Miguel Delibes: del lenguaje al compromiso

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El escritor Miguel Delibes, fallecido el 12 de marzo de este año en Valladolid, cubre con su literatura la segunda mitad del siglo XX. La sombra del ciprés es alargada se publica en 1948, y cincuenta años más tarde, en 1998, sale a las librerías El hereje, la última novela del narrador. Medio siglo redondo inventando historias, creando personajes y constituyéndose en paradigma de la mejor literatura del pasado siglo.

Miguel Delibes es un escritor coherente, comprometido y fiel a una época y a un entorno vital trascendido: su Castilla natal. La coherencia de Miguel Delibes se mide antes que nada por el riguroso e indisoluble paralelismo y sincronía entre su manera de vivir y su manera de escribir. Escribe como es y es como escribe. Existe una congruencia consustancial entre su ética y su estética. Van en él imbricadas de tal forma que son indisociables, aun a sabiendas –en propia confesión– de que la primera puede jugar en menoscabo de la segunda.

 

Yo, como novelista –escribe en “Confidencia”, de su libro España 1936-1950: Muerte y resurrección de la novela (2004)– he adoptado una actitud moral, puesto que a mi aspiración estética –hacer lo que hago lo mejor posible– ha ido siempre enlazada una preocupación ética: procurar un perfeccionamiento social. Afirmo esto teniendo muy presentes las palabras de André Gide: “Es con los buenos sentimientos con los que se hace mala literatura”, y a conciencia de que la moral nada tiene que ver con el arte, antes bien, es un lastre para el mismo. La novela que quede, quedará por sus valores literarios al margen de la preocupación del autor. Pero pese a esta convicción, yo no he podido desprenderme de ella e, incluso, estoy por asegurar que sin una norma ética como guía es muy posible que mi obra literaria, buena o mala, no se hubiera realizado.

 

Y esta coherencia entre su manera de ser y de escribir lleva inevitablemente al novelista a un claro compromiso social. Miguel Delibes es un escritor comprometido. Con su manera de pensar pero, sobre todo, con la sociedad en que le tocó vivir y escribir. Una sociedad con la que conectó a través de su literatura, pero también, y esto me parece especialmente significativo recalcarlo, por medio del periodismo.

 

Periodismo y literatura

Porque Miguel Delibes fue novelista, por supuesto, pero fue también periodista. Y lo fue a lo largo de gran parte de su biografía. No fue un escritor que de cuando en cuando escribía en los periódicos –como tantos otros– sino que fue, repito, sustantivamente periodista. En él, además, periodismo y literatura nunca discurrieron disociados. En el discurso de agradecimiento al doctorado honoris causa por la Universidad Complutense de Madrid (1987), lo dejó bien claro: “Periodismo y literatura han sido en mi vida dos actividades paralelas que se han enriquecido mutuamente. Primero, como parecía obligado, fue el periodismo. Y en él aprendí tres cosas fundamentales: a redactar, a valorar humanamente la noticia y a facilitar al lector el mayor caudal de información con el menor número de palabras posible.” Y he aquí su conclusión más expresa: “A través de mi viejo periódico El Norte de Castilla, de mis libros y novelas, mi objetivo ha sido siempre buscar al otro, conectar con mis conciudadanos, tenderles un puente.”

Conectar con sus conciudadanos. Compromiso con sus lectores, sea desde la prensa sea desde la novela. Él mismo bautizó esta actitud, en otro de sus textos, como “sentimiento del prójimo”.

 

En este sentimiento [escribe en el prólogo al volumen iii de La obra completa de Miguel Delibes (Ediciones Destino, 1968)] lo fundamental, a mi juicio, es eso, sentirlo; quiero decir sentir al prójimo, esto es, que éste lo sea, lo siga siendo para nosotros. Si el prójimo fuese de verdad prójimo [próximo] el problema estrictamente social [el dinero y los accesos que su posesión supone] quedaría resuelto de inmediato. Lo grave es dejar de sentir al prójimo, aislándonos, eliminar las conexiones […]. En ningún momento de la historia el hombre ha estado tan alejado del hombre como en nuestros días. Los hombres nos encerramos en nuestra propia concha, dándose la paradoja de que siendo [los hombres] cada día más, cada vez estamos más solos.
La solidaridad se evapora y el hecho simple de vivir en sociedad se convierte en pura quimera, cuando no en drama.

