La generosidad del ocio

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Cuando la productividad y el rendimiento económico se convierten en los valores axiales de un grupo social, aparece la procrastinación como padecimiento. Término científico que significa “diferir” o “aplazar” –del latín “pro” (continuar) “cras” (mañana)–, su uso pseudo-psicológico no sólo ha convertido nuestro ocio en una enfermedad; sus connotaciones morales alcanzan, incluso, el estatus de pecado. La lucha contra la pérdida del tiempo es una nueva cruzada capitalista que ha terminado por expulsar a los procrastinadores de la plaza pública para albergarlos en delimitadas reservaciones éticas. Ahora, como los fumadores en los ochenta, tienen sus espacios bien delimitados; el día de mañana, como los fumadores de hoy, se verán forzados a la clandestinidad.

Pero la moral burguesa es tan astuta como doble: al mismo tiempo que condena, aprovecha; castiga, mientras suma dividendos. El coto de procrastinadores más popular hoy en día, Youtube, ha sabido lucrar con esa necesitad tan nuestra de aplazar la vida para regodearnos en el contingente placer de no hacer nada. La compañía se fundó en 2005 con una inversión de un millón de dólares y, un año después, Google la compró en más de un billón y medio; nadie sabe, a ciencia cierta, a cuánto ascienden sus ganancias actualmente. Pero el fenómeno que me interesa es lo paradójico del negocio: es lo improductivo lo que ha hecho a esta compañía tan rentable. Este sitio explota la “generosidad del ocio”, esa actitud cada vez menos cotidiana que consiste en compartir social y gratuitamente los productos de nuestro pasatiempo, a demérito de la vida productiva.

En estos tiempos el hobby se devalúa. Atareados en la incesante lucha por sobrevivir, poco espacio queda para la recreación lúdica. Y digo “hobby” y no “pasatiempo” porque la etimología anglosajona es entrañable: proviene de “hobby-horse” (caballito de madera), ese juguete que podemos mecer infatigablemente con la tranquilidad de que no alcanzaremos meta alguna; es un acto en esencia gratuito. Y en esa no justificación práctica radica su decadencia, así como su posible extinción. Un espacio como Youtube lo testifica, o al menos, eso es lo que nos dice el uso que los visitantes le dan al sitio: no es sólo que el hobby ahora se comparta en internet –restringiendo a un espacio y tiempo virtuales su naturaleza comunitaria–, sino que busca en la popularidad un fin.

Se estima que cada minuto se suben más de veinticuatro horas de nuevas imágenes a Youtube. Y aunque en su interminable catálogo aparezca casi cualquier tipo de registro visual y auditivo, lo que ha hecho de esta compañía el fenómeno global que es hoy, es una idea simple: transmite tu propia señal de televisión, diseña tu propio canal. “Evolution of Dance”, de Judson Laipply,

el video que se mantuvo como el más visitado hasta hace muy poco que lo sustituyó uno de Lady Gaga, encarna mejor que ningún otro ejemplo ese espíritu. Laipply, que se dedica a dar conferencias motivacionales, se filmó bailando durante seis minutos y después decidió compartir sus dotes en la red. Ahora, más de ciento cuarenta millones de personas estamos agradecidos por la generosidad de su ocio. Es un gran bailarín, es simpático y talentoso, pero lo más importante es que es un amateur. Si fuera profesional su ejecución perdería toda gracia, se convertiría en un trabajo y él tendría la obligación de hacerlo bien. Por eso en Youtube funcionan tan bien los American Idol, los Britains Got Talent, así como cualquier otro concurso de talento que ha creado tanta “web celebrity”. Es un espacio que nos permite mostrar que no sólo somos vendedores de celulares, maestros o contadores, también bailamos, cantamos o tocamos algún instrumento, escribimos, hacemos animación o cocinamos. Ahora en Youtube mostramos lo que antes compartíamos dentro del ocio tolerado de nuestra comunidad, a riesgo de que el medio pervierta el mensaje.

Que un “video oficial” de Lady Gaga ocupe el lugar que tanto tiempo perteneció a Laipply es sintomático del proceso que sufre tanto Youtube como el hobby, en esta decadente generosidad del ocio. En estos cinco años el sitio se ha ido convirtiendo en un escaparate mercantil, es una vitrina de productos adquiribles en iTunes y otras tiendas en línea: es un almacén. Y si bien no condeno la transformación –inevitable en un medio tan exitoso como éste–, sí miro con extrañamiento el fenómeno que la acompaña: la profesionalización del hobby. De repente, con su inusitada popularidad, todas estas web celebrities buscan explotar económicamente el talento que fascina precisamente por ser gratuito. Nada critica mejor esta aspiración que un capítulo de South Park

http://www.youtube.com/watch?v=lw3ofIg67Jo

en el que estos nuevos personajes mediáticos hacen cola en las oficinas de Youtube para cobrar sus regalías, hasta que terminan asesinándose entre sí. La metáfora es sangrienta pero justa: nada de ellos queda cuando consiguen el lucro. Así son buena parte de los blogueros que publican su libro, los coveristas que producen su álbum, los dibujantes que comienza a hacer películas de animación, etc. Son como Laippley, quien promociona su libro de autoayuda con el eslogan “¡Cómo lo vio en Youtube!”. Entre todos hacen que los espacios destinados al libre esparcimiento se restrinjan aún más, parodiando con sus caballitos de madera el Derby de Kentucky.

– Guillermo Espinosa Estrada

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es profesor de literatura medieval y autor del libro La sonrisa de la desilusión. Administra la bibliothecascriptorumcomicorum.org, un archivo de textos sobre el humor.


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