Megalópolis

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Una de las aportaciones menos gloriosas del siglo que recién termina es la de las megalópolis, engendros urbanos de caos, fealdad y multitudes. Paolo Gasparini, fotógrafo italiano (Gorizia, 1934)  que ha pasado buena parte de su vida en Cuba y Venezulea, y quien es ya reconocido como una de las grandes figuras de la fotografía en Latinoamérica, autor de Panorámica de la arquitectura latinoamericana y Para verte mejor, América Latina,  rescata en su más reciente libro Magalópolis todo el fascinante horror de tres universos urbanos: Sao Paulo, Los Ángeles y la Ciudad de México.

El texto de este Portafolios es de Juan Villoro, cuyo más reciente título es Efectos personales (Editorial Era, 2000).
Las ciudades de
Paolo GaspariniJuan VilloroDiscípulo de Walter Benjamin, Paolo Gasparini dispone de una estrategia esencial para recorrer ciudades: perderse en ellas.

Sus excepcionales fotografías son una lección de extravío; en esos agitados horizontes, las brújulas y los mapas no son posibles.

Cada imagen llega con la urgencia de algo salvado del naufragio, el saldo estremecedor de que en ese viaje sólo hubo camino de ida.
     Para Gasparini, el espacio urbano es una tempestad donde puede ser, al modo de Julio Cortázar, un "Robinson deliberado", sobrevivir de milagro a lo que ha visto.
     Aunque su natal Italia es pródiga en plazas y palacios que envejecen con absoluta fotogenia, y Caracas, la ciudad donde vive desde hace décadas, brinda las más modernas variantes de la destrucción urbana, Gasparini fue hechizado por la desmesura y decidió explorar tres avasalladoras formas del caos: Los Ángeles, Sao Paulo, México, d.f.

Aquejado de una fecunda laberintitis, Gasparini se perdió durante años en esos paisajes y salió con una bitácora de explorador cuyo título rinde tributo a uno de los más peculiares inventos del siglo xx: Megalópolis.

El libro fue editado en Italia por la Galleria Regional D'Arte Contemporanea Spazzapan, y sus imágenes caen como el Tarot que Calvino baraja en El castillo de los senderos cruzados.

El variable orden de las escenas genera distintos relatos. El libro de Gasparini está integrado por tres cuadernos donde se mezclan escenas de Los Ángeles, Sao Paulo y México.

Enemigo de las fronteras, el explorador megaurbano propone combinar paisajes para crear una ciudad de ciudades, la desaforada Arcadia que incluye a todas las demás. El espectador puede practicar una lectura "horizontal" de cada cuaderno o contrastar los tres en una lectura "vertical".

Esta invitación al vértigo se funda en un principio lógico: las megalópolis no tienen paisaje entero. Ni siquiera desde el aire poseen contornos definidos; con desesperada elocuencia, los topógrafos las definen como manchas urbanas.
     Megalópolis ofrece el reverso irónico de las tarjetas postales, donde la Torre Emblemática o el Monumento Decisivo representan la ciudad.

Los Ángeles, Sao Paulo y el d.f. carecen de símbolos que condensen su multiplicidad.

Para ser fiel a este desconcierto, Gasparini ha creado una simulación del infinito, imágenes combinatorias que retratan un territorio sin confines, donde los ideogramas de neón arden de noche y las ruinas siguen creciendo.
     Zonas de saturación visual, las ciudades de Gasparini están marcadas por huellas, cicatrices, signos del voraz uso al que han sido sometidas.

El fotógrafo se concentra no sólo en la vida que sucede en esas calles sino en las miradas que el paisaje arroja sobre sí mismo; registra la publicidad convertida en el decorado urbano más explícito, los delirantes encabezados de los periódicos, las infructuosas señales de orientación, las pruebas de que eso existe para ser visto y comentado.

La megalópolis entrega una intrincada fábrica de representaciones. Un hombre se compara con el Caballero Águila de un museo; una muchacha sonríe, segura de ser vista; el vaquero de Marlboro preside una azotea donde sólo es real el humo; un ángel náhuatl ve pasar la historia desde su tiempo de piedra.

Anuncios. Mensajes. Trampas para la mirada ajena.
     Paolo Gasparini baraja las ciudades con ánimo de tahúr; sus cartas están marcadas por contrastes, correspondencias, secretas afinidades.

A veces, el juego de azar se llama "Los Ángeles", otras "Sao Paulo", de pronto "México". Contra la inescrutable condición de las megalópolis, el fotógrafo reparte sus revelaciones, las profecías que nos han tocado en suerte. –

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