Contra el fórum

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Instantáneas del Fòrum
     El Ikea de las ideas
      
      
     No es una Olimpiada, no es una exposición universal, no es una manifestación contra la globalización, no es una conferencia, no es una exposición itinerante. ¿Qué es el Fòrum? Su indefinición es parte de su esencia. No responder, flotar en el limbo de las buenas intenciones.
      
     Barcelona in progress
     Una imagen:
     A pleno sol levanto la cabeza desde el puerto, justo encima de la cola que espera entrar a ver los Guerreros de Xian. A lo lejos, grúas y construcciones.
     Ante todo, el Fòrum de las culturas es un proyecto urbanístico. Es la piedra angular de todo un barrio nuevo, el que limita Sant Adrià de Besòs con Poble Nou, y también una forma de transformar la planta de aguas servidas de la ciudad en un polo de desarrollo cultural y social.
     Es un proyecto urbanístico, irreprochablemente audaz y vanguardista, y es también un experimento de una nueva ciencia llamada “gestión cultural”, que tiene en Barcelona su mayor centro de propagación mundial. Se trata de hacer que la cultura sea un buen negocio, uniendo todo lo que el arte conceptual y las instalaciones han creado en los últimos treinta años con todo lo que la publicidad, el diseño y el marketing han avanzado en estos tiempos. O sea, que Marcel Duchamp, en vez de escandalizar, sea patrocinado por una empresa fabricante de urinarios, y que la sopa Campbell’s sea más ágil y pase a llamarse sopa Warhol.
     Extrañamente, el arte de protesta, nacido de la revolución del 68 (el happening, el teatro callejero, el arte de vanguardia, la literatura posestructuralista), es el más apto para ser usado comercialmente. Como decía Nicanor Parra: “La derecha y la izquierda unidas, jamás serán vencidas.” Así el Fòrum, auspiciado por Coca-Cola, Nestlé, o El Corte Inglés, además de todas las empresas constructoras que se benefician del proyecto, usa no sólo las formas de la contracultura, sino parte de su discurso, correctamente limpiado de cualquier disonancia molesta.

Un vacío que llena a todos
     Una imagen:
     En el Speaker’s Corner, un espacio para la expresión libre perfectamente pautado por los organizadores, dos señores en shorts nos explican los peligros de la desaparición de la tortuga marina en el Mediterráneo.
     Los medios barceloneses se han burlado de la falta de concurrencia en las primeras semanas del Fòrum. Se comenta que han tenido que traer a niños de todos los colegios de Barcelona. La verdad es que el vacío era previo a la entrada del público (los responsables del Fòrum reconocen estar sólo un 10% por debajo de las visitas esperadas), el vacío del encuentro es conceptual.
     Obra municipal de consenso, el Fòrum ha tenido, para aprobarse, que satisfacer el gusto del consejo municipal, de la diputación y del gobierno autonómico, compuestos todos estos por un pandemonio de voces de distintos partidos y tendencias. El Fòrum es, por eso, una manera inmejorable de ver expuesto en una enorme superficie lo que piensa la clase dirigente catalana del mundo y sus problemas. Una sala enorme (que podría abrigar dos exposiciones o a cientos de miles de subsaharianos hambrientos) está consagrada a las lenguas, demostrando que hay muchas y que el catalán no es la menos hablada. Por eso también el castellanohablante (más de la mitad de los catalanes, pero la mitad que no importa) se pierde ante un sinnúmero de ofertas que no lo incluyen —para no ir más lejos, en el Speakers’ Corner la charla de las tortugas marinas se ofrece en catalán, con traducción simultánea a la lengua de los sordos y una pantalla con subtítulos, también en catalán, por lo que un sordo podría entender mejor la charla que un castellanoparlante—. Una de las exposiciones más grandes y más detalladas es una aburridísima muestra de maquetas, planos y estadísticas sobre Barcelona donde se sugiere que ésta es la capital de una eurorregión que cubre la mitad de la costa mediterránea de España y casi toda la de Francia. ¿Sueños imperiales?
