El engaño como política

Lo que el candidato republicano a la presidencia en Estados Unidos y su vicepresidente ofrecen a sus electores es una visión inhumana de la realidad. 
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“Ustedes me eligieron para que les diga la verdad, no lo que quieren oír”,  afirmó el presidente Obama en el discurso que cerró la Convención demócrata hace unos días. Es imposible saber si el electorado norteamericano espera escuchar la verdad  monda y lironda en el momento que toman el poder los políticos a los que favorecieron con sus votos, pero ciertamente la verdad,como instrumento de campaña, no garantiza el triunfo. La última encuesta de CNN muestra de nuevo un empate entre demócratas y republicanos, a pesar de que el partido republicano adoptó en su propia Convención en Tampa, Florida, al engaño como estrategia política.

Mitt Romney, el indescifrable candidato del llamado GOP, decidió antes de la Convención centrarse en la base dura del partido al escoger como compañero de fórmula a Paul Ryan, un político ultraconservador, y apostar a la ignorancia o a la desmemoria del electorado en Tampa. Oradores, políticos y delegados entrevistados por los medios en la Convención, hicieron hasta la imposible por colocar a la economía en el centro de la campaña y por mostrarse compasivos con aquellos sectores de la población a los que arrasará su proyecto de gobierno si llega a aplicarse: los grupos más necesitados, los enfermos, los viejos-sobre todo si son pobres-, las mujeres, los inmigrantes y todas las minorías que los republicanos repudian.

Probablemente, Romney y Ryan podrán tomarle el pelo a su base dura y a la numerosa porción de votantes irracionales que pueblan el escenario político allá, como en todas partes: electores ignorantes, dominados por la ideología, alérgicos a la realidad. Pero no han logrado engañar al resto de los votantes y a los muchos observadores y analistas que siguen la campaña.                                                             

La economía norteamericana no está al borde del abismo como afirma el GOP. The Economist, la influyente revista británica, calificó hace unos días el desempeño económico de Barack Obama*. El presidente aprueba con creces en el renglón de la respuesta a la crisis que rescató al sistema bancario y a las grandes industrias en peligro de quiebra, en el ámbito de los estímulos y del comercio. Le faltó aplicar una política más decidida en el mercado del trabajo y en el ámbito de las regulaciones, pero reprueba nada más la materia de política industrial.

Más allá del desempeño económico de Obama, Romney y Ryan no tienen un programa viable para resolver los asuntos pendientes. Para muestra un botón. Ryan jura que resolverá el problema del déficit con la siguiente fórmula: reducirá impuestos al 1 por ciento de mayores ingresos. Paul Krugman (New York Times, agosto 19, 2012) ha calculado que la pérdida de ingresos para el gobierno resultado de esa medida sería de 4.3 trillones (anglosajones) de dólares en diez años. Para restaurar el equilibrio Ryan propone inmensos recortes al programa de ayuda a enfermos –Medicaid– (800 billones); al que regala vales para alimentos a los más necesitados (130 billones) y a otros, como el programa de ayuda a estudiantes. Esto ahorraría al gobierno, dice Krugman, 1 trillón de dólares, más los 716 billones que Ryan quitaría al sistema de salud o Medicare. Si a los 4.3 trillones de recortes impositivos –que favorecen, claro, a los más ricos– le restamos el 1.7 de recortes en gastos –a expensas de los más pobres– el déficit se elevaría en alrededor de dos y medio trillones de dólares.

Estas medidas no son, por supuesto, puramente económicas. Están estrechamente ligadas con la visión del mundo –la “agenda social”– de los republicanos de hoy. Esa que trataron de ocultar en Tampa. Una agenda que pregona que los pobres son pobres porque quieren; por flojos, por falta de iniciativa o, peor aún, de valores cristianos. En esta visión inhumana de la realidad, recortar los programas de ayuda a los miserables y enfermos es no sólo aceptable, sino encomiable.                                                                                                                         

En un excelente ensayo que publicó en The New Republic**, Leon Wieseltier desglosa y descubre el despreciable sustrato ideológico de Ryan: el mito de la autonomía absoluta. Una autonomía narcisista que supone que el Estado benefactor en cualquiera de sus formas devasta el carácter y “debilita a la sociedad norteamericana” y en consecuencia, hay que destruirlo. Que defiende un capitalismo bárbaro sin responsabilidad social y, además, paranoico: amenazado supuestamente por lo que Ryan llama el “socialismo estilo europeo” y su afán por “redistribuir recursos”. Como lo señala Wieseltier, la redistribución del ingreso es una de las tareas básicas de cualquier Estado moderno y ningún ciudadano, por exitoso que sea, ha construido nada solo.

Esta visión del mundo nos toca directamente: es el cimiento de leyes anti-inmigrantes, racistas e inhumanas, dirigidas a mexicanos indocumentados en estados como Alabama y Arizona. Una agenda que acabaría, entre otras cosas, con cualquier posibilidad de una reforma migratoria en los años por venir.  

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* “End-of-term report”, septiembre 1, 2012.

** “His grief,and Ours”, septiembre 13, 2012.

 

(Publicado previamente en el periódico Reforma)

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Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.


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