Alina es la respuesta

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Hace unos días me topé con un amigo que fue, en su tiempo, un notable futbolista profesional. De inmediato le pedí su opinión sobre el equipo de Aguirre. Para mi sorpresa, lo primero que hizo fue exculpar al técnico. A diferencia de 2002, me dijo, Aguirre tuvo que lidiar no con un responsable general del equipo —Alejandro Burillo, en aquel ya lejano Mundial oriental—, sino con varias cabezas que le exigían no sólo resultados deportivos sino devoción absoluta con los patrocinadores (en México nos encantan los excesos). Parece ser que, tal y como se ha sospechado, la agenda estaba mucho más llena de fechas de filmación que de horas de trabajo en la cancha. Pero ese no fue el único factor que contribuyó al mediocre desempeño del equipo en Sudáfrica. Me dicen que a Aguirre le sorprendió el calibre de arrogancia de muchos jugadores. Para colmo, a diferencia de otros, el talento real de los seleccionados mexicanos jamás estuvo a la altura de su pedantería. Así, con un equipo de divas manoseadas y sobreexplotadas comercialmente, el destino del equipo no podía ser otro.

Para nuestra suerte, el propio deporte nos ha ofrecido un ejemplo de un trayecto completamente opuesto con logros, naturalmente, muy distintos: la joven selección femenil. Los resultados que el equipo ha obtenido en el Mundial de su categoría no son obra de la casualidad. A diferencia de los equipos varoniles, las mujeres cargan con la indiferencia de los grandes intereses de la industria futbolera y, en parte, de la afición. Lo segundo es una pena; lo primero, una bendición. Sin los patrocinadores mordisqueándoles los tobillos y el relativo abandono de los directivos, los responsables de los equipos femeniles han trabajado en paz al menos durante una década. Esta selección sub 20 que tantas alegrías ha dado tiene un par de años jugando a lo mismo, con las mismas y con el mismo objetivo. ¿A alguien realmente le sorprende que hayan dado un Mundial notable?

Pero hay otra variable que debería convertirse, desde hoy, en una prioridad para la estructura deportiva mexicana. El hombre responsable del futbol femenil en México se llama Leonardo Cuéllar. Cuéllar, al que seguramente muchos habrán tachado de loco cuando decidió concentrarse en el futbol femenil, tiene años buscando talento en México y Estados Unidos. Con la paciencia de Job, el técnico y los suyos han peinado preparatorias y universidades que tienen programas de futbol para encontrar a las chicas con potencial. Hallaron una mina de oro. Veamos sólo un caso, el de Alina García-Méndez, la elegante defensa que metió un gol de antología para enviar a su equipo a la segunda ronda del Mundial. Alina es hija de un mexicano y una estadunidense. Desde chica jugó futbol escolar. Después se benefició del notable sistema de competencia deportiva del estado de Texas. Brilló con su preparatoria, de donde fue reclutada por la universidad de Stanford. Ahí, Alina es titular indiscutible: estudia para jugar y juega para estudiar. Al final se convertirá en una profesionista integral; quiere, creo, ser doctora. Insisto: ¿a alguien realmente le sorprende que haya dado un Mundial notable?

La lección para el futbol varonil es evidente: el respeto a un proyecto a largo plazo debe ir acompañado, de manera urgente, por un renovado sistema de incentivos y reclutamiento en preparatorias y universidades. No es casualidad que la estructura colegial estadunidense sea la que nutra a todos los deportes profesionales de aquel exitoso país. Cuando un Leonardo Cuéllar sea el responsable del equipo de varones (y su trabajo se le respete por años) y cuando las preparatorias nacionales produzcan racimos de jugadoras como Alina García-Méndez, los hombres mexicanos podrán soñar con la copa. No hay más.

Por cierto, un apunte crucial: ni mi amigo pudo explicarme la alineación de Adolfo Bautista contra Argentina.

– León Krauze

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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