Políticos anacrónicos

Bernie Sanders y Jeremy Corbyn son dos políticos que parecen reliquias del pasado. 
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Jeremy Corbyn –el nuevo líder del Partido Laborista británico– y Bernie Sanders –el único precandidato Demócrata que le ha hecho sombra a Hillary Clinton– son dos reliquias del pasado. Como si un alquimista trasnochado hubiera encontrado la fórmula para revivir a uno de los activistas prosoviéticos occidentales de los años treinta y a un profeta bíblico iconoclasta, y los hubiera insertado en el escenario político de Inglaterra y los Estados Unidos en el siglo XXI.

Sanders –que se define como un “socialista demócrata”– y Corbyn –que ha dedicado toda su vida a la protesta, a veces encomiable (apoyó la lucha de Mandela), y veces imposible de defender (ha elogiado a Hamás, Jisbolá y a Chávez)–, tienen un programa paralelo.

Los dos quieren elevar los impuestos a los ricos, poner a funcionar las máquinas que imprimen dinero, y pagar con ello programas de educación gratuita y salud para todos, reducir la desigualdad regulando al sector financiero y elevando el salario mínimo, fortalecer al Estado benefactor y a sindicatos y organizaciones que representan a sectores de bajos recursos. Los dos abominan al “establecimiento”: los modos tradicionales de hacer política en sus respectivos países.

Sanders, que desprecia Wall Street y a los SuperPACSs de ricachones, ha financiado su campaña con donaciones individuales. Jeremy Corbyn, que es tan pacifista que se niega a ponerse en el ojal la amapola que recuerda cada año a los británicos fallecidos en la Primera Guerra, y tan republicano, que no entona el God save the Queen, logró lo que parecía imposible –el liderazgo del Partido Laborista­­– apelando a las bases por encima de los miembros del Parlamento de su propio partido.

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Lo sorprendente es que este par de políticos marginales y anacrónicos, un Senador por Vermont que ha pasado sin pena ni gloria por Capitol Hill, y un miembro del Parlamento británico que lleva 32 años enarbolando causas perdidas, están hoy por hoy en el centro del escenario político. Y más sorprendente aún es que su base de apoyo son jóvenes: blancos y educados, en el caso de Sanders –el otro polo generacional de los seguidores de Trump–, y hipsters londinenses, en el caso de Corbyn.

La tendencia política que representan habla de lo que es ya casi un lugar común: el hartazgo del electorado en los países avanzados –y no tanto– con los mecanismos democráticos, y con la transformación de la política en un teatro, en donde las encuestas definen el guión de la imagen, gestos y palabras de sus protagonistas. Los seguidores de Sanders y Corbyn buscan la “autenticidad” como valor fundamental.

Ambos son también el símbolo del llamado de la utopía, que es tan viejo como la historia moderna de Occidente: del canto de las sirenas políticas que prometen, no un futuro mejor, sino un destino radiante y a corto plazo.

Frente al cinismo de Trump y sus colegas Republicanos, es refrescante ver a miles de jóvenes llenar los foros donde habla el setentón profeta Sanders. Un auténtico Jeremías bíblico que creció en Brooklyn y se alimentó del socialismo que sentó raíces en los Estados Unidos cuando sus padres, dos judíos polacos socialistas de aquellos que cambiaron el curso de la historia, abandonaron Polonia.

Sus causas son más válidas que las de Corbyn. A diferencia de Inglaterra, donde el Estado benefactor goza de buena salud, en Estados Unidos hay una abismal desigualdad del ingreso, un sector financiero sin regulaciones y un grupo de millonarios que domina, a través del dinero, la agenda política.

Más allá de que nadie puede dudar de su autenticidad (a diferencia de Donald Trump o de un político mexicano que confunde a la izquierda con la derecha) y de sus buenas razones, el problema con Sanders y Corbyn es que ofrecen respuestas inaplicables y simplistas a problemas muy complejos.

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Multiplicar el gasto público y junto con él, el déficit y la inflación, es una mala solución para disminuir la desigualdad del ingreso en los Estados Unidos. Y cualquier aumento de impuestos a los sectores más ricos, para no hablar de la regulación a los bancos, tendría que pasar por el Congreso, con una mayoría republicana –que tiene un programa opuesto– y que previsiblemente mantendrá su dominio en las elecciones del 2016.

Bernie Sanders tiene el enorme mérito de haber dicho lo que los republicanos callan y muchos demócratas evaden, y de obligar a Hillary Clinton a dejar de navegar en la corriente de las encuestas que la favorecen para hacer campaña y debatir en serio. Pero sería un mal presidente. Basta voltear a Inglaterra.

La breve y accidentada trayectoria de Jeremy Corbyn* desde su elección en septiembre, es una prueba irrefutable de que la autenticidad y la falta de experiencia no van de la mano de la eficacia política.  Apenas pudo conformar su “gabinete en la sombra”, su ministro de economía no sabe ni jota de economía y su potencial ministra de educación, Lucy Powell, ni siquiera lo conoce (“nunca jamás he hablado con él”, dijo después de conocer su nombramiento). Aparentemente no se ha dado cuenta de que es el líder del principal partido de oposición en Gran Bretaña –que gobernó al país trece de los últimos 18 años. Cree que la tarea de la oposición es protestar y que puede transformar al Laborismo en un movimiento político a espaldas del mandato del electorado que votó aplastantemente en las elecciones de mayo a favor de los Conservadores de David Cameron.

Es tan rígido, que ha concedido a duras penas a ponerse en el ojal la famosa amapola, a dejar de lado su lucha en contra de la membresía de Gran Bretaña en la OTAN y hacer campaña a favor de la permanencia del país en la Unión Europea.                                                          

El resultado, dice el Financial Times, ha sido surrealista. Los parlamentarios Laboristas –de los cuales menos de 10% apoyó su candidatura– se sientan tras él en el Parlamento deseando fervientemente que su líder se equivoque una y otra vez para que caiga pronto, y sus contendientes en la bancada Conservadora, que arman generalmente un barullo ensordecedor cuando habla la oposición, lo escuchan sin chistar con la esperanza de que el fingido respeto lo apuntale. Con Corbyn al frente del Partido Laborista, el primer ministro Conservador David Cameron tiene asegurada su permanencia en el poder.

 

*Veáse Financial Times, An outsider inside, septiembre 19-20, 2015 y Jeremy Corbyn: how long can he last?,septiembre 26-27, 2015.

 

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Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.


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