Novelas en tres líneas

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Los periódicos diarios son mensajeros preferentes de la desdicha, y sólo el espaciamiento en unidades renovables de 24 horas, la limitada vigencia de las informaciones, hace tolerable el caudal de dolor y maldad que recorre la mayor parte de sus páginas impresas. Sabemos por experiencia propia de lectores que las mejores noticias (las más atendidas) son las malas; cuanto peores, mayor será el realce y la cobertura fotográfica. Y hablo aquí de periódicos “serios” y no de los tabloides ingleses o de ese tipo de prensa especializada en los sucesos de sangre. El ocaso de El Caso y otras cabeceras semejantes de la prensa española se explica por la conversión masiva del periodista generalista en investigador criminal, lo cual tiene dos posibles “lecturas”. La del apocalíptico deduce que nunca como hoy se han cometido tantas brutalidades militares, tantos desfalcos entre los mandatarios, tanto crimen en serie sádica, ni la naturaleza era antes tan proclive a las inundaciones, los fuegos y el tornado. El optimista tachará de simplista esa explicación, sosteniendo al contrario que la proliferación informativa del hecho luctuoso y delictivo se debe al progreso de la conciencia democrática y de los propios medios de comunicación, que permite dar a conocer lo que antes se rumoreaba y lo hace además pronta y gráficamente.
     En todo periódico que se precie hay, además de la calamidad repartida por las páginas de Internacional, Economía, Salud y Cultura, una sección específica de sucesos, eso que los franceses llaman, con arrogante delicadeza, faits divers. Reconozco que fui, durante unos años, coleccionista de titulares criminales de la prensa mexicana, inigualables en el poder de concisión macabra y la truculencia del colorido verbal. Ese tremendismo se sigue practicando hoy en Gran Bretaña; pero así como The Sun o el Daily Mirror compiten en las interjecciones para hablar en portada del último violador desatado, el Sunday Times y otros diarios de calidad hacen uso del titular escandaloso para dar noticias del alto mundo político y artístico. Recientemente, por ejemplo, la publicación de Yellow Dog, la nueva novela de Martin Amis (considerado él mismo por algunos como truhán y presa merecida de las persecuciones más sañudas), ha producido los siguientes encabezamientos, alusivos a ciertas pésimas críticas recibidas y a su fluctuación en el Premio Booker: “Amis fuera del Booker con su perra novela”; “De dios literario a residuo desechable”; “Amis sobrevive al hachazo”.
     La crueldad encubierta, el sarcasmo de tintes negros, la economía de la malicia, no han tenido, sin embargo, mejor portavoz periodístico que Félix Fénéon (1861-1944), una figura tan rica que sólo con su capacidad de elipsis se le podría hacer justicia en una presentación obligatoriamente breve como ésta. Fue, en su larga, descollante y también borrosa, furtiva vida, actor principal, comparsa, teórico desafiante y servidor de los genios. Amigo de Toulouse-Lautrec, Bonnard y Signac (que le retrataron), miembro, junto a Mallarmé, Verlaine, Huysmans, Laforgue o Maeterlinck, de la primera generación simbolista, en la que desempeñó además el papel de animador de sus mejores revistas literarias, Fénéon ha sido siempre reconocido como uno de los mayores y más avanzados críticos de arte de la modernidad: señaló antes que nadie la grandeza de Seurat, a quien estudió y catalogó, tuvo un ojo muy perspicaz para el arte africano, y cuando a partir de 1906 se hace cargo de la sección contemporánea de la reputada Galería Bernheim, protege a los entonces emergentes Matisse y Van Dongen, contrata generosamente a Vuillard, y presenta en una exposición que haría historia a los futuristas italianos.
     Dandy a la moda más de Nueva York que de Londres, diletante de gran cultura literaria que favoreció las primeras publicaciones de Joyce en Francia y propagó —en los casi diez años que fue jefe de redacción de la famosa Revue Blanche— la obra de, entre otros, Ibsen, Jarry, Gorki y Strindberg, la palabra que mejor le describe es la que usó Françoise Cachin al presentar hace casi cuarenta años una antología de sus escritos teóricos: sourcier, zahorí o buscador de fuentes.
     Pero no acaba ahí la multiplicación del personaje. Anarquista militante y colaborador asiduo sobre temas de arte en pequeñas revistas libertarias, Fénéon fue inculpado (en 1894) en el tristemente célebre proceso seguido contra el llamado Grupo de los Treinta, a los que se acusaba de diversos atentados; Mallarmé declaró ante el tribunal a favor de Fénéon, que salió finalmente libre de cargos. Una decena de años después, al desaparecer la Revue Blanche, pasa a las páginas de información general de Le Figaro, y algo más tarde llega el momento por el que este hombre escurridizo se ganó un lugar en el pabellón de las letras. A lo largo de siete meses del año 1906, Fénéon tiene un epígrafe regular en el diario Le Matin que, bajo el título de “Nouvelles en trois lignes”, consiste en la redacción peculiar, abreviada y siempre con el sesgo de una seca y demoledora ironía, de faits divers realmente ocurridos en ciudades y pueblos franceses. En esos cientos de noticias noveladas o novelas sucedidas destaca el temperamento del anarquista, el rebuscado pero siempre brillante estilista (el brillo de su escritura también deslumbra en sus críticas), y el inventivo creador de un mordiente humour noir (según los indicios, André Breton no le incluyó incongruentemente en su Antología del humor negro de 1940 por un recelo respecto al crítico de arte indiferente a la pintura surrealista que fue, ya en el periodo final de su vida, Fénéon).
     Señalando a veces el modo de recepción de la noticia (comunicado personal o telefónico, carta, boletín de agencia), Fénéon funda en sus comprimidas nouvelles un universo propio de suicidas (no siempre logrados), dignatarios frenéticos, pecadores y justicieros de la lujuria, militares inermes, mujeres y hombres desvalidos, neurasténicos, anhelantes; un universo sujeto al absurdo y donde el infortunio se palia con el deseo. Como el periodismo, al que pertenece, este arte diminuto de las nouvelles nace pegado a la “sucia realidad” y se sabe efímero en su destino. ¿O no? El propio autor, en un maravillosamente perverso artículo sobre las creaciones de la confitería escrito en 1922, “La plástica culinaria”, tal vez anticipó su epitafio o su póstumo sitio en la literatura:

