Deudas y dolores (originalmente de 1962, alguna vez publicada en dos tomos como Niños y hombres en 1969 en aquella colección Reno, título original Letting Go, rebautizada para esta ocasión siguiendo las instrucciones del propio autor) fue el segundo libro de Roth, luego del triunfal y premiado y polémico debut de los cinco cuentos y nouvelle reunidos en Goodbye, Columbus (1959). La novela tuvo en su momento buenas críticas pero se le reprochó cierta densidad en su tono y forma (posteriormente Roth se referiría a su construcción con “bloques de consciencia”) en los que se extrañaba un tanto la contundente ligereza de sus relatos sobre judíos rebeldes intentando romper los moldes y cadenas de tradiciones varias. Más de cuatro décadas después, pueden apreciarse todavía mejor las intenciones –y la arriesgada jugada– de Roth. Tanto en Niños y hombres –como en la siguiente Cuando ella era buena, de 1967, su otra gran novela “olvidada” sobre parejas en conflicto, donde refina aún más el personaje/ente de la mujer fatal y fatalizante– a Roth no le preocupaba tanto seguir los dictados de idolatrados mayores como Bernard Malamud y Saul Bellow sino explorar otra región de la tradición literaria norteamericana más cercana al realismo mental de Henry James o a la denuncia doméstico-social de Theodore Dreiser & Co. Dos años más tarde, Roth descubriría para siempre lo rothiano con El lamento de Portnoy y abriría la puerta a varias obras maestras como Mi vida como hombre, La visita al maestro, La contravida, Operación Shylock, El teatro de Sabbath, Pastoral americana, La mancha humana, La conjura contra América y –apuesta segura– Exit Ghost, que aparecerá en ee.uu. en octubre de este año y donde dirá adiós a su alter ego Nathan Zuckerman. Hasta entonces, la visita o revisita a las idas y vueltas del luminoso joven Gabe Wallach (un romántico convencido que de que toda experiencia es útil y didáctica y que todo atolladero puede anticipar la inminencia de la libertad), atraído por ese voraz agujero negro que es el cataclísmico matrimonio de Paul y Libby Herz, permite recuperar a un Roth diferente, clásico, resistiéndose a las maniobras metaficcionales sin que esto signifique que nos encontramos frente a un escritor vacilante e inexperto. Wallach es un claro antecesor de Nathan Zuckerman y de David Kepesh, abundan los detalles autobiográficos (Deudas y dolores es casi una campus-novel, transcurriendo en buena parte en las universidades de Iowa y Chicago, donde Roth fue instructor) y, como bien afirmó Bellow en su momento, “a diferencia de aquellos como nosotros que arribamos al mundo aullando, ciegos y desnudos, Mr. Roth aparece de entrada con uñas, pelo, dientes, hablando coherentemente y escribiendo como un virtuoso”.
Saul Bellow (así como Eudora Welty y Philip Roth, quien lo considera, a la par de Faulkner, como “la columna dorsal de la literatura norteamericana del siglo xx, uno y otro se constituyen en el Hawthorne y el Melville y el Twain de nuestra era”) ha sido el único narrador norteamericano (o, mejor dicho, “de Chicago”, porque en realidad Bellow era canadiense) que ha tenido el honor de ser adoptado, en vida, por ese glorioso canon que es la Library of America.

Rescatadas en tándem, vueltas a traducir, Deudas y dolores y Mueren más por desamor proponen, ahora, además, una nueva forma de aproximación. Una y otra novela –de maneras muy distintas– no sólo se ocupan, inevitablemente, de “lo judío” sino que, también, tratan del diagnóstico a fondo de un mismo síndrome: el complejo y en más de una ocasión peligroso vínculo entre maestros y aprendices. Y cerrada la obra de uno y con el otro aprendiendo –esperemos que sin apuro– los pasos para el vals del adiós, descubrimos que en la realidad ha ocurrido lo mismo que en estas dos ficciones: el discípulo ha superado al mentor y, posiblemente –como ocurre con Gabe Wallach o Kenneth Tratchenberg–, tal vez siempre haya sido el más sabio, el más talentoso y el que, finalmente, vive y sobrevive para contarlo. Todo. ~