Aniversario en Ingeniería

Este febrero se cumplen cincuenta años del ingreso de mi generación a la Facultad de Ingeniería.
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Este febrero se cumplen cincuenta años del ingreso de mi generación a la Facultad de Ingeniería. Recuerdo la primera semana, la elección de grupos (había nueve) y el temido ataque de los verdugos que acosaban a los "Perros", práctica inocente pero salvaje que -como tantas cosas- cambió en 1968. Comparado con otros compañeros que caminaron con correa por la explanada, me fue relativamente bien: una rapada de "carreterita" enfrente de todo el salón.

El edificio esbelto y espacioso se ha conservado hasta ahora: la rampa entre sus dos cuerpos, sus atareadas escaleras y pisos, los laboratorios (que tenían máquinas centenarias), los colorines del jardín, la cafetería y el auditorio, escenario de las pruebas finales (donde copiar era práctica común pero inútil: los buenos maestros lo descubrían).

Creo recordar a casi todos los profesores. Sobre el matemático Enrique Rivero Borrell he escrito un perfil: así de fuerte siento su presencia, su suave imperativo de orden y claridad. Carlos Chávarri, recién fallecido, era muy querido por nosotros. Nos daba una divertida y sustancial clase de Álgebra. El temible Daniel Huacuja nos enseñó los arcanos de la Geometría Descriptiva. Alfaro Manzanilla impartía Dibujo Constructivo (es un decir, porque estaba en la luna, enamorado). Paillés, una buena clase de Física. Rodrigo Castelazo era un viejo pintoresco, de quien se contaba esta anécdota: "¿Qué es el infinito?", le preguntó alguien. Castelazo tomó un gis, salió pintando las paredes, y así regresó, pintando las paredes, un mes después: "¿Entendió usted, niñito, lo que es el infinito?".

Me vienen a la mente muchos otros: el generoso Odón de Buen, el caballeroso Manuel Viejo Zubicaray, los apreciados hermanos Jiménez Espriú (Enrique y Javier), el dinámico Mauricio Merikanskas, la interesante clase de Ingeniería Económica de Manuel Zevada y el deslumbrante curso de Investigación de Operaciones de su compañero en Stanford, Benito Marín Pinillos; mi humanista amigo Carlos Gómez Figueroa, Juan N. Dyer de León (Resistencia de Materiales), el pintoresco ingeniero De la Serna (Mecánica de Fluidos), don Jacinto Viqueira Landa (elegante y preciso decano de la Ingeniería Eléctrica), el legendario Adolfo Orive Alba (de quien fui ayudante) y nuestro querido director de tesis: Abraham Mariles. De Marco Aurelio Torres H. no fui alumno, pero cuando lo veía en los "Pumitas" -su cantera de futbol infantil- le decía maestro. Lo mismo a Heberto Castillo, que tendió puentes más allá de la ingeniería. Aunque había maestros "barcos" ("pase ahora, estudie después") y maestros sádicos (recuerdo al menos dos), la planta de profesores era dedicada, exigente y seria. Los cursos de Ingeniería Industrial fueron particularmente útiles: con sus "teorías de colas", "tiempos y movimientos" y otros temas, formaban en el alumno la práctica de ensayar soluciones, de ver las cosas de otro modo, de distinguir, fundamentar, dudar, demostrar: la práctica de pensar.

El 68 nos cambió la vida. La "apolítica" facultad se politizó. Heberto Castillo habló en el auditorio. Lo acompañaba Salvador Ruiz Villegas, el fuerte y fogoso líder del movimiento. ¡Qué orgullo fue marchar junto al rector Javier Barros Sierra y al secretario Fernando Solana por Insurgentes, gritar "Únete, pueblo", corear el "¡Goya!" en el cruce de Félix Cuevas, regresar a la explanada, con la bandera nacional a media asta! El 15 de septiembre por la tarde escuchamos a Heberto Castillo dar "el grito" frente a Rectoría.

Fui consejero universitario por la Facultad. Fueron tiempos duros, porque Díaz Ordaz quería matar de inanición a la Universidad. Pero Barros Sierra supo guiar el barco a buen puerto, si bien le fue la vida en ello. La sentida ceremonia luctuosa fue en el auditorio. El nuevo rector, Pablo González Casanova, me encomendó la oración fúnebre. Eduardo Mata dirigió la Orquesta Filarmónica de la UNAM con la Serenata para cuerdas de Tchaikovsky.

He dejado al final lo más importante: los amigos. Si tuviera que nombrarlos no acabaría. Algunos me han acompañado hasta ahora. Otros me abrieron puertas (literalmente) que cambiaron mi vida. Menciono solo dos nombres. Beto López Robles, que murió en aquellos años. Y una gentil compañera en una Facultad sin mujeres: Marina Pérez Estañol.

Practiqué la ingeniería por varias décadas al lado de mi padre, en su litografía. Creo que la he practicado siempre, o al menos eso quiero creer. En mi oficina soy "el ingeniero". Me gusta y enorgullece serlo.

 

(Reforma, 1 febrero 2015)

 

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.


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