europa más médicos, matemáticos y astrónomos que los árabes, y desde el siglo XII hasta el XV todos esos saberes fueron compartidos entre árabes y cristianos —me viene a la mente Al Hasen, un precursor de la óptica y de las leyes de la inercia que antecedieron los trabajos de Roger Bacon o de Isaac Newton, por no hablar de Avicena.
     Otro estereotipo es el de la intolerancia. No fue en el mundo cristiano, sino en los dominios del Islam, donde los judíos recibieron mejor trato. Cabe aclarar que la religión no ha sido en este sentido un elemento de integración, sino todo lo contrario: ha servido para expulsar al otro del ámbito de convivencia común. Este desprecio del otro, para imponer la propia identidad y la propia cultura, son precisamente aquello contra lo que hay que luchar. El Proceso de Barcelona,2 que abrió un debate fundamental sobre el terreno de la seguridad, la paz y la estabilidad, de los intercambios comerciales y del diálogo entre culturas, ha tenido algunos resultados positivos, pero también esta sufriendo la erosión propia de todo proyecto que dura demasiado y en el que la voluntad política se va quedando cada vez más mustia. Es importante abogar por un nuevo impulso a ese proceso, con la inteligencia y la razón necesarias que el tema merece, y con un impulso incesante a favor de la tolerancia, pues, como ya lo ha dicho Habermas, es preciso relativizar nuestra propia forma de vida para legitimar las exigencias de otras formas de existir, ya que no es posible proyectar como universal la propia identidad y marginar todo lo que se desvía de ella. –

Notas biográficas
     Carmen Alborch. Ministra de Cultura del Gobierno de España entre 1993 y 1996, es en la actualidad diputada del Grupo Socialista. Como escritora ha obtenido un gran éxito de crítica y ventas con su libro Solas.
     Farida Benlyazid (1948, Tánger). Guionista y directora de cine. Es autora de El Boukma y Keïd Ensa o Ruses de femmes. Ha publicado numerosos artículos y narraciones como Une journée dans la vie de Hajja Leithmet y La patience est belle.
     Mohamed Charfi (1936, Sfax, Túnez). Doctor en derecho por la Universidad de París y profesor de la Facultad de Ciencias Jurídicas de Túnez. Fue presidente de la Liga de los Derechos del Hombre, ministro de Educación y uno de los fundadores y dirigentes del partido opositor Perspectivas. Es autor de El Islam y la libertad (1998).
     Malika Embarek López. Licenciada en Filología Hispánica. Es traductora de la mejor literatura magrebí: Tahar Ben Jelloun, Edmond El Maleh, Mohamed Chukri, Abdellah Laroui , Haïm Zafrani y Mouloud Feraoun.
     Tahar Ben Jelloun (1944, Fez). Narrador y ensayista. Es autor de Harrouda (1975), La más alta soledad (1977) y La reclusión solitaria (1976). Ganó el Goncourt por La noche sagrada (1987). Su última novela es Sufrían por la luz. Es colaborador de Le Monde.
     Mohamed Kacimi (1955, Argelia). Director de teatro, novelista y dramaturgo. Ha publicado El pañuelo, ¿Árabe? ¿Ha dicho usted Árabe?, Memoria vertical, Le jour dernier, El secreto de la reina de Saba, La confesión de Abraham, El mundo árabe y El alfabeto del paraíso, con Elsa Solal.
     Abdellatif Laâbi (1942, Fez). Fundador de la revista Souffles. Condenado numerosas veces en los años 70 por su oposición al autoritarismo, fue liberado el 18 de julio de 1980 por la presión de los intelectuales europeos.
     José María Ridao (1961, Madrid). Licenciado en filología árabe y en derecho. Es autor de la novela Agosto en el Paraíso (Montesinos, 1998), Contra la historia y Excusas para el Doctor Huarte.
     Jorge Semprún (1923, Madrid). Narrador. Es autor de El largo viaje, Autobiografía de Federico Sánchez, Federico Sánchez se despide de ustedes y La escritura o la vida, entre otras obras. Fue ministro de Cultura de España.
     Wassyla Tamzali (1941, Argelia). Abogada. Es autora de En attendant Omar Guetlato (1975). En 1995, fue encargada de redactar el informe de la Unesco sobre "La violación como arma de guerra" (sobre la situación en Bosnia-Herzegovina), presentado en la IV Conferencia Mundial de Mujeres en Pekín.
     Javier Tusell (1945, Barcelona). Catedrático de historia contemporánea. Ha publicado unos cincuenta libros, principalmente dedicados a la historia política de la España del siglo XX, entre ellos La Europa que queremos, Franco en la Guerra Civil y La revolución posdemocrática. Colabora de forma habitual en prensa y radio.
     Manuel Vázquez Montalbán (1939, Barcelona). Narrador, poeta y ensayista. Autor de Los mares del Sur, El premio, Quinteto de Buenos Aires, O César o nada e Y Dios entró en La Habana, entre muchos otros títulos. Ganó, en 1995, el Premio Nacional de las Letras Españolas.
     Luis Antonio de Villena (1951). Poeta y narrador. Es autor de Huir del invierno, La belleza impura, Celebración del libertino, Fuera del mundo, El burdel de Lord Byron y El mal mundo, por el que ganó el Premio Sonrisa Vertical 1999.
     Carlos Westendorp (1937, Madrid). Miembro del psoe. Ha sido embajador permanente ante la ce , secretario de Estado para las Relaciones con la cee, embajador permanente ante las Naciones Unidas, ministro de Asuntos Exteriores y alto representante de la Comunidad Internacional en Bosnia y Herzegovina.

 

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