Janet Leigh en Psicosis

El señor del suspense/ 9

Una entrega más de la serie sobre Alfred Hitchcock y su obra. 
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En 1960, en una  publicitaria conferencia de prensa en París amenizada por atractivas muchachas trasvestidas en enfermeras con la bata abierta sobre el derriére (conste: hay foto),  Hitchcok declaró que Psicosis (Psycho), la película más macabra, escalofriante y asustadora de toda su filmografía, sólo era un divertimento.  

“Es sólo una película divertida —dijo con el flemático rostro a lo Droppy, el impasible perrito de las caricaturas animadas—. No es un drama acerca del caso clínico en que se basa la novela [de Robert Bloch]. La hice para divertirme y para que el espectador la gozara encajando algunos sustos.”

Y en efecto: el espectador de Psicosis se siente como si, sentado en un carrito de “montaña rusa”, lo llevaran en un ondulado trayecto de reiteradas subidas y bajadas para que sufra/goce de puro miedo. Pero ¿de veras Psicosis es ante todo un divertimento, un mero mecanismo proveedor de gozables sustos? Eso sería si nos atenemos a su argumento aquí someramente narrado:

En un cuarto de hotel de San Francisco en el que suelen encontarse para sus urgidas cópulas, los amantes Marion Crane (Janet Leigh) y Sam Loomis (John Gavin) planean casarse. Un cliente de la compañía donde Marion trabaja le encarga depositar 40,000 dólares en el banco y ella, en un impulso irracional, huye en automóvil con el dinero, es sorprendida por una castigadora tormenta, se desvía de la carretera y se refugia en un motel regentado por Norman Bates (Anthony Perkins), que vive con su anciana madre en la cercana casona y practica en las aves el hobby de la taxidermia, es decir de la momificación. Esa noche, a Marion la asesina a cuchilladas en la ducha alguien confusamente entrevisto tras la cortina del baño. Norman, horrorizado por lo que habría hecho su madre, limpia la sangre y tira a un pantano el auto con el cadáver dentro. Sam Loomis  y Lila Crane (Vera Miles), hermana de Marion, encargan investigar la desaparición de ésta al detective Milton Arbogast (Martin Balsam), quien es a su vez asesinado en la casona, así que deciden investigar ellos. El sheriff local les informa que la madre de Norman falleció ocho años antes. Lila entra a la casona, descubre la momia de la vieja señora y está a punto de ser acuchillada por Norman esperpénticamente disfrazado de mujer anciana, pero Sam llega a tiempo de impedirlo. En el epílogo, un psicoanalista explica el caso de Norman que, habiendo matado a su madre por adúltera, se convertía psíquica y trasvestidamente en ella mientras la conservaba momificada en la casa. Y Norman, ahora apresado y metido en camisa de fuerza, interioriza la voz de la madre posesiva desde ultratumba, la cual le dice que calladito y quietito se ve menos culpable.

Psicosis, hecha con presupuesto mediano, con técnica y sets de mero telefilme, con la encantadora primera estrella Janet Leigh, cuyo personaje, para estupor de sus fans y como para contrariar las leyes del star-system, desaparece hacia la mitad de la trama, es, en efecto, una película divertida, pero también tenebrosa e inconsoladora, que implica dos frecuentes motivos hitchcockianos: la transferencia de culpabilidad y el complejo de Edipo. La voluntaria “pobreza” del proyecto, más el anacrónico look de cine de terror clase B, fueron alardes de dizque modestia gratificados por las taquillas. Un triunfo que motivaría dos bodrios derivativos no debidos a Hitchcok: PsicosisII, y Psicosis III (y tal vez, ¡uf!, haya una Psicosis IV), en los que Anthony Perkins, reiterado en Norman Bates, degradó hasta el ridículo al mejor personaje de su carrera (pues en El proceso, de Orson Welles, resultó notoriamente inadecuado como el kafkiano Joseph K.).

Medio siglo después, la Psicosis original es una película de culto, una obra clasica del cine de horror  y según, muchos críticos, el logro mayor de Hitchcock en la técnica de hacer que el espectador participe del asunto asumiendo en sí a los personajes.

Alternando lentitudes y momentos de sobresalto, lo esperable y lo inesperado, lo visto y lo no visto, o lo confusamente entrevisto (la figura asesina que se acerca, borrosa, tras la cortina de plástico), Psicosis alza a la perfección narrativa y dramática el mecanismo delsuspense propuesto como el argumento en sí. La secuencia central es la muerte de Marion, la tensa, hipnótica secuencia del incógnito asesino, de las  cuchilladas como relámpagos, de las manos crispadas agarrándose a la cortina, del agua ensangrentada yéndose (en espiral) por el agujero de la bañera, y de la lenta y deslizada caída del cuerpo y el visual alejamiento (también en espiral) a partir del ojo ya sin mirada. Es un momento de regodeo formal que se regaló el Hitch nostálgico del gran cine de la época silenciosa, y un momento aún estremecedor aunque se le tenga muy visto. (Recuerdo que Juan Vicente Melo se desmayó viéndolo por segunda vez desde una butaca junto a la mía, y que debí abofetearlo para que volviera en sí.)

Hitchcock, que ponía muchas esperanzas en ese proyecto disimuladamente vanguardista y con un central momento adrede decepcionador de las expectativas del público común (la desaparición in media res de la estrella principal), intervino en la publicidad y en el modo de exhibición de Psicosis: exigió, y logró, que se la anunciara con la frase “No cuente usted el final de esta historia” y que no se permitiera a nadie entrar en la sala a la mitad de la película.

[Aún emprendería mister Hitch otro proyecto valiente y de avanzada: Los pájaros, y resultó igualmente uno de sus filmes cimeros, del que se hablará en el próximo y último artículo de esta serie.]

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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