Uniformes de niñas secuestradas por Boko Haram (Imagen: Glenna Gordon).

El horror y la imagen

A veces el análisis de los acontecimientos necesita apoyarse en imágenes explícitas, pero la muerte reducida a un espectáculo instrumentaliza a las víctimas.
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El fotógrafo y escritor Teju Cole publicó en The New York Times Magazine una reflexión sobre la complejidad del trabajo de los reporteros gráficos frente a las escenas de conflicto, de sufrimiento humano. Cole se refiere al valor de proyectos que se centran en los supervivientes de la guerra y otros cuyo enfoque es tomar fotografías que excluyen a los seres humanos, que encuentran significado en objetos domésticos que han sido alterados como consecuencia de una calamidad.

Así, refiere el trabajo hecho por Glenna Gordon acerca de las más de 200 niñas nigerianas secuestradas por el grupo terrorista Boko Haram; su cautiverio no pudo ser fotografiado, así que decidió usar la ropa y los objetos que dejaron en casa, segura de que todo contaba una historia. Lo mismo dice de la imagen captada por el francés Gilles Peress en la que se ve la ropa manchada de un bebé tras la masacre en un campo de refugiados en Ruanda como parte de una operación de limpieza étnica.

Cree que estas imágenes persisten en la memoria por más tiempo que las fotografías de horror, porque los objetos son recipientes de experiencias personales, llenos de las horas de vida de una persona. Por supuesto, cuando reflexiona sobre ello, Teju Cole tiene en mente grandes tragedias humanitarias, pero su texto también hace pensar en el objeto que añade a la imagen un sentido ominoso.

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La noche del 16 de diciembre de 2009,Alfredo Beltrán, líder de una de las organizaciones más importantes de tráfico de drogas del país, murió durante un operativo en el que se enfrentó a tiros a efectivos de la Marina tras negarse a rendirse. Debatible al menos en términos periodísticos, la imagen que apareció en la primera plana de varios diarios tenía elementos que abrían lecturas peligrosas.

En la foto publicada por Reforma y El Universal, desplegada a plana completa en sus versiones populares Metro y El Gráfico, respectivamente, Beltrán aparecía tendido en el piso con los pantalones abajo y cubierto de objetos: billetes de 500 pesos y 100 dólares ensangrentados, joyas y amuletos. Inicialmente seatribuyó a los propios elementos de la Armada la intención de profanar el cadáver, de afrentar al líder del cártel exhibiéndolo como un trofeo o, incluso de prestarse a enviar un mensaje interesado a alguien.

Poco después se supo que los marinos dejaron entrar a un fotógrafo de prensa de la ciudad de México, a quien se permitió usar su cámara mientras los preceptores de la Procuraduría (encargados del levantamiento del cadáver) trabajaban en el lugar y hacían una relación de las posesiones del fallecido como parte de las pruebas periciales. La fotos de la escena fueron vendidas a diversas agencias, pero para jactarse de la “exclusiva”, el diario propietario puso en portada el crédito de su fotógrafo (lo siguiente fueron amenazas en su contra).

El atrevimiento de una portada de estas características en la prensa de los estados rebasados por la delincuencia organizada habría sido una estupidez y un suicidio por las fibras sensibles que la estampa seguramente tocaba o por el desafío que, al menos en apariencia, lanzaban las imágenes. Los medios en la capital, sin embargo, desde entonces se asumían invulnerables, lejos del alcance de la furia de los grupos criminales, aunque siempre se corre un riesgo cuando se elige la imagen que exhibe una alteración de la escena potencialmente agraviante.

Decía Susan Sontag  que aunque la cámara sea un puesto de observación, el acto de fotografiar es algo más que observación pasiva. Asimismo, La muerte como espectáculo, de Michela Marzano, reconoce que a veces el análisis de los acontecimientos necesita apoyarse en imágenes explícitas, pero la muerte reducida a un espectáculo tiene un objetivo opuesto, se instrumentaliza a las víctimas, reduciendo su drama a un espectáculo generador de emociones, donde no caben el análisis ni la reflexión. Ante el horror y lo insoportable, uno mismo puede caer en la barbarie, pero hay maneras distintas de narrar, siempre las hay, incluso desde la imagen.

 

 

 

 

 

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Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).


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