La ficha negra también juega

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Ellen Duthie & Daniela Martagón. Mundo cruel. España, Traje de lobo (Wonder Ponder), 2014

 

Mundo cruel no es -o no es solo- un libro. Es una caja, para empezar. Hay que abrirla, extraer las tarjetas y desplegar algo que recuerda a un tablero pero resulta ser un póster. La caja es un juego. Las tarjetas contienen, de un lado, una ilustración, del otro, preguntas. Arrancamos, pues, como si fuéramos a jugar maratón. Pero con una diferencia: las preguntas no tienen respuesta. Es un maratón suspendido, donde el juego está en el diálogo que se genera entre jugadores mientras buscan la respuesta. Es el ejercicio filosófico por antonomasia: toma un concepto y decortícalo.

El concepto en cuestión es la crueldad. Las ilustraciones representan escenas que, sin ser de una violencia gráfica ni mucho menos, tampoco están edulcoradas: una niña que mata hormigas, un hombre al que se le caen los pantalones y otros que, al verlo, ríen; una escena escolar de bullying; una rata gigante que, en bata de laboratorio, examina a un niño atado a una mesa.

El “decorticador” en cuestión -y en ello yace la gran peculiaridad del proyecto- es un niño. ¡Un niño! O varios. ¡O varios! ¿Qué puede saber un niño de la crueldad y, sobre todo, por qué querríamos introducir en su cabecita inocente algo tan oscuro? Por el momento no hay niños en mi vida pero, si hubiera, a todos les hubiera regalado esta caja estas navidades, y aquí voy a intentar explicar por qué. (Spoiler: no es para deprimirlos ni traumatizarlos; los quiero bien, a mis niños hipotéticos).

El lenguaje, la epistemología, la ética y la metafísica están presentes en las preguntas cotidianas y espontáneas de los niños. ¿Por qué condenar esas curiosidades al callejón cerrado de las respuestas lapidarias (“porque sí”, “es lo correcto”, “los mataron los malos”) en vez de al camino abierto de la reflexión propia y ordenada? Porque no es fácil, seguro, porque el adulto está ocupado y le angustian la violencia y las cosas que no puede controlar. Lo que el equipo de Wonder Ponder sostiene, sin siquiera tener que decirlo, porque en su convencimiento les parece una obviedad, es que, con un poquito de ayuda, este camino de la reflexión propia puede emprenderse, sin más armas que la propia experiencia y el propio raciocinio, temprano en la vida. Muy temprano. Como buen juego, la caja indica la edad (+8 años y adultos), pero el germen del proyecto se dio en niños de 4 y 5 años.

Ellen Duthie (traductora de profesión, pero filósofa por formación e interesada en la educación y literatura infantil por vocación), llevaba un tiempo dirigiendo talleres de filosofía en preescolar, cuando quiso abordar con ellos el tema de la crueldad, y no encontró material. Entonces su amiga Daniela Martagón (ilustradora licenciada en Artes Visuales por la UNAM, y con un Máster de Álbum Infantil Ilustrado de la escuela “i con i”), generó una serie de dibujos que llevaron al salón. Así nació Mundo Cruel. Sumaron a Raquel Martínez Uña (quien trabajó nueve años en la edición para adultos antes de participar en la puesta en marcha de la editorial Narval y cursar el Máster Internacional en Libros y Literatura Infantil y Juvenil de la UAB) y juntas fundaron la editorial Traje de Lobo y, dentro de esta, el sello Wonder Ponder, filosofía visual para niños.

Lo de “visual” es importante. Son las escenas ilustradas –naif en estilo, pero nunca ingenuas en su contenido- las que disparan, a la par de las preguntas, la reflexión. Que haya una considerable variedad de tarjetas también importa. Una sola podría conducir, por agotamiento y/o redundancia de los jugadores, no solo al final del diálogo sino también a un relativismo facilón: depende, todo depende. En cambio, la multiplicidad de ejemplos permite que el niño devele sus contradicciones y vaya construyendo por capas, con sus complejidades, su propia idea de crueldad. Y, quizás incluso más importante, su capacidad de indagar, cuestionar, y cambiar de opinión.

La caja no le incluye su Sócrates privado. Las preguntas son interruptores para el diálogo pero no son, no podrían serlo, automáticamente dialécticas. No hay un manual para el mediador: si el niño responde que A, entonces sugiérale que B. No. Son los propios jugadores los que deben elegir cómo y cuándo pasar a la siguiente pregunta. Tampoco se especifica, en ninguna parte de la caja, que no hay respuestas absolutas. Y este exceso de confianza hacia el usuario es lo único que me desconcierta de Wonder Ponder y es, a la vez, la prueba máxima de su coherencia. Yo quisiera un manual del correcto uso de la ironía socrática porque no confío en mi capacidad para llevar este diálogo con mis niños hipotéticos (todos más cabrones que bonitos) a buen puerto. A mis titubeos, imagino que Wonder Ponder respondería: Confía y dialoga, que el puerto está en el camino mismo. A edad tan temprana queremos inculcar el pensamiento y no necesariamente, aunque pueda que suceda, descubrirles la mayéutica.

La caja sí contiene usos sugeridos, tampoco es que las autoras nos hayan abandonado a nuestra suerte, y WP tiene una excelente página web en donde los jugadores pueden ampliar la experiencia. Contiene también, la caja, tarjetas en blanco, para que los niños elaboren su propias escenas de crueldad y preguntas al dorso. Esto me gusta en particular porque tanto cuestionar la crueldad, tanto contemplar la violencia y el canibalismo, le enseñan, seguro, al niño sobre su capacidad de filosofar, pero también le enseñan que su lado salvaje es tan perfectamente humano como su lado racional. Y abrir con las tarjetas en blanco la puerta de la autoría los inicia, bajita la mano, en la posibilidad de subliminar sus pulsiones a través de la creatividad.

Regalaría esta caja (y las próximas que hará Wonder Ponder, con temas como la identidad, la conciencia y la felicidad)  porque le veo otros, grandes y duraderos regalos brotándole por las ramas: el regalo de aprender a articular las ideas propias y luego evaluarlas con transparencia; el de fortalecer la confianza en su capacidad de razonar y de resolver desacuerdos y dudas a través de la palabra; el de fomentar la empatía por las experiencias y circunstancias ajenas y el respeto a las opiniones diversas.

Quiero alentar a mis niños hipotéticos a respetar la diversidad porque de lo contrario, ¿quién va a convencerlos de huir de los extremos y de su falsa, reconfortante idea de superioridad? ¿Quién si no cada uno de ellos -y cada uno de los muy reales niños de usted y de los suyos- va a decidir llegada la hora entre el camino bilateral del diálogo y el unilateral de la bala?

Hay que dejar que los niños vivan sus titubeos con paciencia, que vivan su desconocer las respuestas con orgullo: como un interruptor de la sana reflexión y no cómo una carencia vergonzosa. (Podemos estar seguros de que tanto la escuela como el maratón harán lo opuesto). Hay que hacerle saber a los niños que su no-saber (su ficha negra) también juega. Y que es su principal aliado hacia el saber. Es la verdadera llave de su pensamiento, y que de eso, de su llave y de su pensamiento, son ellos mismos los dueños. Esta, creo, es la noble tarea que Wonder Ponder, con gusto y una ligereza meditadísima, ha emprendido. Por eso yo y mis niños hipotéticos (todos más entusiastas que bien portaditos), celebramos este lanzamiento a grito pelado. 

 

 

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(ciudad de México, 1983) es narradora. Umami, su primera novela, saldrá en Literatura Random House en febrero 2015.


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