     ¿El mundo y sus problemas? El Fòrum tiene la misma profundidad ideológica de un niño de seis años, de esos que le escriben al viejo pascuero, al Papa o al secretario general de la ONU: “¿Por qué en el mundo hay guerra? ¿Por qué no nos queremos todos si somos todos hermanos? ¿Por qué discriminan a los que tienen la piel de otro color?” Las soluciones a estas y otras preguntas por el estilo (un espacio del Fòrum llamado Las 141 preguntas plantea estas y otras dudas, mientras una exposición para los niños, “Un món en que me agrada vivir”, vuelve a plantearlas majaderamente) parece que van a provocar, pero no provocan a nadie.
     Lo mismo se podría decir de las diversas exposiciones del Haima, tiendas de campaña que nos muestran a través de juegos interactivos y diversas proyecciones las miserias del mundo. Así, se nos informa que un europeo consume diez veces más agua que un africano, que las mujeres violadas sí que están jodidas, que los alimentos trasgénicos están arruinando nuestra salud, que las guerras en el mundo matan a más civiles que uniformados. De manera siempre ingeniosa, se nos brinda una gran cantidad de información que nos llena de congoja. ¿Quién tiene la culpa de tanto mal? ¿Cómo solucionarlo?
     Toyota exhibe sus nuevos autos ecológicos.

La diversidad
     Una imagen:
     Cercados por palos, en medio de un círculo de arena, unos bailarines de Burkina Faso se paran sobre su escenario. Cinco funciones al día de invocaciones a los dioses. El jefe de tribu, con un aire cansado de tan estresante horario de actuaciones, dice: “Hola”, y se lanza tocar el tam tam.
     La diversidad es uno de los temas del encuentro, y como espectador, por la nada módica entrada, uno esperaría ver jíbaros achicando cabezas, japoneses cocinando teriyaki y africanos friendo grillos. La diversidad que se ve en el Fòrum es más o menos la misma que se puede apreciar en cualquier aeropuerto del mundo o en Epcot Center. Zanquistas y otros malabaristas de diversos rincones de Barcelona, un acróbata de Azerbaiján, y pocas artesanías nada inesperadas.
     ¿La diversidad? Poco antes de que se declararan abiertas las festividades del Fòrum, el mismo municipio que lo organiza declaró la ciudad de Barcelona una ciudad antitaurina, a pesar de que por más de cien años tuvo una y a veces dos plazas de toros. No sólo se alegó la crueldad del espectáculo, sino su falta de catalanidad. En Barcelona la diversidad es buena sólo cuando queda lejos. Por eso tal vez la diversidad de esta misma ciudad, los derechos de la minoría charnega (que en muchos lugares es mayoría), y la creciente minoría inmigrante, no tienen cabida en el Fòrum. Quizás porque para el catalán la cultura española no es cultura.
     Acaso esa falta de atención en lo cercano, en lo vecino, es la más grave falta del Fòrum. Barcelona, según se desprende de una visita al Fòrum, parece flotar fuera del mundo, en la estratosfera angelical, donde se solucionan los problemas del Món. El Món, que no es lo mismo que el mundo. El Món es el mejor de los mons posibles, un lugar en común para reunir a todos los lugares comunes. El Món es donde vive Benetton. Pero esa obsesión por el Món, por invitar al Món a Barcelona, es también fruto del desesperante astigmatismo del catalán medio. El Món está en otra parte, lejos, no aquí ni ahora, no en mi barrio, que se ha llenado de peruanos, ecuatorianos y suecos con becas Erasmus, sino lejos, en los inmensos paisajes desolados del turismo de la buena conciencia.

Desarrollo sostenible
     Una imagen:
     Una concentración de guías naranja y verde esperando aburridos a visitantes que les pregunten cosas. No han tenido que usar sus habilidades idiomáticas, porque la mayor parte de las visitas son familias catalanas que les enseñan a sus hijos cómo ser buenos.
     El desarrollo sostenible es uno de los temas del encuentro, aunque no parece ser otro que el desarrollo sostenible —y sostenido— de Barcelona, que se ve a sí misma como hija de exposiciones universales y Olimpiadas. La idea es que el órgano crea la necesidad, como dice mi amigo Carlos hablando de su teléfono móvil. Se construye el Fòrum y después se piensa en cómo y con qué llenarlo. Debido a eso, nos hemos encontrado con aquellos espacios enormes, exposiciones con más pirotecnia que verdadero contenido, y los espectáculos (los mejores están fuera del recinto) repetitivos e incongruentes. Da lo mismo, la obra esta construida, el cemento seco, el barrio inaugurado.
