La ciudad sin río

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Más de cien ríos, de la A a la Z, y desde el Acaponeta al Zula, pasando por otros como el Churubusco, el Mississippi y hasta el Escondido y el Dolores del Río, registra la Guía Roji tributarios a Esmógico City, Detrito Funeral. Se sabe cómo los ríos dan vida a las ciudades, lo bien que están París con el Sena (río con orillas de libros, dijo Apollinaire), o Londres con su Támesis (río de firme carácter inglés, dijo Chesterton), y hasta Madrid con su flaco Manzanares al costado (aprendiz de río, dijo Lope de Vega). Y nos congratularíamos de que en la capital de México haya más de cien ríos, tantas corrientes de agua luminosa, fresca, cantarina, que fluye, cruza y se entrecruza en el espacio citadino como en uno de los Diálogos de don Francisco Cervantes Salazar, en el que se habla precisamente de los ríos, riachuelos, arroyos y arroyuelos que en la capital de la Nueva España “vienen de muy lejos, sacados de los ríos mayores, y al volver a salir entran en la laguna, de lo cual resulta que nunca bajan sus aguas, ni aun en el mayor rigor de la canícula”. Sí, qué hermosura, pero aquella tan fluvial ciudad halagada por don Francisco es de 1557 y tenía algunos verdaderos cursos de agua (aparte de una laguna que luego ha sido enterrada); y, en cambio, ay, esta Ciudad de Esmógico City es de ahora, del tiempo de nuestras vidas, y sus ríos ni fluyen ni son frescos ni cantarines: son “ríos” de cemento o de pedruscos o de tierra seca, y ríos de automóviles: es decir calles nombradas como ríos. Y, si alguna vez esas calles y avenidas fueron ríos de veras (el Churubusco, el Mixcoac, el Magdalena, el de la Piedad, el Consulado, etc.), ya los hemos asesinado encementándolos o contaminándolos, aunque no haya sido con malas intenciones, conste, sino para modernizarnos, es decir automovilizarnos, esmogizarnos, asfixiarnos.

Y es que aquí en Esmógico City, Detrito Funeral, ejercemos un idiota odio por los restos de la madre Naturaleza que aún se resisten a morir. Sin ir más lejos, acá por el sur, por la colonia apodada Florida, los árboles se mueren de pie, esto es: con el pie del tronco cercado por el cemento, de modo que las raíces tapadas no reciban el agua ni de las mangueras ni de la lluvia, el agua que ansían tan desesperadamente que algunos rompen la capa de cemento y asoman las raíces; y el otrora real Río Mixcoac y su prolongación el Río Churubusco ya fueron enviados (a la chingada) por un tubo, y, un poco más allá, el Río Magdalena ha sido tan secado, urbanizado y convertido en la calle de un seudosuburbio de Los Angeles, que ya ni siquiera llora una sola gota de agua fluvial. Y aunque el ciudadano cronista debe reconocer que cerca de su casa, a un costado de los Viveros de Coyoacán y bajo el Puente de Panzacola, todavía pasa un arroyo, aunque escondiéndose para que no venga algún pendejo modernizador y nos lo asesine bajo la consabida capa de cemento, resulta que en realidad ese “río” agonizante tiene más basura, más impurezas contaminantes, más bajas nubes de sucia espuma, que agua propiamente dicha.

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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