Kremlin Inc.

El resultado de las elecciones en Rusia deja en claro que los votantes deben hallar nuevos líderes y concentrarse en fortalecer a la sociedad civil.  
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De todas las elecciones que se llevarán a cabo en el mundo en 2012, ningún resultado podía preverse con tanta certeza como la (re)elección de Vladimir Putin para un tercer período presidencial en Rusia. Putin goza aún de una buena tasa de popularidad –el electorado recuerda todavía con horror los 20 años del desorden político y económico que siguieron a la desaparición de la Unión Soviética y muchos le agradecen la estabilidad y el crecimiento que marcaron, al menos, sus primeros ocho años en el poder. Y si la popularidad que aún conserva no hubiera sido suficiente, los instrumentos que Putin ha diseñado para conservar el poder a toda costa habrían garantizado su triunfo. Como en las elecciones parlamentarias de diciembre, el Kremlin echó mano de artimañas dignas del viejo PRI: entre otras, votantes acarreados, urnas embarazadas y listas electorales infladas a favor de Rusia Unida –el partido del presidente. Aplicó también estrategias propias: el control estatal de la mayoría de canales de radio y televisión y la aprobación de candidatos que ni juntos ni separados hubieran podido derrotar a Vladimir Putin.

Todo habría sido miel sobre hojuelas si decenas de miles de manifestantes no se hubieran reunido una y otra vez en las plazas y avenidas de Moscú para rechazar la reelección del presidente y la democracia “dirigida”que encabeza: un eufemismo para enmascarar un régimen oligárquico y corrupto formado por los allegados al presidente, muchos de ellos ex­ miembros de la KGB conocidos como los siloviki (los “hombres del poder”), que han acumulado fortunas fabulosas renacionalizando y explotando empresas privadas. Lo que algunos han llamado Kremlin Inc.                                                     

La estrategia de erigir grandes monopolios estatales en industrias estratégicas como los hidrocarburos y minerales, fue siempre parte del proyecto de Putin, pero se convirtió en una política sistemática después del encarcelamiento en 2003 de Mijaíl Jodorkovski, dueño del gigantesco complejo petrolero Yukos, y, entonces, el hombre (menor de 40 años) más rico del mundo. La expropiación de la empresa y el encarcelamiento de Jodorkovski después de dos juicios amañados, colocó a los siloviki por encima de cualquier marco legal: si Yukos y su principal accionista podían ser eliminados sin mayores consecuencias, cualquier empresa podía ser parte del botín de la oligarquía.

Los hidrocarburos enriquecieron a los burócratas metidos a empresarios y banqueros y garantizaron también la paz social. Los precios crecientes del gas natural y del petróleo generaron un crecimiento sostenido, por años, de 7% o más, permitieron al gobierno construir infraestructura y generar empleos, elevando el ingreso de amplios sectores de la población. El auge económico favoreció antes que a nadie a la clase media que creció y se consolidó junto con el régimen. Cuando Putin llegó al poder a fines de los noventa, el electorado ruso era relativamente homogéneo. Hoy, 15% de la población conforma una pujante clase media.

Paradójicamente, son las clases medias urbanas las que han salido a la calle a demandar el retiro de Putin y el establecimiento de una democracia plena. Los manifestantes, blogueros y twitteros, son jóvenes y viejos, hombres y mujeres, que tienen en común un alto grado de educación, vacacionan en Europa, y han visto disminuir su ingreso y su nivel de vida (los ingresos y salarios están prácticamente congelados desde 2008) como resultado de la crisis del 2008 y de la inflación producto de un abultado gasto gubernamental (según las estadísticas del régimen, los precios se han elevado 62% en los últimos cinco años).

Son la mejor prueba de que la inmovilidad y el rechazo al cambio y a las reformas son una apuesta política que ningún gobierno puede ganar. Putin desaprovechó los buenos tiempos para diversificar la economía (los hidrocarburos representan aún el 70% de las exportaciones rusas), limpiar el sistema bancario, reformar los mercados de capital, fortalecer los derechos de propiedad y establecer un Estado de derecho.

La censura y la represión, que tan bien sirvieron al régimen en años pasados, no son ya tampoco una alternativa viable. Aunque el gobierno hackeo diversos sitios antes y durante la elección y encarceló a cientos de manifestantes, no podrá controlar el Internet –que cuenta con 53 millones de usuarios– ni mantener en prisión a miles de ciudadanos.

Vladimir Putin enfrenta una disyuntiva que puede resumirse en tres palabras: renovarse o morir. Las clases medias confrontan un desafío no menor: encontrar líderes que sean estadistas potenciales, constituir una genuina sociedad civil y diseñar un proyecto visionario que garantice el progreso, la democracia y el imperio de la ley en Rusia. 

(Publicado previamente en el periódico Reforma)

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Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.


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