Europa: entre la abstención y la derecha

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La izquierda europea está perpleja después del apabullante resultado de las recientes elecciones al Parlamento Europeo. ¿Cómo puede ser –se preguntan muchos– que en mitad de una brutal crisis provocada por el neoliberalismo, la gente vote más que nunca a la derecha? El Partido Laborista británico se ha convertido en el tercero de su país –por detrás del Partido por la Independencia del Reino Unido [sic] y, naturalmente, de los conservadores–; en Alemania, el Partido Social Demócrata tuvo sus peores resultados en unas elecciones europeas (21 % del voto), Merkel se mantuvo y el partido liberal y pro-mercado alcanzó un 11 %; en Francia, el Partido Socialista, sumido en una grave crisis ideológica, consiguió por los pelos mantenerse en segundo lugar ante los verdes, liderados por Daniel Cohn-Bendit, y por debajo de un triunfante Sarkozy; en Polonia, tres cuartas partes del voto fueron a parar a partidos conservadores; en Italia, a Berlusconi le bastó con azuzar el miedo a la inmigración para eludir el escándalo de sus fotografías rodeado de velinas (azafatas) en su mansión y vencer de nuevo a la oposición; y en España, el Partido Socialista gobernante logró perder por sólo tres puntos y medio ante el Partido Popular, un resultado que, con un 19 % de desempleo y una caída del PIB continuada, no está del todo mal, como insistieron sus líderes.

¿Por qué ha sido así? Casi nadie se lo explica muy bien, pero hay dos hechos ciertos: En primer lugar, es evidente que la izquierda europea anda desorientada: hace tiempo que deambula entre el multiculturalismo light, el antiamericanismo perezoso, la cínica crítica al libre mercado y los grandes empresarios y además, especialmente en el caso español, una obstinada defensa de un modelo laboral conservador que, bajo la premisa de buscar estabilidad y protección, provoca un desempleo atroz.

Y en segundo lugar, simplemente, no hay en Europa –al menos no en los grandes partidos– una verdadera derecha liberal: Merkel y Sarkozy han venido adoptando una serie de medidas proteccionistas, creadoras de campeones nacionales (empresas de propiedad parcialmente pública que ejercen de monopolios de facto en sectores estratégicos), se han manejado dentro de parámetros nacionalistas y han propuesto “economías sociales de mercado”; Berlusconi mantiene un populismo de derechas que le lleva a exaltar los mercados libres y al mismo tiempo arruina el precario equilibrio financiero del Estado italiano sosteniendo a una línea aérea inviable bajo la premisa de que no puede quedar en manos extranjeras; y los Tories, que ven cómo el laborismo se desangra, no hacen más que tratar de alejarse de la imagen de Thatcher y su modelo económico para reivindicar el ecologismo [sic], la educación y los valores. Todo, como ven, perfectamente socialdemócrata.

Gracias a ambos hechos (o a pesar de ambos), es probable que la gente crea que Merkel, Cameron, Sarkozy o hasta Berlusconi –que siempre es un caso aparte– están más capacitados para liderar sus respectivos países y la Unión Europea que la patética oposición francesa e italiana, el lamentable Brown o el cada vez más titubeante e ineficaz Zapatero, pese a ser igualmente ambiguos (o cínicos) ideológicamente. Ahora bien, tal vez eso no sea demasiado preocupante: la izquierda se renovará y pasado un tiempo volverá al poder y será la derecha quien entre en crisis y así volveremos a empezar, como siempre. Lo que sí debe preocuparnos es la abultadísima abstención –casi siempre superior al cincuenta por ciento– y, ante todo, el extraordinario ascenso de la extrema derecha, el populismo contra el otro y el nacionalismo. No vaya a ser que lo que mate a la Unión Europea sea precisamente aquello contra lo que nació.

– Ramón González Férriz

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(Barcelona, 1977) es editor de Letras Libres España.


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