     ¿La diversidad cultural, el desarrollo sostenible, las condiciones para la paz? Sólo relleno.
     Una sola duda me asalta. A mitad de 2004, en medio de una guerra que nace de profundas incomprensiones religiosas y culturales, con problemas graves de abastecimiento de energía, y en pleno recalentamiento global, ¿se pueden banalizar la paz, la sostenibilidad, la diversidad, como el Fòrum lo hace? Nada diferencia el Fòrum de un enorme Ikea que en vez de muebles te vende argumentos e ideas prefabricados que sólo hay que armar rápidamente porque ya te comprarás otros nuevos. Baratos, prácticos, bien diseñados, pero nada sólidos. –
     — Rafael Gumucio
      
     Postales desde el Fòrum
     El Fòrum Universal de les Cultures de Barcelona es un sucedáneo de las antaño prestigiosas exposiciones universales. Estos eventos, que derivaban su prestigio de la supuesta hazaña de congregar al mayor número de Estados-naciones con medios y voluntad política para escenificar su riqueza en todos los ámbitos, desde el tecnológico-industrial hasta el cultural, son hoy unánimemente considerados “políticamente incorrectos” debido a su excesivo oficialismo y escaso valor añadido conceptual. Por qué desde la caída del muro de Berlín el Estado-nación se ha vuelto “políticamente incorrecto” es a la vez uno de los enigmas centrales y una de las claves más iluminadoras del clima político imperante en los Estados-nación más ricos del planeta. Quizás la manera más sencilla de acercarse a ambos consista en fijarse en las críticas contra el Fòrum que han vertido los anti-Fòrum, congregación de las ong más antisistema, grupos antiglobalización y universitarios como el antropólogo Manuel Delgado. A dos se reducen los agravios de los que los militantes de la pureza antiglobalizadora hacen responsable al Fòrum: el impulso predador de los organizadores del evento, mera fachada detrás de la cual se desata una operación de especulación inmobiliaria a gran escala en una de las zonas tradicionalmente más depauperadas de la ciudad de Barcelona, y la infamante procedencia del dinero de los inversionistas privados, que aportan casi la mitad del presupuesto de las obras y actividades del Fòrum. Con fe y entusiasmo dignos de Moisés revelándole a su pueblo las tablas de la ley en medio del desierto, estos guardianes de la buena conciencia nos regalan con pormenorizadas listas de las inversiones de La Caixa, Telefónica o Fecsa-Endesa en armamento, empresas constructoras, redes hoteleras de lujo o la electrificación del territorio mapuche. Señalando con dedo tembloroso de indignación y furia, advierten: os engañan. Los mismos que desgravan fiscalmente para financiar exposiciones sobre desarrollo sostenible son responsables de la degradación ecológica del planeta, y quienes hacen posible la proliferación de armamento militar son los mismos que dan dinero para que Saramago y Gorbachov vengan a Barcelona a instruiros sobre las condiciones de la paz en el mundo. ¡Escándalo, en verdad os digo! Imaginemos por un instante, en lugar de las citadas empresas y otras más que participan en la organización del Fòrum, a países como Estados Unidos, Inglaterra o Francia en la lista de patrocinadores. Esdecir, imaginemos una Expo en lugar del Fòrum. ¿Es descabellado suponer que las críticas serían exactamente las mismas? Cansino nihil novum: este tipo de movimientos reactivos ofrece un enésimo avatar del tercermundismo a la Frantz Fanon, siempre proclive a escribir el mismo guión miserabilista y martirológico en el que el Sur es únicamente víctima y el Norte exclusivamente verdugo vampírico. De todos modos, sean Estados o compañías privadas las que financien el evento, el reflejo condicionado dictará la programada respuesta, una y otra vez repetida como esos mantras que poseen la innegable virtud de acercarnos al nirvana, es decir a un estado de bienestar basado en la anulación del pensamiento individual.
