El poeta

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Walt Whitman

Hojas de hierba

Traducción, introducción y notas de Eduardo Moga

Barcelona, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2014, 1580 pp.

Tal vez se me pueda permitir la trasnochada trascendencia de afirmar que quien leyera a Walt Whitman a la edad decisiva de los trece o catorce años ya está en cierto sentido “salvado” para siempre. Para ese lector, impresionado por la potencia incomparable de esas revelaciones, aturdido por tal rotundidad liberadora, sin duda ignorante de las fuentes que el poeta de West Hills estaba actualizando y que más o menos venían diciendo lo mismo desde la Antigüedad (aunque nunca con tanta decisión, generosidad y valentía), el encuentro del Canto de mí mismo en aquella edición de Lumen que reproducía la traducción de Jorge Luis Borges suponía, al mismo tiempo, el comienzo y el final de algo: un hallazgo definitivo para el que anduviera buscando pistas, anclas, certezas, y un estímulo apremiante para seguir escarbando, la demostración definitiva de que en la literatura, y especialmente en la poesía, se encontraban cosas que por fin tenían algo que ver con todos nosotros. El problema fue que pocas veces, por mucho anhelo con el que se rastreara, se iba a poder repetir una experiencia semejante en intensidad a la primera lectura de las Hojas de hierba. Se podrían encontrar poetas mejores que Whitman, más profundos, más inteligentes o más sensibles y delicados, pero jamás igual de poderosos, nunca más directos, en ningún momento del camino ningún sacudimiento parecido, ya nunca semejante conmoción. Como dijo el propio Borges, “durante un tiempo, pensé en Whitman no solo como un gran poeta, sino como el único poeta. De hecho, llegué a pensar que todos los poetas del mundo hasta 1855 se habían limitado a conducir hacia Whitman.”

Ahora el poeta y crítico barcelonés Eduardo Moga acaba de aportar un hito a la bibliografía whitmaniana en español, ofreciendo una traducción íntegra, imponente y soberbia de la edición de Leaves of Grass de 1891, la que su autor prefería, aquella que pidió expresamente que se reprodujera y tuviese en cuenta en el futuro. A la sobrecogedora relectura de estos poemas (que suenan mejor que en la traducción del ecuatoriano Francisco Alexander, la única completa que había leído hasta hoy), se añaden por supuesto los sucesivos prólogos que Whitman fue escribiendo para las distintas ediciones de sus poemas, incluida la extensa carta que escribió a Ralph Waldo Emerson para agradecerle su positiva lectura del libro embrionario de 1855, y se ha adjuntado además una muestra muy pequeña de “La prosa de Whitman” de la que se pueden extraer pistas sobre los poemas, aunque, puestos a completar la bibliografía primaria sobre ellos, tal vez hubiese sido más adecuado y novedoso ofrecer las tres reseñas anónimas –y muy elogiosas– que el poeta escribió y publicó sobre sus propias Hojas, ansioso por que se comprendieran bien la intención y el significado de sus versículos.

Pero lo más admirable del trabajo de Moga está, aparte de en la propia traducción, en su introducción en cinco secciones, que es ejemplar en su género: a un breve repaso a la “Vida y obra de Walt Whitman” se unen unas páginas imprescindibles sobre “La importancia de Hojas de hierba” en las que, aparte de recapitular lo mejor y más relevante de lo que sobre Whitman se ha dicho en el último siglo y medio, se aportan lúcidas opiniones propias que hablan de esta obra como de un poema único y totalizador, la obra de toda una vida que fue asistiendo a “un crecimiento orgánico” y natural desde los doce poemas de 1855 hasta la gigantesca criatura que ahora leemos aquí (tan voluminosa que de hecho parece al límite de lo manejable: solo unas pocas páginas más y esta edición tendría que haberse presentado en dos tomos). Tras ello viene una recapitulación de la “Presencia de Whitman en las letras hispánicas” que casi habría dado para un interesante opúsculo exento, y en la que se da cuenta de hasta qué punto ha sido fecunda la influencia de las Leaves en la poesía de lengua española (aunque se evitan referencias a las últimas décadas): uno se creía más o menos enterado de ello, pero en estas páginas he aprendido varias cosas que no conocía, y hay que reunir a los consabidos Martí, Darío, Jiménez, Huidobro, Neruda, García Lorca o Borges con algunos otros poetas importantes, aunque de menos nota, para completar el grupo de los influidos e inspirados (que van desde los temerarios epígonos y los imitadores explícitos hasta los que no llegaron más allá de la admiración rendida y fascinada). Moga reserva un cuarto bloque para “La recepción crítica (negativa) de Hojas de hierba”, donde se reproducen muchas de las reacciones que despertó la primera salida del libro, atendiendo muy especialmente (como avisaba el rótulo del epígrafe) a los ataques más frontales y despiadados, que leídos ahora producen verdadero regocijo: tanto si reprochaban desvaríos morales o psicológicos como si se centraban estrictamente en sus opciones estilísticas, son muy divertidos casi todos esos misiles dirigidos contra Whitman, que se los esperaba, pues, como explica Moga, quien osara publicar en los Estados Unidos de 1855 determinados versos alusivos a la homosexualidad, o en los que se igualaran símbolos o dogmas religiosos con efluvios corporales o realidades imperceptibles y aparentemente anodinas, “está garantizándose, no solo la incomprensión, sino el odio de muchos. En la atención que muchos diarios o publicaciones periódicas dispensaron a esa primera edición de Hojas de hierba, y también a las siguientes, alienta, no una inquina personal, y ni siquiera una discrepancia estética, sino, sobre todo, una ininteligibilidad social y casi cósmica, un sentimiento de pertenencia a un orbe nuclearmente distinto a aquel en que habitaba Whitman”.

Por último, la bibliografía que ha utilizado Moga está muy actualizada, pues han llegado a tiempo de verse consideradas dos novedades del mismo 2014: la versión íntegra al catalán de las Fulles d’herba que ha llevado a cabo Jaume C. Pons Alorda para Edicions de 1984, y La extensión de mi cuerpo, en la que Antonio Rivero Taravillo ha traducido para Nórdica Libros una selección de fragmentos del Canto de mí mismo, con ilustraciones de Kike de la Rubia. Con todos esos materiales, acumulados y superpuestos desde 1855 hasta hoy mismo, se ha logrado armar un libro que, como todas las obras maestras, siempre se nos presenta como nuevo, renovado y renovador; siempre en forma y nutritivo; siempre joven, alegre y optimista; siempre sabio, aleccionador y definitivo. Es obvio que no se debe leer solo a Walt Whitman, pero también parece que con él bastaría, que sus Hojas de hierba, como los dátiles para los náufragos, habrían sido suficiente para poder sobrevivir. ~

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(Zaragoza, 1980) es poeta y crítico literario. Ha publicado los poemarios Un tiempo libre (La Veleta, 2008) y Abierto (Pre-Textos, 2010)


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