La historia, esa (mala) maestra

La historia reciente muestra que la autocrítica universitaria tiene un enemigo fatal: los políticos utilitarios.
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En su artículo “Homenaje a un gran hombre: Guillermo Haro”, su esposo, la escritora Elena Poniatowska evoca el 9 de diciembre en el diario La Jornada la defenestración del rector Ignacio Chávez de la rectoría de la UNAM en abril de 1966. Guillermo Haro se portó con pundonor hacia el rector Chávez y la UNAM, como muchos otros, como el Dr. Gaos, como el Dr. Soberón, como Octavio Paz y Carlos Monsiváis.

La imagen que aporta Poniatowska, sin embargo, parece aceptar que el atroz episodio fue ocurrencia de “dos estudiantes que no tenían aprobadas ni tres materias” pero capaces de crear un movimiento estudiantil. Porque la historia es más compleja. Más que un atropello de dos de los muchos títeres colgados de los intereses de muchos amos, el drama que vivieron el Dr. Chávez y la UNAM ponía en evidencia un tipo de crisis que resulta del encontronazo entre la obligación que tienen las universidades de evaluarse, criticarse y reformarse, por un lado, y, por el otro, la turbulencia que, oponiéndose a las reformas, crean y aprovechan los políticos.   

Desde su toma de posesión, el Dr. Chávez realizó desde su cargo una crítica enérgica de la universidad y tomó decisiones para mejorarla: desapareció el pase automático, creó el examen de selección para el primer ingreso, aumentó la preparatoria a tres años, implementó evaluaciones para aumentar la eficiencia de los maestros, aumentó los días laborables de 200 a 220.

Los beneficiarios de la mediocridad se activaron. Los políticos pescadores aprovecharon el río revuelto: “¡Clasista!”, gritó el Partido Comunista. “¡Riguroso!”, bramó el PRI. “¡Comunista!”, se desgañitó el MURO. En efecto, “políticos de todo tipo” (le escribe el rector a Octavio Paz), “todo en medio de la pasividad general y, para completar el espectáculo, con las autoridades sin poder ocultar una prisa medrosa por convalidar el atraco. Hasta ahora sigue la impunidad para los líderes delincuentes, mientras mañana posiblemente les concedan como premio algún puesto en el PRI”. (Ignacio Chávez: Epistolario selecto 1929-1979, edición crítica de Fabienne Bradu y Guillermo Sheridan. UNAM, El Colegio Nacional, 1997.)

Como lo demuestra una vez más el caso de la UACM, esa infausta combinación de autocrítica universitaria y políticos utilitarios aporta un uso no escrito, pero tradicional: útil para los políticos y adversa a la idea de universidad. Como en 1966, la fragilidad de la UACM ante los “políticos de todo tipo” fue notoria, y lo único que cambió fue el Partido que reparte los premios (no sin previas, furiosas querellas entre sus facciones, que aún continúan). La consecuencia, por lo pronto, será la inhibición de la autocrítica académica y la cancelación radical de cualquier intento de reforma. Para siempre. Algo especialmente conmovedor en una institución que presume de revolucionaria.

En 1966, si el doctor Chávez defiende sus reformas al primer ingreso se crean “asociaciones de rechazados”. Si expulsa a los alborotadores –el comunista Castro Bustos,[1] el priista Sánchez Duarte– por propiciar la violencia, aparece el “comité de huelga” que exige se perdone a los expulsados. ¿Que la mayoría de los estudiantes se opone a la huelga? Pues estalla la huelga. El rector demanda a los huelguistas por “daño en propiedad ajena”; el “Comité de Huelga” lo demanda por “lesiones”. Los huelguistas toman las oficinas, vejan al rector, lo sacan a empellones de la rectoría.

Finalmente, el “Comité de Huelga” se “concede el derecho” de vetar al nuevo rector si no es “de su gusto”… 

En su mensaje de renuncia a la Junta de Gobierno, el rector Chávez (a quien tanto respetó Guillermo Haro), escribió:

Mientras no encontremos la fórmula de que el universitario se interese por el fenómeno social de su tiempo y se prepare para una sana actividad política futura, sin caer por eso en el error de convertir a la universidad en una arena de luchas que relegan a segundo plano la finalidad esencial de estudiar y prepararse, veremos repetirse estos desbordamientos que arrasan con logros penosamente obtenidos.

El tiempo, en México, es circular.

(Publicado previamente en El Universal)



[1]Sí, el mismo Miguel Castro Bustos que seis años más tarde, en 1972, echará fuera de la rectoría a Pablo González Casanova.

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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