     Por otra parte, la fórmula Fòrum, al tiempo que elimina los referentes oficiales, compensa el constitutivo déficit conceptual del modelo Expo, que prescindía de un programa unificado temáticamente, adoptando el principio de la curaduría o comisaría de exposiciones, mecanismo normalizado en el ámbito museográfico y al que debemos la monumentalización y trivialización comercial del arte desde hace tres décadas. Mecanismo que responde a una lógica simple y eficaz: es fácil movilizar grandes masas ofreciéndoles “conceptos”, cuanto más generales y difusos mejor —”la paz”, “el diálogo cultural”, “la sostenibilidad” son los tres “ejes temáticos” del Fòrum de Barcelona, vagas declinaciones de la no menos general y difusa moda del momento: la globalización—, que tienen la innegable virtud de funcionar con la misma eficacia que los eslóganes políticos de las campañas electorales o los “creativos” lemas de los spots publicitarios. Sin duda también remiten estos mecanismos a la lógica del parque temático, otra de las críticas vertidas contra el Fòrum por quienes prefieren ignorar que el modelo que han tenido presente los conceptores del evento de Barcelona no es tanto Port Aventura o Disney World cuanto los dispositivos museográficos de la Tate Modern, Beaubourg o el Guggenheim de Bilbao. Quizás porque los que encuentran desvalorizadora la referencia a un parque temático, son incapaces de ver la viga en el prestigioso ojo del gran hermano museístico. El Guggenheim de Bilbao, sin ir más lejos, es un mini-Fòrum avant la lettre: el supremo esfuerzo de inversión puesto en el cascarón, en la intervención arquitectónica, sirve para ocultar, tras la lujosa pantalla, el vacío inane de su interior. Al museo sin colección permanente, sin proyecto museístico —al museo no-museo—, responde especularmente el Fòrum de Barcelona: un monumental conjunto de edificaciones que acoge momentáneamente exposiciones y debates temáticos, sin otra justificación que la de atraer al mayor número de personas al monumental conjunto de exposiciones que acoge momentáneamente… así en bucle durante 141 días, del 9 de mayo, Día de Europa, al 24 de septiembre, festividad de la Mercè, patrona de Barcelona.
     La racionalización de este macroevento de nueva planta es en todo punto idéntica a la que garantizaba el éxito de las antiguas expos: servir de vitrina publicitaria a una ciudad, región o país para atraer inversiones consecuentes que permitan renovar las infraestructuras locales, remodelar el urbanismo y repotenciar las capacidades gestoras de los administradores directos del evento. La ciudad de Barcelona, desde la Exposición Universal de 1888, ha demostrado repetidas veces su maestría en estas lides de autopromoción. En realidad, el evento sociocultural en sí es sólo la parte emergente de un inmenso iceberg (el verdadero milagro del Fòrum es que no se funde al contacto con el sol del Mediterráneo), que incluye al menos otros dos objetivos tácitos.
     Por una parte, a través de recalificaciones de terrenos millonarias que permiten la redefinición urbanística de zonas poco rentables para negocios de especulación inmobiliaria y turística (como en la época de Franco, éstas siguen siendo las dos tetas de las que mama el subdesarrollado capitalismo español), avanzar en el viejo proyecto de aumentar el poder gestionador del ayuntamiento de Barcelona, destinado a dominar la Región Metropolitana pendiente aún de definición. La masiva intervención urbanística en la zona colindante con el Besòs, y de la que el Fòrum es sólo una parte (las otras, no menos importantes, son las 84 hectáreas del complejo Diagonal Mar, propiedad del gigante inmobiliario tejano Hines, el destrozo del tejido urbano en la zona nordeste de Poble Nou, la cosmética recuperación del barrio de La Mina y la instalación de una gigantesca Marina en Sant Adrià), busca hacer realidad la ambición del actual consistorio barcelonés: anexionarse de facto los hoy relativamente prósperos municipios de Sant Adrià del Besòs y Badalona. Por otra parte, los gestores municipales y asimismo los otros patrocinadores del iceberg mediterráneo —la Generalitat de Catalunya y la administración central del Estado— pueden seguir levantando el grandioso edificio ideológico iniciado tras la transición, diseñado no sólo por el cómodo espantajo de los “neofranquistas” del PP, sino por los adalides del diálogo cosmético y el consenso de fachada que son los socialistas del PSOE: borrar tenazmente la sombra de cualquier memoria de los cuarenta años de contienda civil y paz de los cementerios, generadora de malévolas “crispaciones”, y reemplazarla por una reescritura de la historia que, como en la mejor tradición de los autoritarismos y totalitarismos del siglo XX, permita reciclar pasados dramas para rentabilizarlos en las actuales luchas políticas por el poder. Los desmembrados cuerpos de la memoria de la Guerra Civil y la posguerra son injertados en novedosas combinaciones, hasta lograr que eche a andar el Frankenstein de político diseño. El más exitoso de estos monstruos hasta la fecha, capaz de deshojar la margarita y ahogar a la dulce niña bajo los ensordecedores aplausos de los aldeanos, es el nacionalismo identitario étnico-lingüístico, que ha logrado imponer falacias como que la Guerra Civil fue librada por los “madrileños” contra vascos y catalanes o que en Cataluña y en el País Vasco sólo hubo sufridos resistentes y mártires durante las más de tres décadas que perduró el régimen franquista.
