Owen, Verne, El Rosario

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Veo que en el último número de Letras Libres, Toni Deltoro comenta El último Adán, postrera nouvelle de Jules Verne. Me sentí levemente incómodo, no por su escrito, sino porque yo también leí esa novela y también la comenté aunque, hélas!, mi comentario es aún inédito (aparecerá en un par de meses en un librito titulado Tres ensayos sobre Gilberto Owen que publicará la UNAM) y no dejé de sentirme modestamente despojado de lo que yo creía mi exclusiva. Pero me alegra que Toni lo haya adelantado: su amor a Verne le sale muy bien.

La referencia a la novelita de Verne –si es que, en efecto, es de él, o mejor dicho: sólo de él— en un ensayo sobre Owen obedece obviamente al hecho de que la narrativa alude a El Rosario, la población natal de Owen, cuya fama en el XIX es lo suficientemente internacional como para que Verne ubique ahí el origen de su relato. Es claro que la pequeña población del noroeste mexicano tenía un lugar en esa imaginación europea que aún incluía potosíes y ciudades de oro entre sus fantasías mineras, y que la eventual llegada del evasivo minero llamado Guillermo Owen, padre de Gilberto, pudo obedecer a esa fama. Mi comentario dice así:

El Rosario era un antiguo mineral sumamente próspero que durante un tiempo fue de hecho la capital del territorio sinaloense. Contaba con siete mil habitantes en 1780 y tenía una iglesia interesante que fue reconstruida piedra por piedra cuando, por 1830, los tiros de las minas debilitaron el suelo y obligaron a demoler los edificios viejos. El Rosario adquirió fama mundial por la riqueza de sus minas (se decía que cada tonelada de piedra llegaba a rendir hasta cuatrocientos kilogramos de oro), una fama a la cual no tardó en agregarse cierta leyenda que le adjudicaba méritos mitológicos, como la que propone que ahí era donde se ubicaba el vetusto Aztlán.

Seguramente es por ese prestigio, así como por el hecho de que muchos franceses se establecieron en la zona luego de la intervención, que Jules Verne elige a El Rosario para ubicar a los protagonistas de uno de sus más raros escritos, el tardío relato L’Éternel Adam (1910). Trata de cómo un personaje llamado Sofr-Aï-Sr -miembro de la raza Andart’-Iten-Schu, habitante de la ciudad de Basidra, capital de Hars-Iten-Schu, en el “Imperio de los Cuatro Mares” y en un lejanísimo futuro- descifra un misterioso y lejanísimo documento fechado en el año “2…”. Ese documento es la crónica redactada por uno de los únicos ocho sobrevivientes de un diluvio que habría terminado con todo vestigio de vida en algún momento del tercer milenio después de Cristo. La crónica relata que, luego del diluvio, esos sobrevivientes vagan largamente en busca de tierra firme por todos los mares del mundo (en uno de los cuales, claro, encuentran las ruinas de la Atlántida). El documento que descifra Sofr-Aï-Sr fue escrito por un empresario francés avecindado en El Rosario, y que narra el día de la catástrofe, un 24 de mayo. Fue en ese día que

…j’avais réuni quelques amis dans ma villa de Rosario. Rosario est, ou plutôt était, une ville du Mexique, sur le rivage du Pacifique, un peu au sud du golfe de Californie. Une dizaine d’années auparavant, je m’y étais installé pour diriger l’exploitation d’une mine d’argent qui m’appartenait en propre. Mes affaires avaient étonnamment prospéré. J’étais un homme riche, très riche même, –ce mot-là me fait bien rire aujourd’hui!– et je projetais de rentrer à bref délai en France, ma patrie d’origine. *

Este empresario narrador y sus amigos, un grupo de científicos y humanistas (entre ellos algunos mexicanos, faltaba más), son los que gracias a un barco inglés, que hace la ruta de Melbourne a El Rosario y los rescata, habrán de sobrevivir el cataclismo (“Les montagnes ont disparu, le Mexique a été englouti! A leur place, c’est un désert infini, le désert aride de la mer!” ** ). Sumados a la tripulación del barco, los sobrevivientes habrán de comenzar de nuevo el ciclo de vida y, eventualmente, engendrar la futura raza a la que pertenecerá Sofr-Aï-Sr (el personaje del futuro que descifra el manuscrito), del mismo modo en que los hombres habrían sido a su vez engendrados eones atrás por los atlantes… Siempre en vano, siempre hacia la destrucción y hacia el recomienzo cíclico.

Hay especialistas que sostienen que la nouvelle no es totalmente de Jules, sino que padeció la intervención de su hijo Michel. Creo que tienen razón: si su mensaje de amargo escepticismo concuerda con el final de Verne, su calidad literaria es limitada. En fin. Me pregunto qué opinará Gerardo Deniz, a mi parecer el más exacto conocedor de la obra de Verne…

* “El Rosario es, o más bien era, una ciudad de México, en la costa del Pacífico, un poco al sur del Golfo de California. Unos diez años antes me había instalado allí para dirigir la explotación de una mina de plata de mi propiedad; mis negocios habían progresado extraordinariamente, era un hombre rico, hasta muy rico -¡esta frase me hace reír hoy!- y proyectaba regresar en breve plazo a Francia, mi patria de origen.”

** “¡Las montañas habían desaparecido, México había sido tragado; en su lugar, un desierto infinito, el desierto árido del mar!”.

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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