Tempestades tenebrosas

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Joan Sales

Incierta gloria

Traducción de Carlos Pujol, Barcelona, Destino, 2012, 584 pp.

 

Asombra cómo llegaron a amar la guerra, la vida y el amor los hombres como Joan Sales. En parte, la posguerra y una renovada pasión moral fueron la continuación de la guerra por otros medios. Hay un gozo de la servidumbre y grandeza militar, del fragor bélico, en las páginas de Incierta gloria. A la vez, no vivir la vida sino que la vida nos viva. Triunfan –dice– los incapaces de proponerse algo imposible. Fue una guerra salvaje y al mismo tiempo noble –según se ve en Incierta gloria– porque abría las puertas de la gloria. Vertebra una literatura heroica que tiene por fundamento una idea de la patria, pero sobre todo el afán de gloria. En la guerra como en el amor, el deseo de gloria descarga tempestades tenebrosas. Si no la mejor, Incierta gloria es una de las novelas fundamentales sobre la Guerra Civil y una de las grandes narraciones de la literatura catalana, de tradición novelística irregular y tardía. Merecía un traductor como el escritor Carlos Pujol, cuya literatura, siendo tan distinta de la de Sales, es a la vez cómplice de una trascendencia. Sales regresa del exilio en 1948 y publica Incierta gloria en 1956, una versión intervenida por la censura. En 1971, amplía la cuarta parte, titulada Ultimas noticias y la llama El viento de la noche, luego editada como relato independiente que concluye en 1969.

En aquella guerra de todos y de nadie, el mundo acaba siendo de los oportunistas de retaguardia, una estirpe corrupta que sobrevive sin integridad alguna en la posguerra que el sacerdote Cruells –tercera voz narrativa– relata en El viento de la noche. Lluís de Brocà –primera voz narrativa–, inicialmente alférez de infantería, alaba el coraje en las trincheras del otro bando, el arrojo de sus hombres, y describe con pasión los rasgos de una guerra que así obtiene un fulgor irrepetible. Entre ofensivas y contraataques en el azaroso frente de Aragón, Lluís –unido a Trini, segunda voz narrativa en cuyas cartas se vierte una retaguardia de delación e iglesias incendiadas– vive un deslumbrador enamoramiento con la Carlana, mujer misteriosa, cuyo marido fue asesinado por los anarquistas, algo así como una dominatrix más allá de la libido, habitante de un escueto castillo, efigie remota de doble rostro que prefigura a Eros y Thanatos, de mirada casi siempre distante y acerada, ante la que el alférez se arrodilla. Ella no quiere saber nada del amor porque solo desea vivir para sus hijos y sentirse acompañada por el olor de un gran armario de nogal antiguo, que todo huela a espliego y pan caliente, el perfume de los atardeceres, las raíces de un pasado que intuye –siendo una sirvienta matrimoniada con el hijo de la casa– incluso en la grotesca galería de retratos dinásticos. Para Lluís, ese enamoramiento no es del todo ciego: lo compara a la santateresa o mantis religiosa que en el acto de aparejamiento paroxístico acaba devorado por la hembra. A su pesar, las gentes de Incierta gloria confían en la salvación y en las incertidumbres de una categoría de la felicidad aunque tener ideales no impida las más graves pesadillas.

Aparece y reaparece Soleràs, tránsfuga por naturaleza entre un Ubú discursivo y el caos existencial de un Karamázov, escenógrafo contemplativo de las momias del monasterio de Olivel de la Virgen profanadas por los anarquistas del pueblo, que son la otra cara de la peripecia de Trini en busca de la fe cristiana en una Barcelona de catacumbas, ciudad hundida en el terror y el caos incivil. La Barcelona ya “abatida, resignada y cínica”. Un horror más inicuo en la retaguardia que en el frente. Es turbador el episodio de aquellos oficiales del frente republicano que piensan en marchar sobre Barcelona para acabar con el anarquismo. Deserciones de uno a otro lado y viceversa, entre las sombras de una derrota del alma, con dosis de coñac Fundador y comisarios políticos que el guerrero desprecia por instinto. Soleràs es un Job revoltoso, alguien que sabe que sin riesgo no hay fe, como estadio trágico de la joroba de Kierkegaard. Soledad poblada de espléndidos personajes secundarios que saben del humor –ecos de Pickwick– y el coraje. Reorganización de brigadas tras el hundimiento del frente, sesiones continuas de artillería que es como el álgebra ante la prosa de las trincheras y la epopeya maquinal de los tanques de montaña. Seres que batallan al tiempo que anhelan el perdón y la patria perdida. Retiradas y voladura de puentes, el balneario de lujo extraviado entre los dos ejércitos. Como el tañido de las campanas del ángelus, algo sobrenatural queda perfilado entre la derrota y la larga posguerra desolada. Resplandece la vida auténtica por contraste con los simulacros de la gracia, avalada por un destino cuya grandeza cuenta como aliados con la humildad y tantas formas del amor que van cristalizando en Incierta gloria.

Al reflexionar sobre los errores imperdonables del bando republicano en la Guerra Civil, las horas del exilio en México llevaron a Sales a postular el aliento épico de Verdaguer y los versos patrióticos de Guimerá como energía pura de la Renaixença y por eso el enemigo a abatir sería D’Ors y la escuela noucentista. Es decir, como causas de la flaqueza de Cataluña, Sales señalaba el intelectualismo y la moral considerada como amenidad, la literatura como juego frívolo e irónico frente al impulso de un ideal por lo que reivindicó el espíritu militar catalán frente al afrancesamiento de D’Ors.

Honor y deshonor pugnan por predominar en aquellas encrucijadas en las que la penitencia y el mal consumen sus paradojas. “Nuestro afán de ser comprendidos solo se puede comparar a nuestra desgana por comprender a nadie”, se dice en Incierta gloria. La novela de Sales tardó demasiado en ser comprendida. Chocaba con las hegemonías que monopolizaron la cultura catalana a partir de los años sesenta. Por supuesto, nadie ha hecho un “mea culpa”. Como diría Soleràs, tal vez lo obsceno y lo macabro también son parte de la gloria. El instinto de la gloria. ~

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(Palma de Mallorca, 1949) es escritor. Ha recibido los premios Ramon Llull, Josep Pla, Sant Joan, Premio de la Crítica, entre otros.


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