Museo del escritor

Una visita a un raro y olvidado museo. 
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En un artículo sobre museos raros me enteré de la existencia del Museo del Escritor; la nota era breve y me provocó curiosidad, aunque no la suficiente como para ir a conocerlo. Meses después, pocos, me encontré con otro texto parecido en donde también se mencionaba que el museo podía desaparecer pronto. Fue la amenaza, acaso la suma de coincidencias, lo que terminó por impulsarme a visitarlo.

Busqué la página de internet para conocer su ubicación: el mapa de Google indicaba un punto detrás de las oficinas de la delegación Miguel Hidalgo, sobre Parque Lira. Después de navegar en el sitio web por algunos minutos noté que no se habían realizado actualizaciones en por lo menos dos años y medio. La sección “Libro del mes”, que fue dedicada a Cien años de soledad en marzo de 2012, tenía la siguiente nota introductoria: “El escritor colombiano, Gabriel García Márquez, cumple 86 años este miércoles”. Decidí acudir de todas formas; si el museo ya no existía, podía resultar interesante descubrir en qué se había convertido.

Acudí un martes en la mañana y fue fácil llegar al lugar desde la estación de Metrobús Parque Lira. Me desilusionó que en realidad fuera solo un salón, aunque amplio, del Faro Bicentenario, en donde fui recibido por un escritorio vacío, una catrina extemporánea sentada sobre su pequeña silla de madera, y por un fumigador que salpicaba con veneno los intersticios de las paredes. Pensé que estaba cerrado o que mi visita era inoportuna aunque el letrero de la puerta indicaba lo contrario; como nadie me pidió que saliera, decidí seguir adelante a pesar del intenso olor a insecticida.

El salón está dividido por mamparas donde se encuentran escritas las biografías de los autores cuyos libros y pertenencias se eligieron para componer la exposición. En la primera de ellas leí que el lugar se había fundado por una sugerencia de Eugenio Aguirre y había sido retomada por René Avilés Fabila. Mientras que leía esa información se acercó a mí un hombre que dijo ser el encargado del Faro Bicentenario, mas no del Museo del Escritor, para darme la bienvenida. Fue un momento solemne y me sentí importante, aunque el privilegio debía ser, con mucha seguridad, una coincidencia motivada por la visita del fumigador que acababa de salir. Sostuvimos una plática breve en la que me contó con orgullo que unas personas de Estados Unidos los habían visitado recientemente en busca de unas novelas policíacas que escribió José Revueltas. Cuando le pregunté si recibían muchas visitas, me contestó que el promedio de lectura de la delegación Miguel Hidalgo era de 1.5 libros al año, respuesta con la que satisfizo mi curiosidad sin contestar directamente. También me dijo que era mejor acudir al museo después de las dos de la tarde, cuando un sujeto de nombre Fernando, de quien habló de manera entusiasta, impartía visitas guiadas, y que el Faro Bicentenario albergaría la exposición solo unos meses más: “Por ahí de junio o julio del 2015 será trasladada al centro cultural en el que se convertirá el antiguo Cine Cosmos”, comentó antes de despedirse.

Di una vuelta al recinto y conocí que la exposición está conformada, principalmente, por primeras ediciones y libros autografiados, en su mayoría de autores mexicanos, que se resguardan en pequeñas cajas de cristal empotradas a las mamparas. Recuerdo primeras ediciones como El águila y la serpiente, El libro vacío, Beber un cáliz, Farabeuf y La región más transparente, y libros autografiados como La tumba, Linda 67, Memorias de España y Ensayo sobre la ceguera. Hay también objetos que pertenecieron a diferentes autores como la máquina de escribir de Gustavo Sainz, el pasaporte español de Elena Garro, una grabadora de Rodolfo Usigli, una Laptop Power Book 165 de 1993 que fue usada por Marco Aurelio Carballo y una carta que el gerente de Editorial Botas envió a Vasconcelos para informarle el resultado de las ventas de La tormenta.

Las mamparas conforman una herradura cuya parte interna está dedicada al Centro Mexicano de Escritores; allí hay fotografías de algunos becarios destacados y la mesa de trabajo del lugar. En el fondo del salón hay una mesa con distintas ediciones de Don Quijote de la Mancha. El recorrido es breve; no me tomó más de veinticinco minutos aunque anduve con lentitud.

Ya me iba cuando llegó la encargada de la mañana. Me pidió disculpas por el olor a insecticida, por eso se había ausentado, y quiso conocer mis impresiones sobre la exposición. No se me ocurrió ningún juicio o sugerencia; para no quedarme callado o responder un cortante “está bien”, dije que me había parecido una exposición breve. Me dijo que eso cambiaría pronto, cuando el museo fuera trasladado al Cine Cosmos. Si el recinto resguardaba entonces 150 libros, todos ellos propiedad de René Avilés Fabila, podía llegar a contar hasta con 3,000; la colección completa de primeras ediciones y libros autografiados del autor mexicano.

La encargada me pidió que escribiera mi nombre en el libro de registro antes de salir, y así pude enterarme de cuántas personas visitan el museo diariamente. Pasé unas hojas hacia atrás de manera azarosa y vi que el lunes 3 de noviembre habían recibido dos visitas; el martes 4, cuatro; el miércoles 5, una y el jueves 6, otra. Destacaba el jueves 13, cuando tuvieron ocho visitantes. El martes 18 de noviembre mi nombre fue el primero de la lista. “A veces vienen grupos y entonces tenemos más gente”, me dijo la encargada, amable y satisfecha.

           

           

 

 

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(ciudad de México 1984) Narrador. Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas y director de la revista Los suicidas.


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