Lo que reprochamos a las obras de arte es su impertinente duración. En manteca o en figuras de mazapán, y aderezadas así con el encanto de las cosas perecederas, nos hallarían proclives a amarlas, aun imperfectas. Pero, ¿acaso es seguro que incluso ellas desaparezcan? Coleccionistas piadosos adquieren ya antiguos especímenes de la plástica culinaria. Y en los museos existirá la sección de muestras de pastelería, ciudad en miniatura protegida por fanales pendulares calafateados a su basamento.
      
     Diré, en mi descargo, que en el coleccionismo y difusión devota de los amargos dulces de la cocina literaria de Fénéon no estoy solo: crece cada día, y no sólo en Francia, el interés glotón por este genial confeccionador de golosinas fatales. ~
     

— Vicente Molina Foix


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Las chicas de Brest vendían ilusión bajo los auspicios también del opio. En casa de algunas de ellas la policía requisó pasta y pipas.
     

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En la región de M.-et-L. los alcaldes no se cansan de reponer al Altísimo en la pared de las escuelas, ni el prefecto de suspender a esos alcaldes.
     

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Una mujer joven estaba sentada sobre el suelo, en Choisy-le-Roi. Única palabra de identidad que su amnesia le permitía decir: “Modelo”.
     

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Siempre se le impedía a madame Couderc, de Saint-Ouen, colgarse de su falleba. Exasperada, huyó por los campos.
     

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Louis Lamarre no tenía ni trabajo ni vivienda, pero sí algunos céntimos. Compró en una tienda de ultramarinos de Saint-Denis un litro de petróleo y se lo bebió.
     

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El médico encargado de hacerle la autopsia a la señorita Cuzin de Marsella, muerta misteriosamente, concluyó: suicidio por estrangulación.
     

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El cadáver del sexagenario Dorlay se balanceaba en un árbol, en Arcueil, con esta pancarta: “Demasiado viejo para trabajar”.
     

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La enfermera Elise Bachmann, que tenía ayer su día de salida, se manifestó loca en la calle.
     

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Cierta loca detenida en la calle se hacía pasar engañosamente por la enfermera Elise Bachmann. Ésta se encuentra en perfecta salud.
     

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En Clichy, un joven elegante se arrojó bajo un carruaje recauchutado, y a continuación, indemne, bajo un camión, que lo trituró.
     

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Unos colegiales de Vibraye (Sarthe) intentaban circuncidar a un niño. Fue liberado, pero ya tenía una peligrosa incisión.
     

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Desde su infancia, la señorita Mélinette, de 16 años, cosechaba las flores artificiales de las tumbas de Saint-Denis. Se acabó: ahora está en el Depósito.
     

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En Nîmes, seis toros fueron estoqueados por los matadores madrileños Machaquito y Regasterín, en provecho de la prensa local.
     

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Apenas casados, los Boulch, de Lambézellec (Finisterre), estaban ya tan borrachos que hubo que meterles en chirona de inmediato.
     

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Una especie de marabú al que daba hospedaje un árabe de los alrededores de Constantina se le ha llevado el cofre y la hija.
     

