Obama y las políticas políticas (1)

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¿Ha visto usted la película Good Night and Good Luck de George Clooney? Trata sobre el pleito entre Edward Murrow, un célebre comentarista de noticias en los años sesenta, y el senador Joseph McCarthy en la inquisitorial época, bautizada en su “honor”, del Macartismo. Independientemente de docenas de aspectos interesantes de la película, uno me llamó la atención: el lenguaje con el que Murrow se dirigía a sus televidentes. Si hoy el titular de un noticiero expresara ideas de esa sofisticación, con un lenguaje tan fino, no sería comprendido ni por el 1% de su audiencia, quienes seguramente correrían despavoridos a tomar el control remoto para buscar un canal más “divertido” y ver un reality show o algo similar.

Nuestra sociedad ha sido embrutecida y alienada no sólo por los medios de comunicación sino también por sistemas educativos cada vez más miopes y superficiales. Pero esta sociedad –con sus peculiaridades– consume, produce, trabaja y –entre más cosas– vota.

Se dice que los pueblos tienen los gobiernos que merecen. No me cabe duda. Podemos criticar a los políticos o a los partidos, podemos renegar de legisladores vendidos o de presidentes mediocres. Pero ellos son, en realidad, el reflejo de una sociedad apática y cada vez más ignorante.

Esto viene al caso (espero) por las decisiones que el presidente Obama tomó ante la reciente derrota demócrata en la elección del escaño senatorial del estado de Massachusetts.

Vayamos por partes. Si analizáramos las fallas en la estrategia legislativa de Obama al pasar la reforma de salud por las cámaras, hay un par de errores evidentes. Primero, dejó que los legisladores de su partido la diseñaran. Pero senadores y congresistas (totalmente dependientes de donativos corporativos para financiar sus campañas) carecen del instinto suicida que les llevaría a introducir una legislación que lastime los bolsillos de la industria farmacéutica, las aseguradoras y los abogados litigantes (donadores importantes al Partido Demócrata). El resultado fue que los legisladores evitaron enredarse en el enorme problema de costo (en Estados Unidos, proveer de salud a 85% de la población cuesta 16% del PIB, mientras que en el Reino Unido proveer a toda la población cuesta 8%). Segundo, el largo tiempo que tomó desarrollar la legislación dio abundante espacio a los despachos de cabildeo para organizarse y oponerse.

Uno pensaría que después de tan bochornosa experiencia, se haría una cuidadosa tarea previa para introducir propuestas de ley que potencialmente afecten a algún sector poderoso y con alta capacidad de cabildeo.

Lejos de ello, en un intento desesperado por contender por el asiento que dejó vacante Edward Kennedy, después de una patética campaña de la candidata demócrata, Obama señaló un día antes de la elección a los bancos como los malos de la película. Al día siguiente llama a Paul Volcker, su respetado asesor, quien llevaba un año hablando de la necesidad de reformar al sistema financiero sin lograr eco, y Obama rescata el plan y lo bautiza con el nombre de su creador.

La administración de Obama dio un giro de 180 grados para quitarle el reflector a la fallida reforma de salud y ponerlo sobre los perversos bancos. Obama había pospuesto su primer informe anual a la nación para dar tiempo a que la reforma de salud fuera aprobada por el legislativo y utilizar el foro para presumir el gran logro de su primer año de gobierno. Al perder a su senador demócrata número 60, y con él la mayoría de dos tercios que lo blindaba ante un posible bloqueo del senado, decide anunciar el gran plan para reformar el sistema financiero.

Antes de planear la potencial reforma con detenimiento y definir hasta el último detalle, el presidente decide anunciarla en su informe a la nación, y en cuestión de horas surgen dudas porque la propuesta es demasiado genérica. Es decir, Obama propone medidas porque son populares, y lo son aún más dado el momento que elige para anunciarlas, pero es justo eso lo que imposibilita cualquier esperanza de triunfo legislativo.

Obama se ha empantanado en una estrategia legislativa que es un callejón sin salida. Tiene una mayoría en las cámaras más dominante que cualquier mayoría republicana desde los años veinte. Pero, desde el momento en que permite que para la aprobación de cualquier ley se vuelva indispensable contar con una mayoría de sesenta votos en el senado, cada uno de los legisladores demócratas es un extorsionador en potencia.

Como dice Fareed Zakaria, editor de Newsweek, Obama decidió comportarse como primer ministro, más que como presidente. Tiene razón. Los fundadores de Estados Unidos conceptualizaron una presidencia que tuviera cierta similitud con el papel de un rey en el sistema inglés, estando por arriba del parlamento. Ellos imaginaban un legislativo complicado, corrupto y lleno de intereses contrapuestos, por lo que el ejecutivo tenía que estar por encima de éste, y para eso lo proveyeron con armas importantes como el poder de veto. Un primer ministro representa y defiende los intereses de la mayoría de su partido en el parlamento, mientras que un presidente debe estar por encima de las diferencias partidistas. Por ello es que fue tan equivocada la decisión de Obama de darle a los demócratas en las cámaras el poder para diseñar la reforma del sistema de salud. Lo expone a la necesidad de rebajarse para pasar la reforma, y le impone a la propuesta un sesgo partidista innecesario.

Pero, independientemente de estos errores, y de que los repite al introducir muy prematuramente una reforma al sector financiero, esta reforma está lejos de resolver el problema, y de impedir que vuelva a presentarse una crisis como la que vivimos en 2008 y 2009.

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Es columnista en el periódico Reforma.


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