     Al Fòrum se puede ir de visita o paseo, y se puede también denunciar con ira adolescente a los villanos de siempre que lo financian. Una alternativa consiste en trazar un recorrido por lo que el Fòrum aparentemente no es, o al menos no declara abiertamente ser: un muy reciente pasado que el evento de marras pretende borrar, y un futuro inmediato que ya se avizora desde las torres de su modernidad de fachada. De esta cala se podrían extraer unas cuantas instantáneas, tomadas en los inmediatos aledaños del Fòrum. Por ejemplo, las demoliciones de casas y antiguas masías centenarias del barrio de Poble Nou, promovidas para abrir espacio al arrollador avance de la modernidad bajo la forma de hoteles de lujo y miles de metros cuadrados de oficinas de “alto standing“. O una foto del actual barrio de La Mina, recolector de gitanos y otros marginales desde 1969. Un barrio que, a pesar de estar situado en la margen sur del Besòs, pertenece al término de Sant Adrià, y que hoy tiene la inmensa fortuna de contar con un consorcio encabezado por los dos ayuntamientos y la Generalitat que ha puesto en marcha un dadivoso plan de transformación en diez años, dotado con el astronómico presupuesto de 95 millones de euros, una verdadera canonjía comparado con los apenas 2.300 millones de inversión total en el vecino Fòrum. Aunque más elocuente que una foto de los veinte bloques de degradada construcción donde se hacinan los habitantes de este malfamado barrio es una toma de la exposición de Eulàlia Valldosera en el Fòrum: una instalación de nueve prismáticos capaces de hacer zoom hasta enfocar el interior de una vivienda de La Mina. De leyenda, el comentario que esta manifestación artística, ejemplificadora de los valores de convivencia y diálogo del Fòrum, ha merecido a Manuel Fernández, vocal del Centro Cultural Gitano de La Mina: “Como si fuéramos pájaros.”
     Baste con enviar a los lectores una única tarjeta postal desde Barcelona: una foto aérea de mediados de los sesenta del Camp de la Bota, que es el nombre del rincón, a caballo entre Barcelona y Sant Adrià del Besòs, donde hoy se levanta el Fòrum Universal de las Cultures. En blanco y negro, la línea de la costa traza un festón que separa la masa oscura del Mediterráneo, a la izquierda, de un desordenado puzzle de manchas blancas y grises: una franja de arena sucia, tejados de hangares industriales, un reguero de barracas a un lado y otro de una negra cicatriz que sale de la tierra y se adentra en el mar. Ese trazo sucio, el sumidero de la acequia La Madriguera, es la línea de demarcación que marcaba la frontera entre Sant Adrià, en primer término, y una presentida Barcelona, aquí fuera de marco.
