El punk y sus rastros

El punk, en la exposición del CA2M, no es presentado como un movimiento musical más, sino como una de las manifestaciones más viscerales del siglo XX. 
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Al poco de adentrarse en la exposición uno se encuentra con una instalación que remite a la primera adolescencia, es decir, a nuestras primeras pintadas y grabados sobre la pared de un túnel cualquiera a las afueras de la ciudad. Pero en este caso no hay rastro de pintadas en números romanos a modo de recuerdo de la primera cita. Tampoco firmas de raperos al estilo de TAKI 183 en Nueva York o de Muelle en Madrid. En cambio, de los garabatos rallados con ácido sobre el vidrio, que simula una pared, sobresalen diversos iconos punk fácilmente reconocibles. Se trata de una creación del artista vitoriano Pepo Salazar que lleva por título Diet of nothing, no class paravent, como aquel disco de Fugazi (Steady diet of nothing), como aquella canción de Motörhead (No class) cuyo riff tanto recordaba a Tush de ZZ Top.

Hablamos de Punk, sus rastros en el arte contemporáneo, la exposición comisionada por David G. Torres que hasta el 4 de octubre ocupa la segunda y tercera planta del CA2M (Centro de Arte Dos de Mayo). El CA2M continua así la línea iniciada con Sonic Youth etc. Sensational Fix (2010) y Pop Politics: Activismos a 33 revoluciones (2012). El punk no es presentado como un movimiento musical más; aparece en cambio como una de las manifestaciones más viscerales del siglo XX, que sirvió para dar rienda suelta a la rabia y el desencanto de una generación que ponía en entredicho el sueño hippie de sus hermanos mayores,  los soixante-huitards.

Después vendrían los Thatcher y Reagan para asegurarles que no, que no existía otro camino y que de ahora en adelante estarían a merced de las lógicas del mercado. Esos sonidos incómodos y provocadores, escoltados por una estética destructiva y burlesca, tienen su origen en una ruptura de las expectativas y la idea ilustrada de progreso. La historia quizás empiece a sonarnos familiar. No es de extrañar entonces que el punk, en su sentido más amplio, siga ejerciendo hoy una influencia notoria en la cultura popular en general y en el arte contemporáneo en particular.

La exposición no trata de ser exhaustiva pero sí caótica, con una voluntad desjerarquizadora de la producción artística, en consonancia con la multiplicidad de influencias que caracteriza al punk: desde el situacionismo hasta el dadaísmo pasando por el anarquismo, la alienación o el nihilismo. Además, la muestra no se centra sólo en Estados Unidos e Inglaterra sino que también hay espacio para la escena nacional, con artistas españoles como Carlos Aires, que añade al famoso grafismo de Jamie Reid un billete y una calavera, Juan Pérez Agirregoikoa, que recurre a la tipografía punk para asegurar que la cultura –tal como la entendemos hoy–  no le interesa, o Santiago Sierra, que invade las calles de diferentes ciudades con una gran escultura en forma de “NO” inspirada en la negación de todo y por todo de dadá.  

La llama del punk asoma también, como en el caso del joven Bill Balaskas, griego de nacimiento y afincado en Londres, a través de una de las técnicas básicas del situacionismo, el  détournement, que modifica el significado de las representaciones al alterar el discurso de los protagonistas. En su caso, Balaskas elimina la primera “o” de la palabra économie e introduce una “a” circulada en clave anarquista, visibilizando sobre la pared blanca la palabra écanomie.

Otros, como Chris Burden, Jimmie Durham o la extrema Valerie Solanas, nos muestran que el punk también es violencia. Burden inmortalizó su disparo a un avión en el aeropuerto de Los Ángeles en 1973 a modo de premonición de la violencia contra-sistema. En el caso de Durham, éste se autorretrata después de haber recibido una paliza. Todavía más lejos iría Valerie Solanas, autora del manifiesto SCUM por la destrucción del hombre, que acabaría disparando a Andy Warhol con un revólver antes de ser internada en un centro psiquiátrico.

El 14 de enero de 1978 los Sex Pistols daban su último concierto en la ciudad de San Francisco y Johnny Rotten preguntaba a los allí presentes si nunca se habían sentido estafados. La mayoría asintió con la cabeza. Presiento que los hijos de aquellos harían con sus cabezas un gesto similar hoy en países como España o Estados Unidos si fueran sometidos a la misma pregunta. Las proclamas del punk seguirían pues siendo vigentes en nuestros días; en cambio, sus camisetas de Sex Pistols o The Clash son estos días de temporada de H&M o American Apparel y muchos se muestran titubeantes al referirse a los títulos de las canciones de estas bandas. ¿Qué pensarían los precursores del punk de todo esto?

Ay, la permeabilidad del capitalismo, perversa para algunos, deseable para otros, y su capacidad para convertir lo revolucionario y subversivo en una pieza más del establishment. Y así sucesivamente. 

La exposición Punk, sus rastros en el arte contemporáneo, puede visitarse en el CA2M (Centro de Arte Dos de Mayo) de Madrid hasta el 4 de octubre de 2015.

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