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Scheid, de Dunquerque, disparó tres veces contra su mujer. Como nunca la acertaba, apuntó a su suegra: el tiro dio.
     

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Abandonada por Delorce, Cécile Ward se negó a volver con él, salvo en matrimonio. Pareciéndole esta cláusula escandalosa, él la apuñaló.
     

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Explosión de gas en casa del bordelés Larrieu. Él resultó herido.

Los cabellos de su suegra llamearon. El techo reventó.
     

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Con un lazo en la mano y aullando, Kieffer, de Montreuil, tres veces internado en dos años, galopaba. Se le perdió la pista. Se habrá colgado.
     

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Eug. Périchot, de Pailles, cerca de Saint-Maixent, tenía en su casa a la señora Lemartrier. Eug. Dupuis vino a buscarla. Ellos le mataron. El amor.
     

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Una europea de Túnez fue raptada, en Medjez, por dos árabes lascivos. Pudo huir, aún intacta, pero ya medio desnuda.
     

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En la techumbre de la estación de Enghien, un pintor fue electrocutado. Se oyó el crujido de sus mandíbulas, y él se desplomó sobre la marquesina.
     

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A las cinco de la mañana, el señor P. Bouget fue abordado por dos hombres en la calle Fondary. Uno le reventó el ojo derecho, el otro el ojo izquierdo. En el pueblo de Necker.
     

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Señales distintivas de un desconocido sacado de las aguas del embalse de Bezons: la pierna izquierda anquilosada, un soldadito tatuado en el brazo derecho.
     

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Entre árabes de Douaouda: un par de ellos capturó a un galanteador demasiado audaz y lo mutiló, anulando para siempre su concupiscencia.
     

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En vano unos torpederos intentaron remontar el estrecho de Lorient: unos torpedos estaban allí dormidos, pero con un sueño ligero.
     

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Juzgando a su hija (de 19 años) demasiado poco austera, el relojero estefanés Jallat la mató. Es verdad que le quedan once hijos más.
     

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En los Jobards (Loiret), el señor David, furioso de que su mujer sólo le amase a él, la mató a golpes de horquilla y tiros.
     

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Un exceso de láudano no le procuró más que cólicos al arquitecto Godefoin, de Boulogne. Sea: se ahogaría. Pero le sacaron del agua.
     

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Encendido por su hijo de cinco años, un cohete de señales ferroviarias estalló bajo las faldas de la señora Roger, en Clichy; el estrago fue considerable.
     

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El examen médico de un muchachito encontrado en una zanja de un arrabal de Niort muestra que sólo tuvo que sufrir la muerte.
     

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Por juego o en un deseo de incendio, fue fusilado nocturnamente, en Bonnières, un mechero de gas próximo a una cuba de petróleo.
     

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“¡Morir a lo Juana de Arco!”, decía Terbaud desde lo alto de una hoguera hecha con sus muebles. Los bomberos de Saint-Ouen se lo impidieron.
     

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Como en los tiempos mitológicos, un macho cabrío asaltó a una pastora de Saint-Laurent en el lecho del río Var, donde ella apacentaba sus animales.
     

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No es por la ventana por donde se entra de noche en casa de Yolanda de Montaley, en Meudon; así que ella gritó, y sólo se llevaron su cofre.
     

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El mendigo septuagenario Verniot, de Clichy, murió de hambre. Su jergón ocultaba 2000 francos. Pero no hay que generalizar.
     

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Se van, las bailarinas laosianas que engalanaban la Exposición de Marsella se van hoy en el Polynésien.
     

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La Bartani, de Béziers, viuda, pues mató a su marido, destrozó de un balazo la nariz de Roffini. “¿Un hombre? ¡Un perro!”, dijo ella.
     

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Como resulta adecuado, el Congreso de la industria de la manzana fue presidido, en Laval, por el señor Tetilla.
     

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En el puente de Saint-Cyr, el pintor Maurice esperaba a su amiga. La mujer tardaba. De un balazo, el hombre se mató; ebriedad y neurastenia.
     

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En el local de un tabernero de Versalles, el ex eclesiástico Rouslot encontró en su undécima absenta la crisis de delirio que lo arrebató.
     

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Marcelle, de Sèvres, tenía al rentista Weiss en su cama y en el armario a Julot, que salió de allí, armado con una faca catalana, y se embolsó el oro.
     

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Las noches del Bajo-Meudon. Cuando una errabunda arrastraba a Loret hacia un antro nupcial, cuatro brutos en alpargatas le desvalijaron.
     

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El cuerpo de San Antonio de Padua fue fracturado en Saint-Germain-l’Auxerrois. El santo busca a su violentador.
     

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Trincado, en territorio de Belfort, por cinco aduaneros alemanes, Ronfort lanzó tales gritos que ellos huyeron a su país, espantados.
     

