Pavana

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I
Todo paraíso tiene su serpiente,
toda serpiente busca su paraíso,
eso es lo que la hace serpiente,
eso es lo que la hace serpiente.

Ayer paseábamos
cogidos de la mano
por un huerto de árboles
con frutos del Bien y del Mal.

El hortelano mayor
camina indiferente
sobre las cenizas
de lo que vamos dejando de ser.

Dame otra vez la mano
mientras aún queden huesos
y mientras avanzamos
usemos los dedos
para contar las sílabas
de un poema imposible.

La poesía, manto de armiño,
nos cubre los hombros
un instante;
luego resbala y cae sobre el fango
sin que podamos impedirlo. ~

22 de octubre de 1999

II
Todo paraíso tiene su serpiente,
toda serpiente busca su paraíso:
por eso serpentea
norte-sur
oriente-poniente
izquierda-derecha
infierno y cielo,
lamiendo siempre
el aire
con la lengua bífida
en busca
de las puertas de nácar
y una primera pareja más
que enseñar a pecar.

Vuelve hacia mí la cara.
Contemplemos el uno en el otro
las coronas de oro
que la poesía nos puso.

Saludémonos
con una inclinación cortés,
luego, cogidos otra vez de la mano,
paso a paso,
continuemos bailando
con las zapatillas de raso
que nos prestamos uno al otro
para morir con dignidad.

Ojalá
pudiéramos entremezclar los huesos
de los pies. El baile entonces
tendría una cadencia
más tierna y se oiría
un sonido como de dados
agitados en el cubilete
de la fortuna amorosa.

Haz que ganemos siempre, amor mío.
El as de nuestros besos
sí abolirá el azar
porque nuestro amor
azaroso
no debe ser sino firme
y cierto, como las notas
de esta pavana
que será nuestra tierna despedida. ~

— 29 de octubre de 1999

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