Paz epistolar

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Hace diez años que murió Octavio Paz, un tiempo en que sus libros, recogidos en su totalidad en unas Obras Completas que a su vez posibilitan la lectura y la inmovilizan, recorren ese espacio enigmático por el que se transcurre a solas, ya sin la presencia viva de su autor. Su obra se cerró en 1998, aunque algunos volúmenes de correspondencias (destacadamente la mantenida con Pere Gimferrer) han supuesto una doble ampliación: en el orden de las ideas y en el de los conocimientos que tenemos del poeta y pensador. Sabemos más cosas sobre Paz, pero sabemos menos porque el autor, siempre capaz de renovarse, está fijo en sus textos. Es cierto que estos  textos están lejos de ser un objeto, al contrario: sus poemas y ensayos están vivos en este o aquel lector. Pero el centro emisor dejó de existir. Y Paz fue de los escritores que llegan al final de su vida (84 años) con capacidad innovadora: sólo tenemos que recordar dos de sus últimos libros, escritos después de sus ochenta años: La llama doble y Vislumbres de la India, a los que hay que sumar un puñado de traducciones de poesía Kavvya cuya frescura nos hace pensar en el Arcipreste de Hita: poesía erótica y amorosa tocada por una infrecuente frescura.

En las cartas que se han publicado de Paz tras su muerte (aún faltan miles, algunas de las cuales se recogerán en una amplia antología), hay observaciones y momentos memorables. A ellos podría sumarse los testimonios de las personas que lo frecuentaron, y que, quizás, anotaron algo. Ya sabemos que la ausencia de diarios y memorias es proverbial entre los escritores de nuestra lengua: son páginas que gastamos en la conversación. Para alguien como yo, que comenzó a leer a Paz antes de los veinte años, y que lo ha releído numerosas veces, la salida de un volumen de cartas, de alguna anécdota, ha sido en estos años una doble experiencia: por un lado un posible enriquecimiento de la obra y la persona, por el otro, la sensación, vinculada a esa riqueza, de continuidad de su obra y de su vida. No me engaño: sé que esa posibilidad, la de vivacidad, está comprendida en sus numerosos poemas y ensayos. Pero también sabemos que en algunos casos, la obra, en cierto sentido, sigue ampliándose en la correspondencia.

La correspondencia de Paz nos muestra muchos aspectos curiosos. Un Paz menos contundente en ocasiones, siempre fiel a sus temas, en ocasiones indagador de su propia aventura vital y, ¿cómo llamarla?, poética, filosófica. Me refiero a su pasión por los enigmas del sentido de lo humano, o su ausencia. Vemos en ellas cómo algunas ideas le rondaron durante años: desde los años sesenta quiso escribir un libro sobre el amor y el erotismo, pero sólo lo acabo escribiendo en 1993. Algunas veces Paz se quejaba de que los encargos en no pocas ocasiones le impedían escribir sobre lo que realmente le inquietaba, de ahí que varios de los temas sobre los que le oímos hablar con pasión apenas tengan presencia en su obra, aunque sería exagerar decir que no escribió sobre lo que le apasionaba: la poesía y los poetas, el destino de la política en el siglo XX, la historia y la política de México, el budismo y las artes plásticas… y tantos otros temas. Por sus cartas conocemos con más claridad su idea de la identidad conflictiva, pero identidad gnoseológica, entre lenguaje y persona, o que la poesía española posterior a la Generación del 27 se movía entre el didactismo y el sentimentalismo. Veía con escepticismo la tendencia a dejarse dominar por el tema en los poemas y también sabemos que admiraba a Vallejo mayormente por razones morales, que Lorca, aunque leyera La tierra baldía (por Ángel Flores en 1929) no podría haberla entendido, por cuestiones no intelectuales sino de cultura, de sensibilidad. Son preciosas las observaciones críticas, que no excluyen la admiración y suponen una lectura aguda, sobre Juan Ramón Jiménez; también: que no le gustaba nada su propio poema en colaboración Renga. Sus recuerdos y reflexiones sobre la poesía de Lowell, Berryman, Roethke, Silvia Plath y Elizabeth Bishop son impactantes e inolvidables. Finalmente, en algunas de sus cartas (a José Bianco, aún inéditas), confiesa sus crisis espirituales, la desazón en los años cincuenta ante sus tentativas y aspiraciones literarias y afectivas. También nos enteramos de que padecía periódicos momentos de abulia, decaimiento y melancolía: ese estado de ánimo producto o productor de los “¿para qué?”, el diablo del mediodía que no triunfó en este espíritu hacedor, imaginativo, lúcido como pocos en su rico y agitado y enigmático tiempo. ~

 

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(Marbella, 1956) es poeta, crítico literario y director de Cuadernos hispanoamericanos. Su libro más reciente es Octavio Paz. Un camino de convergencias (Fórcola, 2020)


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