Mario Vargas Llosa: el más completo

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Hace algunos años se hizo una encuesta para elegir la mejor novela peruana del siglo XX. Cuando leí la noticia, me sorprendió descubrir que no había ganado Mario Vargas Llosa. Luego entendí la razón: seis de sus novelas estaban entre las diez finalistas. El jurado había dividido sus votos. La obra de este escritor es tan vasta, tan ambiciosa, tan diversa, que es imposible quedarse con un sólo libro. Están, entre otros, La ciudad y los perros, con sus adolescentes intensos y el microcosmos asfixiante de un colegio militar que sirve para dar cuenta de las estructuras opresivas de toda una sociedad; La casa verde, que se atreve, exuberante, a soñar la novela total, a urdir un mundo y una geografía complejos en los que entran monjas y aventureros; Conversación en la Catedral, con su monumental estructura narrativa, una radiografía completa de cómo el poder es capaz de corromper todos los sectores de una sociedad; la apocalíptica La guerra del fin del mundo, que demuestra que, a veces, los sueños de la razón de Estado y los del fanatismo religioso pueden terminar mordiéndose la cola; la entrañable La tía Julia y el escribidor, que recupera al melodrama para la gran literatura; La fiesta del Chivo, un thriller político y también una de las mejores “novelas del dictador” que se han escrito. Están los ensayos, las novelas cortas, el teatro, los cuentos, sus memorias…

En los años noventa, los escritores que nos iniciábamos en América Latina encontramos un modelo en la literatura de Vargas Llosa. De todos los escritores del Boom, nos parecía que era el más completo, y que su influencia podía disimularse mejor que la de García Márquez. Su realismo bebía de las fuentes decimonónicas (Flaubert, Victor Hugo) pero se abría a las grandes innovaciones formales del siglo XX (Joyce, Faulkner) y permitía escribir novelas de corte social sin que uno se sintiera obsoleto o panfletario. Al mismo tiempo, en esa década, la gran mayoría rechazó una faceta vargasllosiana, la del intelectual público que interviene constantemente en los grandes debates de su tiempo; atraía más el estilo del escritor norteamericano, que se dedicaba a su obra y casi no intervenía en la esfera pública. También hubo un distanciamiento con sus posturas cada vez más liberales.

La década pasada le perteneció al huracán Bolaño. Apareció una nueva generación latinoamericana que rechaza la idea de la “novela total” y defiende, por un lado, estéticas minimalistas, y por otro está embarcada en proyectos menos deudores del tronco principal del realismo. Así, daba la impresión de que Vargas Llosa comenzaba a correr la misma suerte que García Márquez hace quince años: la de un escritor muy leído y admirado, pero que ya había dejado de hacer escuela. Sin embargo, mi intuición es que los fervorosos bolañianos de hoy son también, aunque a veces no lo sepan, vargasllosianos (2666 cumple todos los requisitos novelescos del escritor hispano-peruano). Y que la influencia también existe cuando uno es un antimodelo: así como García Márquez mostraba estar muy presente cada vez que un escritor joven atacaba todo lo que significaba Macondo, hoy Vargas Llosa está muy presente en cada escritor joven que rechaza la idea de la “novela total”.

– Edmundo Paz Soldán

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(Cochabamba, 1967) es escritor. Su libro más reciente es Los días de la peste (2017).


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