 

Pues bien: este sentimiento del prójimo, este compromiso social de Miguel Delibes, se da y se percibe tanto en su obra literaria como en su escritura periodística. Y fue esta, incluso, la que primero puso al escritor en contacto vivo y directo con la realidad circundante, con la sociedad que le tocó vivir y los problemas de esa sociedad sometida a la dictadura franquista. Le hemos oído asegurar que fue el periodismo el que le enseñó a
“valorar humanamente la noticia”. Que sería tanto como decir a “descubrir al hombre” –al prójimo– tras el acontecer cotidiano, tras los hechos y sucesos que son objeto de noticia. Y al encontrar al hombre, particularmente al desvalido, al postergado de la sociedad, al perdedor, Delibes se pone siempre de su lado. Toda su biografía periodística es una lucha y un alegato constante a favor de los desfavorecidos de su tierra natal, de su Castilla. Pero atención: Cuando al periodista le cierra la puerta la censura de la época –años cincuenta y sesenta–, él salta por la ventana y se pasa a la novela. “Cuando a mí no me dejan hablar en los periódicos –le confiesa a César Alonso de los Ríos en su libro Conversaciones con Miguel Delibes (1993)– hablo en las novelas. La salida del artista estriba en cambiar de instrumento cada vez que el primero desafina a juicio de la administración.”

Es lo que hizo en su novela Las ratas (1962). “Las ratas, sin duda alguna, es un libro mucho más duro que los artículos que publicábamos en El Norte de Castilla. Las ratas y Viejas historias de Castilla la Vieja son la consecuencia inmediata de mi amordazamiento como periodista.” Y en un artículo publicado precisamente en el periódico de Valladolid, en noviembre de 1997, a raíz de la trasposición de la novela al cine, se explayaba en este mismo sentido:

Escribí mi novela Las ratas “invitado” por la censura de 1960. Me explicaré. La estrechez de la vida campesina en el medio siglo [se refiere al xx] era de tal envergadura que en El Norte de Castilla, del que entonces era director, iniciamos una campaña gráfica y literaria para llamar la atención sobre el abandono de nuestra región. Pero los poderes públicos, en lugar de atenderla, la prohibieron, la campaña, quiero decir. Pero yo no podía callar ante las condiciones de vida de mi región: una vida pobre para el estamento campesino, en unos pueblos ruinosos y mal comunicados, sin agua, teléfono, y a menudo sin electricidad. Con mi novela me lancé, pues, a proclamar esta triste realidad que no podía denunciar en la prensa.

 

Miguel Delibes le busca las vueltas a la censura y encuentra siempre el camino, o al menos el portillo, para denunciar lo que necesita denunciar, sea por medio del periodismo, sea por medio de la novela. Es la actitud del escritor comprometido que dejará fijada en su libro Un año de mi vida (1972): “Nuestra misión consiste en criticar, molestar, denunciar, aguijonear al sistema de hoy y al de mañana, porque todos los sistemas son susceptibles de perfeccionamiento; y esto, a mi modo de ver, sólo puede hacerse desde una conciencia libre.” Pues esa conciencia libre, esa independencia de criterio, la ejerció Miguel Delibes a lo largo y ancho de su vida y de su literatura. Nadie le ató, nadie le condicionó, nadie le calló. “Nunca he soportado ni tolerado –son palabras suyas en Un año de mi vida– que nadie intente llevarme más allá o dejarme más acá de donde yo quiera ir.”

 

Fidelidad a una tierra

Esta libertad crítica de conciencia, este sentido de compromiso que acabo de enunciar, lo llevó a la práctica Miguel Delibes en relación, sobre todo, con su tierra y sus gentes, con su paisaje y su paisanaje, como a él le gustaba decir. La fidelidad del escritor a sus raíces y escenario vital es otra de las características –ligada sin duda a las anteriores– que marcan la trayectoria humana y literaria de Delibes. “Cuando yo tomé la decisión de escribir, la literatura y el sentimiento de mi tierra se imbricaron. Valladolid y Castilla serían el fondo y el motivo de mis libros en el futuro.” Tales eran las palabras de agradecimiento al recibir, en 1986, el título de Hijo Predilecto de Valladolid. Y Delibes cumplió a rajatabla esta decisión. Él es el novelista de Castilla por antonomasia. El poeta Jorge Guillén, en carta al novelista fechada en Cambridge, en junio de 1976, lo reconoce y proclama paladinamente:

 

Yo admiro que usted, sin salirse de su patria y de aquel Régimen, haya podido y sabido desarrollar una obra tan extensa, tan libre, tan aireada, tan auténtica, durante años tan duros para un escritor. Nuestra Castilla la Vieja no tenía una voz narrativa en prosa, siempre en una especie de rincón. Y es usted el primer novelista de esa meseta postrada.

Novelista y notario, pues, de la Castilla postrada, marginada, irredenta. Bien patente queda en la mencionada novela Las ratas y en gran parte de su narrativa. Francisco Umbral dijo que Miguel Delibes había sabido, a posta, claro está, “desnoventayochizar” Castilla.

