Latinoamérica

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Latinoamérica nunca fue. Ese es su futuro. Repite tercamente el ciclo recurrente de su trunquedad. Terca en lo trunco. Travestida por un encuentro originario, nació del desencuentro de ese mismo encuentro, y se apresuró a levantar su propia torre de Babel a fuerza de malentendidos que a su vez fueron malinterpretados como acuerdos o signos del destino. Y creyó en su unidad sólo porque fue nombrada. Craso error: se partió en dos antes de ser una sola, en cuatro antes de ser dos y en ocho antes de ser cuatro. Sometida por su brazo más derecho, su caballo exterior, su biblia más larga que no fue suya pero siempre lo fue. Mal blanqueada y luego mal retrocedida a lo no blanqueado.
     Si fuese posible definirla, Latinoamérica ya no sería tal. Nada la nombra mejor que el vacío agazapado tras la muralla de su nombre. Irreductible a lo pagano y lo cristiano, a lo indio y lo criollo, a la modernidad y la resistencia a lo moderno, al progreso y el regreso, a la identidad y la diferencia, Latinoamérica es todo eso y nada del todo. Navega a la deriva, a la espera de un sueño propio que nunca acaba de pronunciar. Mestiza de médula y, por lo mismo, sin médula.
     De su boca arrancan las palabras todavía inacabadas y se marchitan apenas rozan el aire. Palabras que se dispersan, ecos que se multiplican como lo que son: errores de traducción, derivaciones de raíces que vienen de otra parte y que han sido apropiadas aquí, en este terreno baldío y dorado, precisamente para ser transfiguradas. Palabras que se arremolinan y, borrachas de música, se dejan combinar por sonidos que nunca sabemos si denotan o sólo resuenan.
     Arrodillada desde siempre, precozmente hizo gala de una imaginación sin par. La fantasía fue su forma de conjurarse, pero también de condenarse: haciendo de tripas corazón, anda todavía con corazón de tripa.
     Desde el origen le acometió el delirio: los extranjeros fueron recibidos como semidioses, los nativos celebrados como habitantes del paraíso. A poco andar, ese paraíso se hizo resaca, residuos y ruinas de lo que pudo ser. Eso es: el lugar que pudo ser. Crisol de razas, tierra preñada, inocencia del mundo. Pero nunca fue. Le robaron la promesa del origen, sólo para descubrir que en el origen no había más que una promesa anterior al tiempo. Y de verdad que la cosa partió mal. A este continente le chamuscaron su exceso de piel, le sofocaron la lujuria de sus incendios. Dijeron de entrada: aquí está el origen prístino manifestado en la cándida desnudez de sus aborígenes. Pero apenas acababan de pronunciarlo, descubrieron el metal precioso y la fruta sabrosa, y se corrigieron: aquí yacen la inmoralidad y el desorden. El robo se vistió de corrección, la esclavitud de civilización, y los frutos del paraíso fueron el botín de guerra.
     Latinoamérica nació colonizada, no alcanzó a verse ni pensarse antes. Por eso no hay cómo definirla. En su nombre está su ausencia o su fractura, pero ella siempre está donde su nombre no está, o sólo en el hueco de su nombre. Nació con su conquista, vale decir, su negación. Antes hubo aztecas, zapotecas, mayas, incas, tiahuanakos, mapuches, alacalufes, shipibos, pero no había Latinoamérica. El cuento empezó en la mitad del relato, o viceversa. La historia que unió las historias la trajo un viento helado del norte. La sigue trayendo un viento del norte. Bajo la forma de colonias, repúblicas, experimentos de desarrollo y modernización, revolución y restauración, Latinoamérica sigue sin estar dentro de sí, siempre arrojada desde afuera al fondo de su no-adentro, succionada por su no-centro hacia lo que no ha podido ser del todo. Carne que no encarna, maná que no mana.
     ¿Existe algún otro continente en la memoria escrita cuyo descubrimiento haya sido al mismo tiempo su invención, que sólo pudo ser tal cuando fue vista por otros? Un continente cuyo útero fue el lóbulo ocular del recién llegado, donde lo de afuera se convirtió en lo de adentro, y lo de adentro fue definido por los de afuera. ¿Hay otro territorio en el mundo cuya historia haya sido narrada de manera tan ajena, y a la vez donde lo ajeno se haya vuelto tan propio? Un territorio que se comprendió con lenguajes prestados o se nombró como territorio prestado. Un no-lugar enraizado, sincrético, bisagra entre lo propio y lo apropiado, argamasa por vocación o compulsión.
     Latinoamérica. Suena tan visceral y siempre es extraño lo que resuena. Castizada o castrada, evangelizada o evanecida, siempre bien saqueada y nunca bien saciada, marchita impúber, larva senil. Maquillada de natural, bulle en su propia exudación. Bosteza un insomnio en medio del sueño, y mastica su propia lengua.
     Quiere huir de su vaciamiento, sabiendo que sólo fue nombrada con la intención de ser vaciada. Quiere hacerse desde su memoria. Pero su memoria está inundada de olvidos que a su vez están recubiertos por parches de otras historias, edades que se le adhieren bajo el desorden del tiempo. Porque eso también es Latinoamérica: un desorden del tiempo, una burla a lo secuencial. Y para burlar la burla del tiempo quiere encarnar su imaginación desbordante, pero ésta sólo se desborda cuando desencarna. Quiere regresar progresando. Quiere tomar atajos que la hacen crecer a tajos. Quiere desarrollarse sin saber desenrollarse y acaba por desollarse. Devora su hambre y sigue allí, con sed que se arrima y derrama.
     Latinoamérica no se define y eso mismo la define. Sobre su anchura campea un silencio atronador que se muerde la cola y vocifera lo inefable. Desunida por la maravilla, abunda en su escasez. Poblada de hoyos que la cubren, expuesta a su tórrida intemperie interior. Esperanza de una espera que se atora. Quema quimeras de tanto atizarlas. Tierra larga que se contrae por el deseo de ser una sola tierra, que se desgarra por no saber dónde agarrarse. Más urgente su deseo de nacer, más grande su riesgo de abortar.
     Pero quiere. A tientas busca destruncarse, cristalizar y volver a ser promesa. Va y viene entre un origen difuso y un destino obtuso, se cae y se levanta, corrige parte de su sangre y cose costados de su carne, se democratiza por arriba mientras se desgarra por abajo, se deja intervenir pero se reclama para sí, se equilibra en lo macro y desborda en lo micro.
     Y se deja querer en su quizás, anhelar en su todavía. –

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