No era medianoche, no llovía

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La primera vez que vi la fotografía fue en un libro sobre la obra de Beckett que se publicó en España a finales de los setenta. En ella puede verse, ante la sede de Editions de Minuit (la mítica editorial que fundara Jérôme Lindon), una reunión de escritores que están posando en París en un día de invierno de 1959. Les está retratando Mario Dondero, enviado desde Roma por L’Espresso. El pie de fotografía de mi libro dice: “Le Nouveau Roman en la puerta de Editions de Minuit, 7 rue Bernard-Palissy, París. De izquierda a derecha: Alain Robbe-Grillet, Claude Simon, Claude Mauriac, Jérôme Lindon, Robert Pinget, Samuel Beckett, Natalie Sarraute, Claude Olier.”
     Todos estos autores publicaban en Editions de Minuit. Del Nouveau Roman faltan en la fotografía Marguerite Duras y Michel Butor, y en cambio sobran algunos, que nunca fueron encuadrados dentro de aquel nuevo movimiento novelístico también conocido como L’ecole du regard (La escuela de la mirada). Sobra muy especialmente Claude Mauriac, que está en la foto porque era de Editions de Minuit y porque acababa de publicar un raro libro ensayístico sobre lo que llamaba la aliteratura contemporánea. El pobre Claude Mauriac era tan consciente de que sobraba que se colocó de perfil y con la cabeza baja, casi avergonzado de haberse metido donde no le llamaban.
     Llama la atención de esa foto el hecho de que de entre los escritores aún no muy famosos que ha sabido captar Jérôme Lindon para su pequeña editorial francesa hay dos (Samuel Beckett y Claude Simon) que, con el tiempo, serían premio Nobel. ¡Dos Nobel en una editorial tan diminuta! Como mínimo, Lindon tenía olfato literario. Claude Simon está, a la izquierda de la fotografía, diciéndole algo a Robbe Grillet, que parece estar pensando en la maldad que acaba de oír. Tal vez comentan la ausencia de Michel Butor, nunca se sabe.
     Al igual que aquella célebre foto de The Beatles cruzando a pie una calle de Londres (con Paul Mc Cartney descalzo), la Foto Minuit ha desencadenado todo tipo de especulaciones literarias y hasta un curioso ensayo en torno a la semiótica del “lugar de cada uno de los escritores” en esa instantánea del italiano Dondero, también llamada La instantánea de la escuela de la mirada. El lugar, por ejemplo, elegido por Jérôme Lindon para posar es el que menos conflictos de interpretación ha producido, puesto que el editor se situó exactamente en la puerta de la editorial, “como un guardián delante de un templo”, ha escrito Johan Faerber. A Natalie Sarraute, por ejemplo, hay quien la ve distraída, ajena a la cámara, a la espera de conectar con algunos de sus queridos “tropismos”. Beckett observa con estupor beckettiano el humo del cigarrillo del desinhibido Robert Pinget mientras que Claude Olier se sitúa casi al margen de la foto, como si estuviera preguntándose si él realmente pertenece o no al Nouveau Roman.
     Lo más curioso de todo es que el Nouveau Roman existe por esa foto. No hace mucho, Robbe-Grillet me contó que, antes de la foto, ese movimiento no existía, se hablaba de él en los periódicos, pero era un asunto de críticos, siempre empeñados en clasificar: “La escuela del Nouveau Roman nunca existió, la inventó un fotógrafo llamado Dondero, al que le dijeron que no podía volver a Italia sin una foto de aquel movimiento novelístico francés y le dio tal coñazo a Lindon, que esté acabó llamando a sus escritores y les convocó para una foto en el 7 de la rue Bernard-Palissy. Algunos como Duras no pudieron acudir, otros como Butor llegaron tarde. El hecho es que la fotografía hizo creer al mundo que existía ese movimiento literario en Francia.”
     Ocho años antes de la foto, en 1951, Beckett concluía Molloy con unas palabras sobre la medianoche (minuit) que han hecho correr ríos de tinta y que, de forma indirecta (no se sabe si de forma premeditada o totalmente casual), comenzaron a poner en órbita el nombre de la editorial que había publicado el libro: “Entonces entré en casa y escribí, Es medianoche. La lluvia azota en los cristales. No era medianoche. No llovía”.
     No llovía el día de finales de agosto de este año cuando, tras rendirle mi homenaje de todos los años a Marcello Mastroianni (fui a misa de diez y media en Saint-Sulpice, la iglesia donde tuvieron lugar el 19 de diciembre de 1996 los funerales del actor, todos los años le recuerdo con esa visita y de paso escucho la música de órgano del señor Roth), me dirigí a la cercana rue Bernard-Palissy para ver por primera vez cómo era el portal del número 7. Me fotografié exactamente en el lugar en el que posó Robbe-Grillet para aquella foto, junto a la tubería, que sigue ahí. Y sonreí, como si acabara de oír una maldad de Claude Simon. No era medianoche, no llovía. En el momento exacto en que estaba sonriendo para la foto, abrieron la puerta del número 9 (que pertenece también a Minuit, descubrí que ahí se recibe el correo de la editorial) y una mujer joven, con mucha correspondencia escrita, salió a la calle y entró, a gran velocidad, en el número 7. Me aparté como si fuera un turista que hubiera elegido un absurdo lugar para fotografiarse. Unas doce horas después, yo estaba en el hotel ya, a punto de dormir, dedicado a la caza de tropismos, como si Natalie Sarraute tratara de comunicarme algo. Luego, paró de llover. Por la mañana, llamó Robbe-Grillet al hotel. Le pregunté qué le había dicho Claude Simon aquel día. Él no se acordaba, hacía demasiado tiempo de todo aquello. Unas doce horas después, noche ya cerrada, comencé a sospechar que Claude Simon debió decirle que no llovía. La sospecha comenzó a esa hora de la medianoche en la que todo se puede imaginar, lo recuerdo muy bien. Llovía. –

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