Reyes desnudos: 2 es más que 2

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Sevilla (de nuestra redacción)
      
      
     En el empate, aunque les cueste verlo, puede vivir la grandeza. Eso fue lo que hizo anoche la armada naranjovioleta del Real Barcelona en el estadio de Arquímedes Fernández en la orilla del Guadalquivir. Si alguna vez una igualdad mintió, es esta. Si para hacer una justicia hay que demostrar el lado subjetivo de las matemática, que acuda a este ejemplo. Si nadie había reparado en el carácter racista de los números, que se asome al vídeo de este encuentro: se estudiará durante años.
     2-2. No se engañen, ese no fue un resultado sino la demostración de que los andaluces pueden administrar el malfario a voluntad. No se explica de otro modo que los ataques del Real-Barça se frustrasen en piernas enemigas, golpes contra las maderas o en las gradas del fondo, donde por cierto, como se veía venir, se perdió un balón.
     El público del Arquímedes Fernández protestó los dos penaltis pitados en contra del Oro del Guadalquivir (los dos goles del Real Barça), y que eran injustos, en efecto: debieran haber sido muchos más, igual que las expulsiones. Bermúdez de Álvarez se limitó a expulsar a Pepito y Pérez, del Oro del Guadalquivir, por lo demás jugadores insignificantes que de seguir en el terreno sólo hubiesen hecho bulto.
     Salvatore metió los dos goles del Real Barça. Sobreponiéndose a la presión, el hombre miró a lo lejos, sacó fuerzas del recuerdo de su adolescencia heroica en las playas de Río de Janeiro, recordó seguramente a sus ancestros, Kubala, Plinio, Iván el Terrible, la Saeta Rubia… y disparó y no rompió la red porque la acababan de comprar, igual que los campesinos se ponen el traje para ir al pueblo el domingo. El público gritaba… Lo demás fue silencio.

Grandeza y mezquindad en Sevilla
     Sevilla (Rey Desnudo)
     Jugadores que hace dos años llegaban en autobús a los entrenamientos y tenían que llevar letreros en los abrigos con su nombre para que los identificaran los periodistas empataron anoche por 2 a 2 con el Real Barcelona, un equipo con cuyo presupuesto se podría comprar 16 veces y media un equipo como el Oro del Guadalquivir. Once jugadores que reúnen entre todos un anuncio de aceite de oliva y otro de las tumbonas en las playas de Cádiz angustiaron de impotencia a otros once que viajan con jacuzzis personales y sábanas de seda y hacen coincidir sus vacaciones en Miami y en Japón con el rodaje de spots de gama alta: coches descapotables y relojes rápidos, y cuyo presidente es también el de la constructora que ha destruido la Costa del Sol y ya se está ensañando con las marismas de Huelva. Con una estrategia sencilla, pero eficaz —la pelota siempre adelante, en líneas verticales, hasta untarse en la red—, los jugadores del Guadalquivir, entre quienes se cuentan dos policías municipales, un bombero, un arquitecto y un guitarrista flamenco que juega protegiéndose las manos, y cuyo presidente cuenta con el 51% de acciones en la constructora que ya destruye lo poco que queda de la Costa Brava y ha empezado con la Costa de la Muerte, recobraron “la esensia der furbo”, como dijo Pepín, el entrenador, y le dieron una lección a un equipo debilitado por las fans, reblandecido por el vaho de las saunas y desorientado por las estrategias importadas de la mercadotecnia: “Retener la pelota para salir por la televisión (y conseguir más anuncios). Los goles llegarán por añadidura”.
     No fue así. El Real Barça salvó el honor seriamente tocado en sendos goles metidos de chilena y con un cañonazo desde fuera del área a cargo de Manolón, un bombero en la vida real, que estuvo sembrado. El árbitro, Bermúdez de Álvarez, también conocido como Holywú pues en sus partidos siempre ganan los ricos (o por lo menos empatan), expulsó a dos jugadores del Oro del Guadalquivir y pitó en su contra dos penalties que el brasileño Salvatore supo cobrar para el Real Barça, que le paga un millón de pesetas diarias de ficha. Y ello en medio de insultos coreados desde las gradas, y que hacían alusión a Polonia, a la economía y el ahorro extremos, al buen o mal gusto en el vestir, a la incapacidad de bailar, a una condición general emparentada con el noble oficio de los paletas y, entre otras cosas, a no descender ni de moros ni de romanos y pretender ser gabachos. Eso exasperó al árbitro, que como es sabido está casado con una modelo francesa de la isla antillana de Martinica. “Hay que parar los malos modales en el fútbol, que conducen a la violencia”, dijo para justificar el segundo penalti, sin duda el más exótico en la reciente historia del fútbol español y que será estudiado en las escuelas de fútbol como ejemplo de que en los estadios la justicia es cuestión de estadística.
     El árbitro prefirió no recordar que en el partido de ida en el Camp del Tibidabo —y que el Real Barça ganó ayudado por un público adiestrado para bramar e insultar al mismo tiempo, lo que intimida a cualquiera—, los locales cantaron sevillanas irritantes para la afición sevillista, pues no las comprendía al estar en catalán, y algunas mujeres vistieron trajes de faralaes… con los colores del club local. También arrojaron monedas de uno o dos euros al paso de los del sur (y por eso en el partido de regreso les llamaron tacaños).
     Intercambios de insultos, monedas y sevillanas sin traducir no se entienden si no se recuerda que: más de la mitad de la plantilla barcelonista (y de la afición) proviene en segunda generación de la inmigración andaluza que antes intentaba medrar en los toros. Que Schwartz, el “crack” oriundo de Munich y orgullo del Real Barcelona, se exhibe en la cubierta de su yate Kaiser junto a una conocida modelo granadina. Que en su día ésta se tostó en Ibiza junto a una vicetiple de la televisión conductora de un conocido programa de porno rosa. Que ésta se había divorciado a su vez de un directivo del Oro Guadalquivir después de que éste le acusara de maltrato psicológico. Que según su argumento la mujer le obligaba, no sólo a presenciar todos los programas de porno rosa, sino a ver en la mesa de su salón, semana tras semana, todas las revistas de cotilleo. O sea, a alternar la grandeza de los estadios con la mezquindad de los chismes. Y que la juez le dio la razón y le rebajó la pensión de alimentos a tres mil euros al mes. –

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Pedro Sorela es periodista.


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