La persona del año

Francisco ha optado desde el inicio de su papado por un mensaje que pone el énfasis en recuperar la función pastoral y evangélica del puesto, corrompida durante tantas décadas.
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A final de La puta de Babilonia, su larga execración contra el papado, el escritor Fernando Vallejo fijaba el fin del pontificado de Juan Pablo II como la muerte de la Iglesia Católica. “Con Wojtyla hemos enterrado a la Puta. Requiescat in pace”, sentenciaba.

Lejos de aquella diatriba, el sacerdote jesuita Enrique Maza sostenía en un libro posterior a la muerte de Juan Pablo II, que él no fue nunca un Papa restaurador ni para la iglesia ni para la sociedad. Sus posturas autoritarias y conservadoras despertaron a las fuerzas más agresivas de la iglesia y enardecieron a los grupos y a las personas más conservadoras y cerradas; los facciones autoritarias que quieren regresar al pasado y volver todo hacia tras por la fuerza, por el sometimiento, por la condena, por la excomunión.

La de Wojtyla, pues, no fue una Iglesia más abierta a la novedad y al mundo, al cambio en general. Su objetivo de 1978 a 2005 fue devolver todo a los cauces antiguos y restaurar un centralismo autoritario y dominante. Mientras los individuos buscaban valores que dieran sentido a su propia vida, la Iglesia respondía con mandatos o prohibiciones que no encajaban con la realidad. Es decir, que “en vez de la compasión y de la solidaridad hacia los que sufren”, el Papa, su cuerpo cardenalicio y el episcopado pagaban con “una frialdad dogmática y un rigorismo sin piedad”.

En la Iglesia, la forma se vuelve fondo irremediablemente.

Quizá por ello, la irrupción del argentino Jorge Mario Bergoglio ha llamado tanto la atención desde su designación como jefe de la iglesia católica. Francisco ha optado desde el inicio de su papado por un mensaje que tiene eco entre católicos y no católicos, que pone el énfasis en recuperar la función pastoral y evangélica del puesto, corrompida durante tantas décadas.

Comenzó por renunciar al papamóvil blindado para sustituirlo por un jeep descubierto; rompió el protocolo al rechazar los zapatos rojos de lujo que usaban históricamente los pontífices para usar los suyos; cambió el trono de oro y tapiz rojo por un sillón de madera tapizado en blanco, y suspendió al obispo de Limburgo, Franz-Peter Tebartz-van Elst, quien gastó más de 40 millones de dólares en la renovación de su residencia episcopal. También ha tenido la compasión que le faltó a los otros en su actividad pública al permitirse acercarse y consolar a enfermos con tumores deformantes y personas visiblemente desfiguradas.

Sin embargo, los cambios más notables han venido en temas cruciales que han polarizado y definido el sello característico de la Iglesia desde Wojtyla: la exclusión de los que no se sujetan a la ortodoxia cerril. Apenas en agosto pasado, Francisco dio una entrevista al director de La Civiltà Cattolica, en la cual delinea de alguna manera el modelo que busca para la institución que dirige: “Esta Iglesia […] es la casa de todos, no una capillita en la que cabe solo un grupito de personas selectas. No podemos reducir el seno de la Iglesia universal a un nido protector de nuestra mediocridad”.

Bergoglio no ha intentado sorprender a nadie y ha respondido sobre el aborto y las uniones entre personas del mismo sexo: "Todos ustedes conocen perfectamente la posición de la Iglesia sobre ese tema". Sin embargo, también ha llamado a abandonar la obsesión por esos temas para mostrarse más humana, pues de lo contrario el edificio moral de la Iglesia se arriesga al colapso de toda su estructura como una torre de naipes. “No podemos seguir insistiendo solo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Es imposible… no es necesario hablar de estos temas todo el tiempo”, dijo.

Una frase que se atribuye a Paulo VI menciona que "la Iglesia va penosamente a través de la historia buscando la verdad, porque no la posee". El papa actual ha eliminado el rechazo de su discurso y ha creado una atmósfera de cambio, únicamente a partir del lugar desde donde decide abordar la controversia; es decir, más que pretender tener la verdad, provoca a buscarla. “Dios cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y la condena?”, manifestó recientemente, "Si una persona es gay y busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?"

La pregunta hacia el futuro es qué tan lejos puede ir Francisco en su ánimo reformador, cuando ha definido a la curia romana como “vaticanocéntrica”, ocupada solo en sus intereses temporales, olvidando el mundo que le rodea; cuánto vivirá un papado que habla de los jefes de la Iglesia como narcisistas, malamente exaltados por cortesanos aduladores y afirma que “la corte es la lepra del papado". Al tiempo.

 

 

 

 

 

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Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).


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