¿Por qué nos gusta ver leer?

No solo hay placer en leer, también lo hay en la contemplación de los otros, concentrados con sus libros. 
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¿Por qué nos gusta ver leer? Iba a formular la pregunta de otra manera: ¿Por qué a quienes nos gusta leer también nos gusta ver leer? Un fragmento de No leer, el libro de crónicas literarias de Alejandro Zambra, me disuadió: “Hay belleza, para nosotros, en la imagen del lector solitario. Recuerdo a un compañero de curso que iba en las tardes a la Biblioteca Nacional no para leer sino para mirar a los demás leyendo. A él, de hecho, no le gustaba leer, y usaba los libros solamente como antifaces para mirar sin ser visto”.

Quiere decir que el placer de ver leer no es exclusivo de los lectores. ¿A quiénes incluye el “nosotros” al que alude Zambra? Intuyo que a “nosotros, los voyeristas”. Todos los lectores somos, por definición, voyeurs, pero no somos los únicos, por supuesto. “Voyeur: persona que disfruta contemplando actitudes íntimas o eróticas de otros”, dice la RAE.

Zambra completa la imagen explicando que su compañero “de vez en cuando bosquejaba en su croquera [bloc de apuntes] los gestos de los lectores, de las lectoras fundamentalmente, pues le parecía que una mujer bella se veía todavía más bella cuando leía”. Todo esto nos remite indefectiblemente a esa frasecita tan de moda: Reading is sexy. ¿Leer es sexy? ¿De verdad? ¿Será que la definición de la RAE se aplica y cambia el nexo disyuntivo por el (nunca más apropiado) copulativo, o sea, que la lectura es una actitud íntima y erótica?

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La idea de que leer es sexy viene de la mano de una hermana mayor: Smart is the new sexy (algo así como que ser inteligente es la nueva característica de la sensualidad). Esta frase fue incluso utilizada como eslogan por la Newspaper Association of America para la promoción de la lectura de periódicos en Estados Unidos. Ahora bien, como siempre que una afirmación se repite tanto hasta convertirse en una frase hecha, conviene detenerse a analizar cuánto hay de cierto en ella.

Podemos estar de acuerdo con el compañero de Zambra en que las personas bellas cuando leen se ven más bellas aún. Es decir, que la lectura realza el atractivo. Pero la inteligencia sigue siendo la inteligencia y lo sexy sigue siendo lo sexy. Aunque la mona lea muchos libros, mona se queda.

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Underground New York Public Library (UNYPL) es un proyecto de Ourit Ben-Haïm, una chica marroquí que vive en Nueva York. Se trata de un espacio multiredes sociales (Tumblr, Facebook, Twitter) que reúne fotos de gente anónima que lee en los andenes o el interior de los vagones del metro neoyorkino. “Estoy fascinada por ver cómo nos aplicamos a los relatos y los textos —dice Ben-Haïm—. Al hacerlo, damos forma a quienes entendemos que somos”.

Esta explicación suena mucho más convincente: la fascinación de la que habla Ben-Haïm tiene más sentido. Sobre todo para quienes leemos. Porque nos gusta ver leer no solo a personas bellas, sino a toda clase de gente: mujeres y hombres, jóvenes y viejos, gordos y flacos, blancos y negros. Puede que Marilyn Monroe o Paul Newman sean sexies leyendo el Ulises o el New York Times, pero no necesitan de la lectura para serlo. Lo que nos gusta de una persona que lee es verla sumida en un mundo extraño, que no tiene nada que ver con el entorno que la rodea, mundo del que apenas podemos obtener mínimos indicios a través de su cara, sus expresiones, sus microgestos. Es decir, la cara de un lector es una suerte de ventana al mundo creado por el libro. Mejor dicho: el mundo creado por la conexión entre el libro y él.

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A quienes leemos, además, nos gusta saber qué se lee a nuestro alrededor. A veces nos sorprende o incluso nos emociona descubrir que tal persona está metida en tal libro. Y si no los descubrimos, nos carcome la curiosidad: cada viernes, UNYPL postea la imagen de alguien que lee un libro cuyo título y autor no se alcanzan a ver. Ben-Haïm pide a la comunidad de Tumblr que la ayude a determinar qué libro es. Y siempre, siempre la comunidad responde.

Eduardo Berti apunta que, además, “al ver a alguien con una obra que leímos nos tienta, por ejemplo, evaluar si ha alcanzado ya esa escena que nuestra memoria atesora tal vez algo trastocada”. Nos da ganas de interrumpirlo, de tocarle el hombro para preguntarle: “¿Y? ¿Qué tal?”.

Quizá la primera descripción de la fascinación que ejerce la imagen de un lector es la que detalló San Agustín en el siglo IV, asombrado por el ejercicio silencioso en una época en que todas las lecturas eran en voz alta: “Cuando Ambrosio leía, pasaba la vista sobre las páginas penetrando su alma, en el sentido, sin proferir una palabra ni mover la lengua. Muchas veces […] lo vimos leer calladamente y nunca de otro modo…”. Hoy, cuando lo normal es leer en silencio, Alejandro Zambra destaca el placer opuesto, “el momento repentino en que alguien deletrea o repite un pasaje en voz baja, como descubriendo los sonidos que duermen en la página, como queriendo memorizar, de una vez, los versos o las escenas preferidas”. 

En cualquier caso, en voz alta o en silencio, en el metro o en cualquier otra parte, seguiremos gozando al observar con fascinación y placer a la gente que lee. Salvo que vayamos leyendo, claro, en cuyo caso nos convertiremos nosotros mismos en objetos de la fascinación y el placer ajenos. Aunque —si todo va bien— eso no tendrá importancia: iremos demasiado metidos en nuestro mundo como para darnos cuenta.

 

 

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(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.


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