El apagón

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La liquidación de Luz y Fuerza del Centro me recordó a un profesor de economía que tuve en la universidad. A finales de semestre, cuando ya habíamos aprendido (bien o mal) la oferta y la demanda, nos concentramos en la vida empresarial. Me acuerdo claramente cómo comenzó esa serie de lecciones. “Una compañía”, nos dijo, “tiene una sola obligación: hacer bien lo que hace”. Mi maestro tenía, por supuesto, toda la razón. Toda la teoría de administración se reduce a esa regla de oro. Cuando una firma hace bien lo que hace, los resultados llegan solos: los números negros son consecuencia directa de la satisfacción de proveedores y clientes en un círculo virtuoso que tiene algo de mágico. Pero si una empresa no hace bien lo que hace, su muerte debe ser inevitable. En la vida real, donde no hay subsidios y cada centavo perdido duele hasta el alma, nadie puede darse el lujo de nadar, año tras año, en tinta roja. Eso es, en el fondo, lo más notable del mundo empresarial: recompensa a quien hace las cosas bien y censura sin remedio a quien se resiste a actuar correctamente. Si una compañía no funciona, muere. Y no hay más.

Es en el marco de esa lección que las voces que defienden a Luz y Fuerza del Centro resultan incomprensibles. La empresa no hacía bien lo que debía hacer. Las estadísticas demuestran que, aunque tenía un número mayor de empleados, el servicio que LFC otorgaba a los desdichados que teníamos que sufrirlo era mucho peor que el de su contraparte, la CFE. Pero dejemos de lado el juicio al servicio. Después de todo, no faltará quien diga que no tiene nada de malo la pedantería e impuntualidad de quienes arreglaban los frecuentes apagones. Hablemos, mejor, de números. Las finanzas de la empresa eran una vergüenza. Los mexicanos subsidiábamos su incapacidad con cerca de 40 mil millones de pesos, 15 por ciento del famoso boquete presupuestal. El pasivo de la compañía era estratosférico y lo sería aún más dado el ritmo y prestaciones de sus jubilados. Es un hecho que la empresa podría haber funcionado con un porcentaje mucho menor de empleados que los miles que hasta el viernes mantenía gracias a la generosidad de los contribuyentes de todo el país. En resumen, LFC perdía mucho más de lo que ganaba; era una empresa gorda, complaciente e improductiva. En el mundo real, en el que una firma que hace mal lo que hace sufre las consecuencias inmediatas e irremediables de su incapacidad, el gigante electricista merecería lo que le ha ocurrido. No se trata, pues, de estar del lado del gobierno o de la oposición. Se trata de defender la más elemental lógica: en gran medida por su propio despilfarro e irresponsabilidad, Luz y Fuerza no debía existir más.

Era de esperarse que, a partir de la liquidación de LFC, regresaran al escenario las voces que, desde hace 80 años, defienden los abusos de lo peor del corporativismo mexicano. Lo han hecho evocando las “conquistas” del México revolucionario. Pronto dirán que el final de la empresa electricista equivale a un atropello a los derechos de “todos los trabajadores mexicanos”. Esgrimirán, también, la bandera xenófoba; tratarán de asustar con el fantasma de la privatización. No hablarán, por supuesto, de la ineficacia de la compañía en cuestión. Mucho menos de los privilegios de los líderes sindicales. Ninguna de esas voces le reclamarán a Martín Esparza su hermoso rancho ni le preguntarán al sindicato cómo justifica la construcción, por ejemplo, de ese gimnasio de 103 millones de pesos (un Sport City de lujo cuesta casi la mitad). Defenderán, en suma, al más primitivo y nocivo legado del priismo: el andamiaje corporativista que garantiza “solidaridad” gremial pero hunde al país en la más lamentable parálisis.

¿Qué deben hacer los ciudadanos ahora? No es un mal momento para enfatizar la importancia de la solidaridad y, sobre todo, la honestidad intelectual y moral de cara al país. La liquidación de LFC puede convertirse, si llega a buen puerto, en un precedente admirable: no se solapará más a sindicatos rapaces y empresas improductivas. Los mexicanos, que sufriremos una andanada de provocaciones ancladas en atavismos, debemos resistir la tentación de ceder al populismo corporativista. La liquidación de Luz y Fuerza no es un atentado contra la soberanía y el bienestar de la clase trabajadora mexicana. Es un golpe en la mesa, un “hasta aquí” a viejos vicios. Ya era hora.

– León Krauze

(publicado previamente en el periódico Milenio)

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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