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La solicitud de la policía versallesca obró con rigor sobre diecisiete menesterosos, que dormirán menos mal en prisión que en la estación donde se les detuvo.
     

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Con un cuchillo para el queso, Coste, del extrarradio de Marsella, mató a su hermana, que, tendera como él, le hacía la competencia.
     

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El amor. En Mirecourt, el tejedor Colas alojó una bala en la cabeza de la señorita Fleckenger, y se trató a sí mismo con semejante rigor.
     

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El 515 aplastó, en el paso a nivel de Monthéard (Sarthe), a la señora Dutertre. Accidente, se cree, aunque era muy desdichada.
     

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Al regresar a casa, el labrador Vauthier, de la Chapelle-Au-Bois (Vosgos), encontró a su mujer ebria, y virtuosamente la estranguló.
     

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Por la noche, Blandine Guérin, de Vaucé (Sarthe), se desvistió en la escalera y, desnuda como la pared de una escuela, fue a ahogarse al pozo.
     

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A la llegada a Marsella del expreso de París se detuvo al conductor, un hombre funesto para los paquetes postales.
     

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El cura de la Compôte (Saboya) iba por los montes, y solo. Se acostó, desnudo del todo, bajo un haya, y allí murió, de su aneurisma.
     

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El artillero Buffet huyó de la prisión de Brest con los centinelas. Sólo él ha sido capturado.
     

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Por la mañana, Kerligant salió de la cárcel de Versalles; por la noche, volvió a entrar en ella, habiendo espoleado la susceptibilidad de un gendarme.
     

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Junto a la orilla, en Saint-Cloud, se encontró el sable y el uniforme del soldado Baudet, desaparecido el 11. ¿Crimen, suicidio o puesta en escena?
     

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El sexagenario Gallot, de Saint-Ouen, fue detenido cuando se dedicaba a trasmitir a unos soldados su antimilitarismo.
     

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El tenebroso merodeador divisado por el mecánico Gicquel cerca de la estación de Herblay ha sido hallado: Jules Ménard, recogedor de caracoles.
     

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A los ochenta años, la señora Saout, de Lambézellec (Finisterre), comenzaba a temer que la muerte la olvidase; cuando su hija salió, se colgó.
     

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Un buzo de Nancy, Vital Frérotte, que regresó de Lourdes curado para siempre de la tuberculosis, murió el domingo por error.
     

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Un “pez real” de 150 kilos se exhibe en Trouville por cuatro perras chicas. Ha sido ofrecido al Jardín de Plantas; sin respuesta.
     

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Estrangulada en su cama Batistina Giraud, Titina en términos de galantería grenoblesa, ha sido detenido Gnafron, soldado.
     

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El reservista Montalbetti, llamado Gnafron, niega con ahínco haber estrangulado a Titina Giraud, la bella de Grenoble.
     

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Arrollado por la piedad convulsiva de un peregrino de Lourdes, Monseñor Turinaz se hirió la cara y el muslo con su custodia.
     

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Una dama de Nogent-sur-Seine desapareció (1905) mientras pirineaba. Se la encuentra en un barranco, cerca de Luchon, llevando un anillo en el dedo.
     

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La Verbeau alcanzó bien, en el pecho, a Marie Champion, pero se quemó un ojo, ya que el cuenco de vitriolo no es un arma precisa.
     

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Treinta y cinco artilleros de Brest que, bajo el efecto de unos embutidos funestos, manaban por todas partes, fueron ayer medicinados.
     

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No eran los embutidos, sino el calor lo que dio la diarrea a los artilleros de Brest, según la decisión de su oficial médico.
     

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Cuatrocientos eclesiásticos recibieron en la estación de Moulins a Monseñor Lobbedey, su nuevo obispo. Cinco de ellos fueron detenidos en pleno furor sagrado.
     

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En Trianon, un visitante se desvistió y se acostó en el lecho imperial. Se pone en duda que sea, como él dice, Napoleón iv.
     

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Tres años, ésa es la edad de Odette Hautoy, de Roissy. Sin embargo, a L. Marc, que tiene treinta, no le pareció que ella fuese demasiado joven.
     

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El criado Silot instaló en Neuilly, en la casa de su señor ausente, a una mujer divertida, y después desapareció llevándose todo, salvo a ella.
     

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Por la noche, en Bézons, Charrault despertó del sueño conyugal a sus tres cuñados disparando tiros a las ventanas.
     

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En Cozes, ciento cincuenta soldados que salieron de Rochefort para las maniobras no han podido avanzar más. El calor. Y eran fuerzas coloniales.
     

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Las mujeres rojas de Hennebont saquearon los víveres aportados por las mujeres amarillas a los obreros que habían vuelto al trabajo en las herrerías. ~

— Selección y traducción
de Vicente Molina Foix

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