     La barriada de barracas situada en la franja barcelonesa de la playa, conocida durante decenios como el barrio Pequín, fue un pequeño pueblo de pescadores. Otro “barrio chino” de la ciudad, cuyos primeros moradores eran filipinos llegados a Cataluña poco antes de 1898 y la definitiva ruina del imperio español. De aquí posiblemente el nombre, que, a diferencia del poblado, sobrevivió a las inundaciones de 1930 y 1932 y pasó a designar el conjunto de chabolas hacinadas en este rincón del Camp de la Bota, entre la depuradora y la central térmica del Besòs, en un trozo de playa además saturado de desechos industriales traídos por el río desde las fábricas del Vallès. Un bucólico rincón de la idealizada Cataluña industrial. El reguero de barracas en primer término se remonta a los años veinte, floración espontánea que acompañó la Exposición Universal de 1929, otra de las grandes óperas urbanas puestas en escena por Barcelona, siempre fiel a su grandilocuente wagnerismo. Hoy, merced al Fòrum, el área que abarca la foto ofrece el mayor contraste imaginable con esta degradada estampa: sobre cuarenta hectáreas de terreno en parte ganado al mar contraviniendo la Ley de Costas vigente, un puerto deportivo, una inmensa explanada, un panel de células fotovoltaicas de 4.500 m2 (dispuesto de tal manera que oportunamente oculta el “feo” barrio de La Mina), un Centro de Convenciones de 67.000 m2, un hotel, el edificio del Fòrum, las siete hectáreas del parque de los auditorios, dos anfiteatros al aire libre y una zona de baños.
     Al comienzo de la Rambla de Prim, en la rotonda que hoy da acceso a la zona del Fòrum, se levantaba desde 1992 y los Juegos Olímpicos un monumento del valenciano Miquel Navarro a la “Fraternitat”. En la placa conmemorativa que lo acompañaba podía leerse la siguiente inscripción: “A tots els afusellats en aquest indret i a totes les víctimes de la Guerra Civil: ‘Que en els meus anys de joia recomenci/ sense esborrar cap cicatriu de l’esperit/ O Pare de la nit, del mar i del silenci/ jo vull la pau, però no vull l’oblit.’ Màrius Torres, 1942. Camp de la Bota 1992.” Y es que el Camp de la Bota, del topónimo Champ de la Butte que se remonta a la ocupación francesa de la ciudad a comienzos del XIX, fue lugar predilecto de fusilamientos ordenados por las autoridades locales bajo el franquismo. Nada más ni menos que de 1.619 a 1.689 “rojos” y republicanos fueron fusilados en esta playa entre septiembre de 1939 y marzo de 1952. Si después de esta fecha cesaron los fusilamientos, ello se debió a que el arzobispo de Toulouse, monseñor Soliège, amenazó con no participar en el XXXV Congreso Eucarístico, realizado en Barcelona del 27 de mayo al 1 de junio de 1952, el gran “Fòrum” nacionalcatólico orquestado por la dictadura con el beneplácito de las autoridades de la ciudad. Bajo el lema “La Eucaristía y la paz”, a punta de misas solemnes, debates y exposiciones, Barcelona acogió delegaciones de ochenta países y congregó a dos millones de personas. Aquel evento eclesial fue una gran operación de maquillaje de la fachada del régimen, cuyas autoridades decretaron el fin de la cartilla de racionamiento, el indulto a miles de presos y, una vez más, la modernización de las infraestructuras de la ciudad. Sobre todo, abrió la vía al año fasto de 1953, cuando el régimen de Franco firmó el Concordato con el Vaticano y el primer tratado de cooperación militar y económica con Estados Unidos, y fue al fin reconocido por los países democráticos.
     “Sous les pavés, la plage”, rezaba un famoso lema del mayo francés. Bajo toneladas de cemento y diseño, la memoria de esta página de la historia de la ciudad. Los organizadores del Fòrum, con el inefable Joan Clos a la cabeza, han reubicado el monumento de Miquel Navarro, ahora integrado en el magno recinto. Pero la placa conmemorativa ha desaparecido. La Asociación de Ex Presos Políticos, que llevaba años pidiendo al consistorio de la ciudad que en ella se mencionara exclusivamente a los fusilados del Camp de la Bota, ahora al menos tendrá el consuelo de los tontos: aquí ni siquiera hay lugar para una memoria adulterada, así que ya nadie puede sentirse agraviado. –
     — Ana Nuño

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