Opiniones exóticas

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Entiendo pocas cosas. No puedo entender, por ejemplo, la transformación de un dirigente espiritual en estrella de medios y espectáculos. Mejor dicho, no puedo evitar que eso me repugne. Es como caer en manos del enemigo: no puedo entender que no se juzgue idolátrico y pagano ese culto a la personalidad. Después de todo Wojtyla, hasta donde sé, no es más que un ser humano como, digamos, cualquier otro. ¿Qué sentido tiene entonces engrandecerlo desorbitadamente?
     Quiero decir, la Carta a los Romanos, por ejemplo, comienza diciendo: “Pablo, servidor del Mesías Jesús, apóstol por llamamiento divino, escogido para anunciar la buena noticia de Dios.” Es decir, Pablo da comienzo a su escrito diciendo que nada es mérito suyo, que no se lo oiga a él por él, sino que es Dios quien lo ha escogido, y si algo cierto hay en lo que dice, se lo debe a Dios, no a su enorme capacidad ni a su genio de teólogo. Eso a mí me gusta. Y me parece cierto.
     Sé que mientras más ilumina la publicidad a una estrella de la publicidad, menos sabemos de ella. ¿Qué sabemos por ejemplo de la desdichada Diana de Gales? Su propia celebridad la oculta a nuestra comprensión. Wojtyla ¿qué clase de figura ejemplar podría ser?, ¿ejemplo de qué? Las grotescas aglomeraciones producidas en sus viajes ¿qué finalidad buscaban, qué querían decir?, ¿ayudaban a frenar el desapego cada vez mayor a la Iglesia Católica que, según parece, vive el mundo? En Europa, donde ya hay más de nueve millones de musulmanes, podría suceder que llegara a haber con el tiempo, de seguir la tendencia hasta ahora advertida, más mahometanos que cristianos.
     Catorce años después de su publicación, la novela de Graham Greene El poder y la gloria, novela católica si las hay, fue condenada por el cardenal Giussepe Pizzardo del llamado Santo Oficio. Tiempo después Greene se entrevistó con Paulo VI. El Papa le dijo que había leído la novela. Greene respondió que había sido condenada por el Santo Oficio. “¿Quién la condenó?”, preguntó el Papa. “El cardenal Pizzardo.” El Papa sonrió y repitió en voz baja el nombre del cardenal. “Señor Greene, dijo el Papa, algunas partes de sus libros pueden ciertamente ofender a algunos católicos, pero no haga usted ningún caso de eso.”
     No sé bien por qué la Iglesia está muy expuesta a mirar con desconfianza las evoluciones de la historia. Recuérdese, por ejemplo, su combate cerrado, furibundo, al liberalismo, nada menos. En el catecismo de Ripalda hay enérgicas condenas de “la libertad de conciencia, la de cultos, la de imprenta”.
     P. ¿Qué significa la “libertad de conciencia”?
     R. Que cada uno puede profesar la religión que le dicta su conciencia.
     P. ¿Es cierto que el hombre puede elegir la religión que más le agrade?
     R. No, sólo debe profesar la católica, apostólica, romana, que es la única verdadera.
     ¿Queda muy lejos de la actual jerarquía una obstinación tan errada como ésa? ¿Era el liberalismo, en su tiempo, una de esas relativizaciones de la época a las que el Cardenal Ratzinger juzgaba que no hay que rendirse?
     No me acuerdo quién opinó que la única revolución triunfante del siglo XX fue la silenciosa revolución feminista. Y sí, leí el otro día que un barco de guerra español, y digo español, tenía por vez primera una capitana. Por todas partes vemos eso, excepto, claro, allá en la inamovible curia vaticana, donde el tiempo al parecer no transcurre, y la mujer permanece relegada a un plano de desconfianza e inferioridad. Pero todo indica que los logros feministas son tan irreversibles como los logros liberales: en este tipo de avances no hay marcha atrás, y poco a poco las opiniones de la Iglesia —porque eso son, lo digo con alivio, sólo opiniones— se irán haciendo paso a paso más y más anacrónicas, infundadas y exóticas, como las vestiduras talares del cónclave (qué interesante sería ver por ahí en el Vaticano unos sencillos pantalones de mezclilla), y entonces, eso es lo malo, ¿a quién van a interesar esas opiniones? ¿Habrá alguien todavía que se acerque a consultarlas para orientarse con su sabiduría? –

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(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.


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