Los espejos del gesticulador

Urge diseñar instrumentos eficientes, rápidos y objetivos para desenmascarar a los plagiarios en el ámbito académico mexicano.
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Existe en la internet “un portal de formación ciudadana en derechos de autor y denuncia por casos de violación a la propiedad intelectual y a los derechos de autor cometidos en Hispanoamérica” (www.plagiosos.org). El sitio web –que tiene su sede en Colombia– realiza “estudios de caso”, reproduce y comenta legislación relacionada y divulga artículos pertinentes.

Me parece tan ejemplar ese sitio ciudadano como lamentables las inercias institucionales para enfrentar el plagio académico como la plaga que es. Yo no tengo más que agregar al sucinto repaso de los males que causa y ya he publicado aquí: ataca a las universidades, ensucia la responsabilidad de pensar, enseñar e investigar, debilita la inteligencia individual y social, asalta las arcas públicas, vitamina la corrupción, abate la calidad de la enseñanza y atiza la gesticulitis general.

En estos días mis compañeros Alida Piñón y Gerardo Martínez, reporteros de El Universal, difundieron un nuevo caso: el de un historiador de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo llamado Rodrigo Núñez Arancibia, acusado de plagiar un libro colectivo, Religion in New Spain (2007). Los verdaderos autores, siete investigadores de otras tantas universidades norteamericanas, denunciaron el hecho. (Es decir, que a la lista de males hay que agregar el descrédito internacional de las instituciones mexicanas.) Este mismo señor Núñez Arancibia se recibió como doctor en sociología en El Colegio de México firmando como propia una investigación de la académica chilena Dra. Cecilia Montero.

La Universidad Michoacana ya destituyó al plagiario y el Sistema Nacional de Investigadores (SNI) del CONACyT le retiró su estipendio. De acuerdo con los reporteros, entre 2010 y 2015, Núñez Arancibia recibió sólo del SNI la cantidad de 875 mil pesos como investigador. Un robo diferente sólo en el monto a los que cometen los políticos corruptos.

Se trata, pues, de un nuevo, pequeño avance de la ética en el ámbito académico mexicano. Se suma a la destitución hace un par de años de un académico de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Boris Berenzon, plagiario hasta la autoparodia. También es de celebrarse que en el caso de la Universidad Michoacana haya sido poco el tiempo transcurrido entre la denuncia y la sanción. Boris Berenzon fue destituido en 2013, nueve años después de la primera acusación  de plagio (en el ínterim recibió el Premio UNAM y se fue de sabático a París).

El Colegio de México, que se enteró hace tres semanas apenas de las acusaciones contra Núñez Arancibia, ha reaccionado con prontitud y, habrá que suponer, lo hará también con objetividad y prudencia, anunció que este fin de semana se pronunciaría sobre el asunto. No será difícil comprobar el hurto; lo complicado será cómo reaccionar ante él, y determinar en qué medida fallaron los mecanismos de evaluación que lo permitieron.   

Tiene razón la profesora Montero cuando señala la urgencia de trasladar a las instituciones académicas los rigores y las responsabilidades de la transparencia. Que “se hurgue en cómo se cocinan las cosas en los protegidos claustros universitarios”. Divulgar las formas académicas del robo “no puede sino ayudar a quienes los dejaron pasar a revisar sus conciencias” al tiempo que “reconfortará a esos alumnos, profesores e investigadores honestos que hicieron bien su trabajo”.

Porque es cierto: los académicos tramposos convierten en sus aliados a quienes les permiten hacer trampa, a quienes por cualquier cantidad de motivos (que no razones) aminoran la parte de responsabilidad que les toca como tutores, jurados o autoridades académicas. Las lealtades entre grupos y mafias, los méritos canjeables por puntos, los estímulos y becas pueden atizar una voracidad proporcional al descuido con que se firman vistos buenos. 

La batalladora “Bárbara Bautista Gómez” (pseudónimo de alguien que decidió emplearlo por temor a represalias en su cruzada contra Berenzon) lo dice mejor: : al plagiario “simularon formarlo sus profesores, simularon guiarlo sus directores de tesis, simularon leerlo críticamente sus sínodos, simularon evaluarlo las comisiones dictaminadores, simularon corregirlo sus editores”. Y concluye lacónicamente: “encontró espejos de su gesticulación en casi todas partes”.

Urge que en el ámbito académico mexicano diseñemos instrumentos eficientes, rápidos y objetivos, como los de PlagioSOS, para romper esos espejos. 

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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