El negrito en el arroz

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En la última década ha ocurrido una confluencia de la izquierda y la derecha en su crítica a la noción de “corrección política”. Dependiendo de la sofisticación del crítico, el argumento la presenta desde una forma de new speak orwelliano hasta la expresión más acabada de la delicadeza emocional con que se consiente a las nuevas generaciones.

Siempre he creído que la corrección política no manifiesta el decoro que debe regir en las discusiones públicas. Saber hablar y callar es la seña que distingue a sus participantes, ciudadanos adultos, de los niños. Este alcance circunscrito de la corrección política tiene sus limitaciones. El problema al que responde es al de civilidad. Ahora bien, si vamos más allá y nos preocupamos no solo por la civilidad sino por fomentar una sociedad en que no se humille a ninguno de sus miembros (siguiendo al filósofo A. Margalit) hay buenas razones para extenderla a otros ámbitos de la vida. Sojuzgar, despreciar y degradar, todo eso lo hacemos también con palabras.

Valga este rodeo para comentar el debate en EU, a partir de la noticia sobre la próxima publicación de una edición escolar de Las aventuras de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, donde se expurga a las novelas de varias palabras, entre ellas las más de doscientas ocurrencias de “nigger”. [La dejo en inglés pues, hablantes del español en México que somos, “negro” carece de connotaciones peyorativas como en su caso sí posee “indio”. De allí que, con el gentilicio, algunos se vean en la penosa situación de agregar “de la India” para evitar ser confundidos con racistas.]

El caso ha recibido ya la atención de opinadores y comediantes. Gracias a unas simpáticas diapositivas, el curioso puede enterarse que en inglés existe la palabra “bowdlerizing” para referirse a tal acción en honor al americano Thomas Bowdler, quien echara manos a la obra de Shakespeare para remover sus contenidos ofensivos. Entre todo, lo que vale más la pena leer es el extracto de la introducción al libro que ofrece su editor, el Dr. Alan Gribben. En ella, ofrece sus motivos para publicar en un mismo volumen ambas novelas, reinsertar un pasaje, modernizar “ciertas excentricidades de la puntuación y la ortografía del siglo XIX”, incluir las notas al pie del propio Twain, en fin, las cosas que se esperan de todo editor cuando se trabaja con un clásico.

También explica que la decisión de sustituir “nigger” por “esclavo” se debe a que los estudiantes (¡hasta universitarios!) se ofenden al encontrarse con ese apelativo y los maestros y profesores, cada vez más seguido, lo relegan a las listas de lecturas recomendadas pero no obligatorias. Son muchas las razones que el Dr. Gribben aduce para el cambio, las más de la cuales servirían, a mí parecer, para contextualizar ante cualquier público y auditorio por qué es importante leer a Twain tal cual y sin necesidad de alteraciones.

Dos cosas llaman mi atención. Primero, que para referirse a sus actos diga que tradujo una palabra por otra, eligiendo aquella con el significado más cercano. Puedo entender que un crítico lamente la traducción, en una novela de Handke digamos, de Apotheker, por “farmaceuta” (frente “apotecario” o “boticario”). Nadie en cambio cuestiona la selección de Gribben porque nadie en su sano juicio admitirá que en su caso nos encontramos frente a traducción, es más ni siquiera se le puede considerar una actualización. No obstante, aún si fuera lo contrario, podemos cuestionar su elección. ¿En qué sentido se acerca “esclavo” a “nigger“? ¡Como si los negros libres dejaran de ser llamados así!

Pero veamos el asunto de otro modo y esto es lo segundo que llamó mi atención. El Dr. Gribben también explica que trocó las ocho ocurrencias en Tom Sawyer de “half-breed” por “half-blood” (como sustituir “de cruza” por “mestizo”) pues no solo es menos irrespetuoso sino que “ha adquirido cierto garbo a partir de la publicación de Harry Potter and the Half-Blood Prince”. A lo mejor los editores españoles no quisieron ofender a sus lectores americanos (uno nunca sabe como reaccionarán las ex colonias) y en lugar de un noble mestizo nos ofrecieron Harry Potter y el misterio del príncipe.

Este guiño (o desliz, según se mire) del Dr. Gribben muestra la maleabilidad del vocabulario, cómo por encima de un valor fijo y prescrito prevalecen en la lengua los valores de uso. Francine Prose se preguntaba en qué sentido “esclavo” es menos problemático que “nigger“. Para ella, la propia institución de la esclavitud, en lugar de una palabra como “nigger“, debiera resultarnos repugnante.

A mí me parece un poco distinto. En su momento hubo quienes, incluso leyendo a Twain, pasaron sus ojos encima de esa palabra sin reparar en ella, “nigger” era un apelativo tan transparente como unívoco. Que hoy se nos retuerza el estómago cada vez que nos cruzamos con esa u otras palabras es razón suficiente para dejar tal cual los textos donde aparecen. Podemos estar o no de acuerdo con los intentos para darle usos edificantes a la literatura, pero sucede así en la enseñanza primaria y secundaria.

Hoy podemos conocer las implicaciones de esa palabra en la sociedad y la literatura del siglo XIX así como su sentido en la música o el cine del siglo XX. La rectificación literaria como la práctica el Dr. Gribben es una suerte de negacionismo de las buenas conciencias. Y, como toda acción de las buenas conciencias, tan minúscula moralmente como gratuita.

– Julián Etienne

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Escritor, editor y crítico de medios.


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