Lloviendo sobre el desfile I

¿Son “buenas noticias” las recientes decisiones relacionadas con la crisis europea y estadounidense?
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Parece que en la última semana los mercados financieros han calificado como “buenas noticias” los eventos relacionados con la crisis europea y estadounidense. Primero, Mario Draghi confirmó el programa (bautizado como Programa Definitivo de Transacciones Monetarias) del Banco Central Europeo (BCE) de imprimir euros para comprar bonos (de vencimientos menores a tres años) emitidos por aquellos países que soliciten ayuda. Después, la Corte Constitucional alemana confirmó que la participación de su país fondeando el “mecanismo de estabilidad europeo” no violaba la constitución. Por último, Ben Bernanke anunció que el Banco de la Reserva Federal inyectará 40 mil millones de dólares al mes comprando bonos hipotecarios, lo cual sumado a la llamada “operación twist” implica que incrementarán la oferta monetaria en alrededor de un millón de millones de dólares por año. Para evitar dudas, afirmó que esta inyección continuará sin límite de tiempo hasta que haya una recuperación del empleo.

Todo lo anterior merece ser acotado. Parece claro que los dos bancos centrales más poderosos del mundo no están dejando lugar para dudar sobre su determinación de inundar los mercados con liquidez. En el caso europeo, esta es la primera vez que el banco central se aleja de su único mandato -mantener estabilidad de precios- para articular un rescate. Esto no es un evento menor. Subraya, primero la enorme preocupación entre líderes europeos por el desplome de los bonos emitidos por España e Italia. De seguir esa tendencia, las endeudadas economías de ambos países llegarían a una situación insostenible ante la incapacidad de pagar tasas tan elevadas. Esa caída se detuvo en el instante en que surgió un comprador “potencial” de última instancia. Otros bonos, como los griegos, ya habían transitado por ese camino, pero el tamaño de sus emisiones no ponía en peligro a la unión monetaria europea, como ha ocurrido ahora.

La desesperada medida implica asumir un riesgo político importante. Vista desde el punto de vista alemán, el BCE se ha distanciado de las prioridades y de la estructura de gobierno del Bundesbank (banco central alemán). Este último responde, desde 1957, a la obsesión alemana de evitar a toda costa la inflación, después del trauma histórico creado por la hiperinflación vivida en la República de Weimar, preámbulo al surgimiento del nazismo. El Bundesbank responde solo al pueblo alemán. Ahora, el Banco Central Europeo imprime euros para proteger a Italia y España, lo cual no tiene nada que ver con su restringido mandato legal (mantener estabilidad de precios en Europa), y a pesar de que los rescates europeos han dependido primordialmente de recursos alemanes, este país tiene solamente un voto en las decisiones que toma el BCE. Y, de hecho, ese voto se pronunció en contra de la medida propuesta por Draghi. Pero, la peligrosa situación ameritaba asumir ese costo político, que no es menor. Si sigue aumentando el costo de rescatar a los países de periferia europea, y conforme la incipiente recesión alemana se arraigue (la economía alemana creció solo 0.1% en el segundo trimestre), aumentará la posibilidad de que el pueblo alemán se oponga a seguir cargando con la mayor parte del costo de preservar la unión monetaria. Alemania puede empezar a quedarse sola en el grupo de los países que pagan el rescate. Francia está cada vez más cerca de ser parte del problema que de la solución (su economía mostró cero crecimiento en el trimestre), y además hay fuertes movimientos anti-europeos en países que antes apoyaron incondicionalmente, como Finlandia cuya economía decreció 1% en el segundo trimestre del año (el peor crecimiento después de Grecia y Portugal), debido a los problemas de su industria papelera y a los de la empresa Nokia.

La nueva inyección de liquidez de la Reserva Federal es mucho menos justificable, a no ser que se trate de un intento electorero de Ben Bernanke para mantener su empleo, ante la probable reelección de Barack Obama, quien decidiría si lo ratifica en el puesto en 2014. El tercer programa de relajamiento cuantitativo – o QE3– parece el epítome de “llover sobre mojado”, al inyectarle liquidez a una economía en la que los balances de los bancos comerciales tienen 1.7 billones (millones de millones) de dólares de liquidez que no tienen a quien prestar, cuando los balances de las empresas privadas tienen más de dos billones de dólares de liquidez que no tienen en qué invertir, la tasa a la que se obtiene una hipoteca a 30 años es la menor en décadas -alrededor de 3.6%- y cuando las tasas que el gobierno paga por financiar su deuda son las menores en la historia (1.459% a diez años, nivel alcanzado en junio).

En teoría, los nuevos recursos serán orientados a adquirir bonos hipotecarios, con el objetivo de que el costo de las hipotecas baje. Sin embargo, quisiera que el Sr. Bernanke encuentre a alguien que, teniendo acceso a crédito (una condición cada vez más escasa, pues los bancos imponen condiciones cada vez más estrictas que reflejan la nueva regulación) se anime a comprar cuando no lo hizo a las tasas actuales, la potencial baja marginal es cada vez menos significativa y la desesperada actitud del banco central quizá invita a esperar a ver si hay otros incentivos para comprar inmuebles que se presenten más adelante.

Inyectar liquidez en este momento es, a mi juicio, extremadamente irresponsable. Por un lado, se hace en un momento de estabilidad relativa, es decir, que se desperdicia una bala que podría hacer falta más adelante. Los mercados financieros estadounidenses pasan por un buen momento. Los altos precios de las acciones en las empresas estadounidenses reflejan, además de sorprendente resistencia, salud y rentabilidad. Los altos precios de los bonos reflejan apetito por seguridad, aun estando dispuestos a recibir un rendimiento inferior a la tasa de inflación (un rendimiento real negativo).

Más aún, las ínfimas tasas de interés están afectando a la creciente población de trabajadores retirados (que aumenta diariamente en diez mil personas) cuya provisión de ahorro está resultando, en muchos casos, insuficiente debido a la magra rentabilidad a su alcance, a no ser que estén dispuestos a asumir riesgos que no harían sentido en esta etapa de sus vidas. Esto limita fuertemente su capacidad de consumo. Robert Samuelson, columnista del Washington Post, estima que la caída en el ingreso por ahorro de los estadounidenses podría ascender a más de 400 mil millones de dólares al año. En forma aún más preocupante, incontables fondos de pensiones públicos están muy por debajo de los niveles en que deberían estar para poder hacer frente a las obligaciones contractuales que han asumido. Esa colosal contingencia se acabará, seguramente, volviendo deuda federal, pues difícilmente el sistema estará dispuesto a dejar en la calle a millones de burócratas que durante décadas han vivido con la promesa de retiro en condiciones decorosas.

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Es columnista en el periódico Reforma.


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