Los escritores de la generación del 98 hicieron estética de Castilla; Delibes hace sociología y denuncia.

 

Miguel Delibes [en palabras de César Alonso de los Ríos] es un escritor con territorio propio. Y cuando esto es así, ocurren dos cosas con sus fieles lectores: Que cuando llegan a ese territorio físico sienten la sensación de que están entrando en la literatura del escritor, o viceversa: que cuando recorren su literatura tienen la sensación de que están recorriendo y sintiendo su territorio geográfico.

 

Pero recurramos de nuevo a las personales reflexiones del novelista sobre su vocación castellanista en su biografía y en su literatura:

 

Mi pupila [escribe en la introducción de Castilla, lo castellano y los castellanos (1979)], acomodada ya desde origen, no se ha dejado deslumbrar por los cielos altos y los horizontes lejanos de mi región, envolviéndolos en una piadosa ojeada contemplativa para recrearme, luego, en blandas pinturas a la acuarela, sino que ha descendido, tal vez un poco abruptamente, al hombre para describir su marginación, su soledad, su pobreza y su deserción presentes […]. Un suelo pobre como el nuestro, dependiente de un cielo veleidoso y poco complaciente, unido a una política arbitraria que permite subir el precio de la azada pero no el de la patata, y al recelo proverbial del hacendado castellano, cicatero y corto de iniciativas, que prefiere, por más seguro y rentable, invertir en la industria los menguados beneficios del campo, han dejado a Castilla sin hombres ni dinero, en tanto la energía que produce, sin aplicación posible en la región, alimenta a la industria ajena, para ya, metidos de lleno en un delirante círculo vicioso de contradicciones, y aprovechando la desertización de algunas de nuestras provincias y su nula capacidad de protesta, se ha dispuesto la instalación de centrales nucleares con objeto de continuar sosteniendo el desarrollo del vecino con el riesgo propio. Aquel viejo dicho de “Castilla hace a sus hombres y los gasta”, en el que se pretendió simbolizar la abnegación y el desinterés castellanos, apenas si conserva hoy algún sentido, puesto que la Castilla desangrada de esta hora está resignada a hacer sus hombres para que los gasten los demás.

 

No son pocos los textos delibeanos, bien narrativos, bien periodísticos o ensayísticos, en los que Castilla se erige en protagonista. Recordemos a este respecto Las ratas, Viejas historias de Castilla la Vieja, El disputado voto del señor Cayo, El tesoro, Diario de un cazador, Castilla habla o Castilla, lo castellano y los castellanos.

Este declarado y practicado castellanismo de Miguel Delibes, sin embargo, hay que precisar que no se queda reducido nunca a un regionalismo costumbrista, sino que trasciende fronteras y alcanza un sentido y una significación universales.

 

La universalidad de una novela [reflexiona Delibes en su ensayo “El novelista y sus personajes” (2004)] no la determina su localización, un tema ambicioso o el hecho de barajar en ella altos personajes. La universalidad se deriva, a mi juicio, de la agudeza y penetración con que se observa un pedazo de mundo, por pequeño que este sea, y a través de interpretación y de un juego bien calculado de reflejos y resonancias, ofrecer una visión del mundo entero, de la vida toda.

 

O dicho más sentenciosamente: “Yo considero que la universalidad del escritor debe conseguirse a través de un localismo sutilmente visto y estéticamente interpretado” (discurso de ingreso en la Real Academia, en 1975).

De lo particular, pues, a lo general, de Castilla al mundo. Y prueba de ello son las numerosas e incesantes traducciones de sus obras a más de veinticinco idiomas. Los personajes de su galería literaria han cruzado fronteras y son ya ciudadanos –reconocibles– del mundo todo. Y si lo son los personajes, habida cuenta de que el novelista los nombró más de una vez vicarios suyos, lo es también el novelista. Miguel Delibes hizo suya la confesión de un personaje de la primera novela: “Soy como un árbol que crece donde lo plantan.” En Valladolid, en Castilla. Pero la sombra de ese árbol, como la del ciprés del título de esa su primera novela, es alargada y se proyecta más allá de su territorio original.

 

Yo escribo de oído”

Miguel Delibes cierra con las siguientes palabras la pesimista introducción –citada extensamente en el epígrafe anterior– a su libro Castilla, lo castellano y los castellanos: “Mas esta mansedumbre, esta pasividad, esta especie de fatalismo que de siempre acompaña al castellano, no excluye la existencia de un idioma –que por extendido hemos dejado de considerar nuestro–, unas costumbres, una cultura, un paisaje, una forma de vivir.”

