Cromos, bares, abrazos

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Félix Romeo

Las cuatro novelas

Debolsillo, Barcelona, 2013, 516 pp.

Hace unos años, conduciendo de regreso a Madrid un domingo, a la altura de Cáceres, sintonicé Radio 3 y Félix Romeo estaba allí, hablando de Amarillo, la biografía de su amigo Chusé Izuel, el escritor que se suicidó a los veinticuatro años arrojándose por el balcón de un cuarto piso. Yo había visto a Félix Romeo dos veces en mi vida. La primera había sido en Lima, a finales de los noventa. Nos presentaron en el Centro Cultural de España y hablamos un minuto. Cuando nos volvieron a presentar unos diez años más tarde en Madrid, él dijo algo así como: “Sí, nos presentaron en el Centro Cultural de España.”

Félix Romeo había publicado Dibujos animados el año 1994, y estuvo invitado en Lima para un desaparecido encuentro anual entre escritores peruanos y españoles. Esta novela que supuso su debut literario está narrada en primera persona y posee una estructura fragmentada de capítulos muy cortos, a veces de dos líneas, que, a pesar de no ser utilizada por todos, se convirtió en uno de los sellos para identificar a los escritores de su generación, aquella que tuvo en su escaparate a Ray Loriga y José Ángel Mañas. El estilo no es gratuito ni se corresponde con la moda que denunciaban algunos críticos en esa época. Las frases mínimas que se repiten a ratos como el estribillo de una canción consiguen crear una voz tierna y también amarga. Félix Romeo parece beber de la literatura de Perec para componer esta novela de aprendizaje que recorre su infancia y adolescencia en Zaragoza, examinando los detalles que las marcaron, casi como un informe sentimental, con una manera muy personal de acordarse, donde el humor siempre está presente para aliviar las pequeñas y grandes tragedias: “Un tipo le dijo a mi madre que yo había roto los cristales del colegio jugando al fútbol. El tipo era el portero de un colegio que no era el mío y tenía quince o veinte hijos. Los quince o veinte hijos tenían un grupo musical […] Pues ese tipo le dijo a mi madre que yo había roto los cristales y mi madre le creyó. Era increíble. Mi madre estaba creyendo a un tipo que era incapaz de recordar los nombres de sus hijos. El pasado es un tiempo en el que yo era culpable.”

El fútbol, una de las pasiones de Félix Romeo, que era devoto del Zaragoza, es otra presencia importante en estos Dibujos animados. La novela se vuelve entrañable cuando narra su fracaso en la prueba para sumarse a un equipo, su afán por coleccionar cromos de futbolistas, sus zapatos ortopédicos, todo aquello que suena a lástima, pero que se convierte en una sonrisa, pese a que “Si me encontrara con la lámpara de Aladino le pediría un montón de pasta, pero antes le pediría que me hiciera olvidar el pasado […] El pasado es una pesadilla.”

Sí, porque Félix Romeo podía ser muy cascarrabias, como el Coyote que persigue al Correcaminos en su novela, una derrota que sucede una vez tras otra, una imagen de televisor que acompaña al narrador y su familia, viéndolos crecer como si ellos fueran los actores de una película francesa de esas que tienen más miradas y silencios que diálogos. Y sin embargo: “Ahí estaba la vida. Una cuestión de velocidad.” En su barrio de Las Fuentes.

Pasaron siete años hasta Discothèque, su novela bizarra, un delirio que viaja por las carreteras de Zaragoza y el desierto de Monegros. Torosantos, un exboxeador con problemas de erección que trabaja en un show porno junto a su novia Dalila Love, sufre la persecución de unos mafiosos que quieren cobrar una apuesta perdida por su padre. El padre de Torosantos apostó la vida de su hijo. El señor es un excombatiente de la Guerra de Ifni que cansa a todo el mundo contando sus aventuras. Y hay más extodo, porque se trata de una historia marginal, donde los personajes están de salida, envueltos en situaciones inéditas, algunas alucinantes como la aparición de Nayim, el héroe del Zaragoza, en el techo de la habitación de un hostal para avisar a Torosantos que su vida ya no le pertenece.

Cada capítulo de Discothèque tiene un título que es un resumen de lo que sucederá, y su extensión es breve aunque no tanto como en Dibujos animados. La estructura con saltos continuos en el tiempo recuerda a un videoclip, más cercano a la televisión aragonesa que a la mtv norteamericana, porque Félix Romeo no necesita trasladar su historia a Arizona: logra que los referentes locales funcionen en la trama, que esos bares, discotecas y hostales puedan acoger las desgracias de unos personajes en su fin del mundo.

Seis años y medio más tarde Amarillo es recibida con admiración. La elegía por el amigo que se suicida es estremecedora: “Tu muerte fue una bendición para mí: no habría vuelto a escribir si tú hubieras seguido vivo. No paro de pensar que tu muerte es un siniestro crimen perfecto con un único beneficiario: yo. No te induje. Yo quería que te repusieras, que abandonaras esa tristeza, que a mí me parecía totalmente autoimpuesta, ridícula.” Félix Romeo tiene a mano una gran cantidad de piezas, sobre todo las cartas que le escribía Chusé Izuel, pero nada es suficiente para comprender los motivos de una decisión que recorre las páginas de Amarillo como una bola de nieve.

La muerte le llegó a Félix Romeo cuatro años más tarde, en octubre de 2011, y en 2012 se publica Noche de los enamorados, la reconstrucción de un crimen cometido por su compañero de celda en la cárcel de Torrero, en la que el autor cumplió condena por insumiso. Félix Romeo escribe como un detective literario, en su última investigación sobre la muerte. Se mantiene el estilo directo y de frases cortas que suenan como el golpe de un bajo (el autor formó una vez un grupo de rock y tocaba ese instrumento). Las preguntas que se plantean sobre el crimen exigen justicia, no solo con las personas sino con las palabras.

Xordica ha editado una selección póstuma de sus cuentos, Todos los besos del mundo, y dentro de unos meses publicará una recopilación de sus artículos, pero ya no habrá más textos nuevos de Félix Romeo. Sobreviven sus libros, con buena salud, intensos, contundentes, compañeros para releer como esas historias que los amigos del colegio no se cansan de recordar. Siempre era apasionante escuchar hablar a Félix, escuchar a otros hablar de él contando su última ocurrencia. La única vez que le vi en Zaragoza cenamos en un chino y quería dejarlo todo para montar un cineclub. Que su voz siga poniendo las palabras en orden, para decirnos que la amistad es con abrazos y besos, que la felicidad es un gol de Nayim, y que la muerte es algo inexplicable.~

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