Milagros

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Cuando Martín, obispo de Tourspartió a encontrarse con Cristo, a los veinticinco años de su episcopado y ochenta y uno de su edad, se oyó cantar salmos en los cielos. El caballero Martín fue soldado romano, y una tarde de invierno, gélida, en que la gente caía muerta de frío en las calles de Amiens, salió a caballo, envuelto en su manto de caballero, y cabalgó por la carretera que formaba parte de la gran ruta romana de Lyon a Boulogne. Y lo que sucedió ahí esa tarde del invierno de 337 ha perdurado en la memoria de la gente. Apenas cruzó el caballero las puertas de la ciudad, encontró un mendigo desnudo temblando de frío. El caballero detuvo su cabalgadura. Soplaba el viento. El soldado quieto y en silencio consideró la situación. Entonces desenvainó su espada, desgarró el manto en dos mitades e hizo entrega al mendigo helado de una mitad de la prenda y se cubrió con la mitad que conservaba.

John Ruskin, en su libro sobre Amiens, expone que el manto de caballero, según todas las probabilidades, era la capa de rayas rojas y blancas usada por los reyes de Roma, principalmente por Rómulo. Colores que no se respetaron en la erguida e insuperada representación del suceso pintada por el Greco. La desobediencia es afortunada: el Greco es el más cumplido colorista de la pintura española y en este cuadro certifica su prestigio.

En la noche del sucedido, un sueño bajó al caballero romano, en el sueño aparecía Nuestro Señor Jesucristo, de pie frente a él en medio de los ángeles. Vestía el medio manto que le había dado al mendigo. Y Jesús interrogó a los ángeles: “¿Saben ustedes quién me vistió así? Mi servidor Martín, que no está siquiera bautizado.” Y el caballero, a consecuencia de la visión que lo había favorecido, se apresuró a recibir el bautismo. Tenía veintidós años.

A la muerte del “muy eminente y en verdad incomparable” obispo Martín, fue preconizado para sucederlo en el episcopado un tal Bricio, a quien, aunque, “era arrogante y vano, se le consideraba casto de cuerpo”. A 33 años de su ordenación, un lamentable cargo fue levantado contra él: una mujer a quien sus criados daban a lavar la ropa, y que por razones religiosas había dejado de vestir ropa laica, quedó encinta y dio a luz un niño. Se atribuyó la paternidad del niño a Bricio.

Al darse a conocer la acusación la gente de Tours se alzó en furia. Y los fieles que echaban la culpa al obispo buscaron lapidarlo hasta darle muerte. “La piedad de santidad que ha manifestado ha sido solo cubierta para ocultar sus hábitos depravados”, vociferaba la multitud, “no permita Dios que nos manchemos besando sus indignas manos”. Bricio negaba los cargos. Por fin, en la iglesia repleta ordenó “tráiganme al niño”. Le llevaron al bebé, de solo treinta días de nacido. “En el nombre de Jesucristo, hijo de Dios todopoderoso –dijo Bricio al niño–, si soy de verdad tu padre, te ordeno que lo declares ante toda esta gente que nos está oyendo.”

Se dejó sentir gran tensión en el templo, los feligreses inmóviles y silenciosos esperaban. El niño habló: “tú no eres mi padre”, declaró. ¿Cómo habrá sonado esa voz? Se alcanza mayor teatralidad y se refuerza el carácter milagroso de la situación si la imposible voz del bebé no es infantil, sino de adulto, ronco y tajante.

La gente suplicó a Bricio que interrogara al lactante para que declarara quién era su padre. Bricio respondió: “No puedo hacer eso, solo puedo intervenir si el asunto me afecta a mí, si ustedes quieren dilucidar más acerca de la paternidad del lactante pregunten ustedes.”

Pero esta demostración no fue suficiente. Aunque nadie se animó a interrogar al niño, la gente buscó otra reclamación y bruscamente conjeturó que el obispo se había valido de artes mágicas para hacer hablar al niño, y volvió a rebelarse y acometió a Bricio y lo arrastró fuera del templo gritando: “Tú ya no nos guías ni mandas con tu falso nombre de pastor…”

Pero aquí tenemos que dejar al pobre Bricio verificando una vez más que nadie queda nunca contento con nada.

Todas las citas de este escrito pertenecen a un libro de inagotable deleite, la Historia de los francos de Gregorio de Tours (Auvernia, 538-Tours, 594), también obispo de Tours. Son los tiempos merovingios, tiempos de fin del mundo, el pagano, y lento y vacilante nacimiento de otro, el feudal. Atila está por salir a escena, la marea de bárbaros inunda el Imperio romano. Época, como vimos, de omnívoro apetito de credulidad. Época salvaje y refinada donde da comienzo la llamada Edad Oscura. Y claro al desarrollarse en esta época, este libro, redactado por un protagonista (nótese que da cuenta sin inmutarse de la declaración del niño), es extraordinario.~

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(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.


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