La perdurabilidad y excelencia del idioma castellano, algo de lo que se siente orgulloso Delibes. Porque será ese idioma del pueblo, rico y hondo, el que él asuma, lo haga suyo, lo transcienda y lo convierta en literatura. “De Valladolid y Castilla –confiesa en sus palabras de agradecimiento por el nombramiento de Hijo Predilecto de Valladolid, en septiembre de 1986– he tomado no sólo los personajes, escenarios y argumentos de mis novelas, sino también las palabras con las que han sido escritas.” Ya en su discurso de aceptación del doctorado honoris causa por la Universidad de Valladolid, tres años antes, en enero de 1983, lo había dejado sentado más por extenso:

Si el lenguaje es una de las virtudes que se ensalzan en mis escritos, habrá que reconocer que, en buena medida, ese lenguaje no es mío, es del pueblo, lo he tomado prestado. El mérito, por tanto, en un alto porcentaje, es de mis paisanos. Es decir, si yo escribo bien es porque ellos hablan bien. La precisión, la expresividad, la tersura, el vigor, la flexibilidad de ese lenguaje me han sido dados, estaban ahí; el castellano es un bien mostrenco del que yo arteramente me he adueñado. Esto supone, en el mejor de los casos, que yo soy un testigo de Castilla que he levantado acta notarial sobre las formas de expresión de nuestros pueblos en la segunda mitad del siglo XX.

Está claro que Miguel Delibes, en este reconocimiento y ponderación cortés del lenguaje popular como fuente de su lenguaje literario, peca de modestia y generosidad. La “precisión, la expresividad, la tersura, el vigor y la flexibilidad” que el novelista detecta y elogia en el habla de Castilla, pueden ser valores intrínsecos al idioma, sí, pero son materiales inanes que el artista, el artífice del relato y de la sintaxis de ese relato, debe hacer suyos, recrear, reinterpretar y otorgarles categoría literaria. Y Miguel Delibes lo consigue con altos grados de excelencia. Él no se limita a reproducir las voces, los tonos, los timbres que escucha, eso, a todo más, sería pura crónica periodística; el novelista pasa el lenguaje heredado por el tamiz de su creatividad, de un estilo personalísimo y en absoluto plural ni generalizado, y lo convierte en materia literaria única. El caracolero, el capador de cerdos, el cazador, el pastor de ovejas, el apicultor de Castilla habla no hablan como Delibes les hace hablar en su libro. El lenguaje y particularidad expresiva de cada caso son pura ficción y recreación literaria que nos lleva a concluir –a los lectores– que aquellas criaturas nos están hablando directamente y las estamos escuchando primigeniamente tal cual como primero las escuchó el cronista. Delibes imprime al lenguaje comunitario –sin que el lector advierta que deja de serlo– la singularidad del magistral manejo de ese idioma y ese lenguaje común, o por mejor decir, de ese lenguaje corriente y moliente. Pero vuelvo a repetir: todo es apariencia, todo es ficción. Hay en el escritor una profunda transformación interior que el lector, por descontado, no percibe ni tiene por qué percibir. Es más: en opinión del profesor Santiago de los Mozos, Miguel Delibes reinventa el castellano coloquial dándole categoría de literario. Tal ocurre en Diario de un cazador, tal ocurre en Las ratas.

 

Delibes [dice De los Mozos comentando precisamente esta novela] es un escritor genuino que no se empantana en lo circunstancial, sino que se apoya en ello para alzar el vuelo, y sólo para el vuelo nace la literatura y, en general, el arte. Sin esta ascensión no hay más que crónica, reportaje o costumbrismo. […] Delibes hizo pronto una elección y apuesta de muy grave riesgo: la elección del registro hablado de la lengua, del español hablado frente al demasiado contaminado de literatura (no siempre ilustre) y de retórica (pocas veces persuasiva). Idioma hablado y por crear, frente y contra el idioma ya hecho y escrito. La gran empresa de Delibes, y en Las ratas nos brinda un ejemplo singular, ha sido la recastellanización de la lengua española. No para volver atrás, sino para que el español se renueve, se depure y acreciente con el acento de Castilla.

 

El acento de su Castilla natal y de su Castilla literaria, que son en Delibes una misma cosa. Su compromiso, del que venimos hablando desde las primeras líneas de esta glosa, se extiende también al lenguaje. El novelista –y por supuesto también el periodista– se siente comprometido con el castellano como herramienta de trabajo pero también como conciencia y testimonio de su gente y de su tierra. Si sus personajes son como son porque hablan como hablan, de igual manera Miguel Delibes es como es porque se expresa con el lenguaje justo que da fe de la coherencia y la fidelidad que ha caracterizado su vida y su literatura. Cualquier lector atento puede constatarlo. ~

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