El pájaro urbanita

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En un poema reciente, Eugenio Montejo se lamenta de lo mal que les sientan las ciudades a los pájaros. Aunque escrito con su habitual ritmo civilizado y trabado perfectamente con recursos que no por modestos (alguna aliteración leve, algún suave encabalgamiento) resultan menos aplaudibles, yo no estoy de acuerdo con lo que dice. Se lo hice saber la última vez que pasó por Madrid, en la Residencia de Estudiantes. Montejo, señor fino y cortés, encajó bien mi altanería (le decía yo que no hay gran diferencia entre un pájaro y un ratón, salvo las alas) y me dejó explayarme. “Escribe un poema, Julio, con pájaros urbanitas”, me dijo. Viniendo del admirable poeta que es, y viniendo ya desde ultratumba, durante días esas palabras sonaron más a una fatalidad que a una educada conminación: tenía que escribir el poema. Y aquí está, dedicado a la memoria de Eugenio Montejo.

Estatuto del pájaro

El pájaro se adapta

extraordinariamente bien a la ciudad.

Me refiero al puñado

de plumas gris-café,

al pájaro abundante y urbanita

que posa su esqueleto en las cornisas.

¿No ves el contrapunto de los cables,

el súbito reposo

en la tensión de nuestras comunicaciones?

Yo veo la Fuente de Neptuno

y reconozco la mansión del pájaro

(que ya la está adornando

con sus tal vez felices cagarrutas).

E intuyo

–porque mi sonda es baja últimamente–

sus trazos en el cielo,

su muy fugaz cuadrícula y zumbante

que cubre una anterior caligrafía

(igual que una ciudad:

somos hermanos en el palimpsesto).

Se adapta bien el pájaro y es cínico:

¿no te das cuenta que tu mano cursi,

de la que come sin rubor,

fue adiestrada por él discretamente?

Toda metrópoli, además, se desmorona:

es un festín de migas.

Un pájaro es un bicho,

todos somos,

tenemos lo que hay

–y seguimos volando.

– Julio Trujillo

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