Peter Jackson se reinventa

En esta segunda entrada analizamos la carrera de Peter Jackson durante los noventa: Braindead, su última película gore; Heavenly Creatures, que le valió una nominación al Óscar; y Forgotten Silver, su extraño mockumentary.
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Braindead, estrenada en Norteamérica como Dead Alive, es la tercera y última cinta del período splatter en la carrera de Peter Jackson. Es, también, la culminación de sus ambiciones técnicas con el género gore. Aquí, por primera vez, se siente el estilo de un director detrás de cámaras, haciendo uso de técnicas que después emplearía, no solo en la trilogía de The Lord of the Rings sino en King Kong. Además, Braindead es la primera cinta en la que Jackson intenta dirigir actores, con resultados desiguales.

La historia es tan absurda como las premisas de Bad Taste y Meet the FeeblesBraindead empieza en Skull Island (la isla mítica de King Kong, cinta favorita de Jackson), con un grupo de cazadores que raptan, enjaulan y transportan a un mono rata al zoológico de Wellington. El animal resulta ser una especie de primitivo demonio que transforma en zombi a todo aquel que muerde. Su primera víctima neozelandesa es la asfixiante madre de Lionel Cosgrove, una señora de la alta sociedad que vive para hacerle la vida imposible a su único hijo. Lo que sigue es, como en Bad Taste, más cercano a la comedia que al terror: la señora se transforma en un zombi caníbal al que Lionel termina encerrando, junto a otras víctimas, en el sótano de su mansión. Y, como en Meet the Feebles, la cinta culmina con un pandemonio sangriento, después de que, durante una fiesta en la casona de Lionel, la madre y el resto de los monstruos escapan de su escondite para comerse (o transformar) a todos los invitados.

Con ayuda de un mayor presupuesto y con la experiencia de haber dirigido dos cintas antes que esta, Jackson le da rienda suelta a su perversa imaginación. En Braindead hay una elaborada batalla entre un sacerdote y dos zombis fresquecitos; aparece un monstruo cuyos intestinos se escapan de su cuerpo y persiguen a Lionel; y hay, también, una batalla campal, con galones de sangre falsa de por medio, entre un hombre con una podadora y una legión de muertos vivientes. Para hacer que los elaborados prostéticos y los numerosos asesinatos parezcan verosímiles, Jackson trabaja por segunda vez con Richard Taylor, eventual presidente de su compañía de efectos especiales, Weta Digital.

Más allá de los avances en el campo de los efectos especiales, es en esta cinta donde empieza la fascinación del director neozelandés con los grandes angulares, los zooms fulminantes, los ángulos múltiples en una sola secuencia, los movimientos frenéticos de cámara y los planos holandeses.

Hay, inclusive, secuencias en The Lord of the Rings que parecen deberle parte de su estilo a Braindead. Basta con ver la secuencia de Lionel y la podadora y, después, observar esta escena de canibalismo entre uruk-hais y orcos, al inicio de The Two Towers. Aunque trabajando con camisa de fuerza, el instinto gore de Jackson sigue presente en The Lord of the Rings, como deja claro ese último –y solitario– intestino que brinca desde adentro de la melé, como un macabro volado.

 Hasta este punto, la carrera de Jackson tenía un destino fácil de avizorar. Todo parecía indicar que el extraño neozelandés se quedaría en casa, filmando cintas de terror B, gastando la mitad de su presupuesto en sangre y prostéticos. Fue su siguiente cinta la que verdaderamente llamó la atención de los grandes estudios de Hollywood, y la que demostró que había espacio para más que vísceras dentro de la sensibilidad de Jackson. La película en cuestión fue Heavenly Creatures, protagonizada por la primeriza Kate Winslet, y Melanie Lynskey.

La cinta cuenta la (verdadera) historia de la amistad entre dos adolescentes, Juliet (Winslet) y Pauline (Lynskey), que en 1954 asesinaron a la madre de Pauline en los alrededores de Christchurch, la ciudad más grande de la isla del sur de Nueva Zelandia. El guión, escrito por Jackson y Walsh (quien convenció a su pareja de dirigir la historia), incluye elementos del universo fantástico y personal de ambas chicas: el mágico reino que inventan, las estrellas de cine que cobran vida para atemorizarlas, las gigantescas figuras de barro que habitan su castillo ilusorio. La narrativa es lineal pero barroca, alternando entre la vida real de Juliet y Pauline (y su incipiente romance) y el mundo que inventan para huir de su realidad. El resultado final es redondo, y Walsh y Jackson fueron recompensados con una sorprendente nominación al Óscar a mejor guión original. No obstante, es aún más sorprendente hallar, dentro de Heavenly Creatures, a un director con un asombroso manejo del lenguaje. Aquí no queda atisbo alguno del cineasta amateur que dirigió Meet the Feebles o Bad Taste. Aquí, Jackson es capaz de manejar una retahíla de temas espinosos, desde el estupro hasta el asesinato, con total elegancia. Heavenly Creatures es, sencillamente, el salto más grande de una cinta a otra que ha dado un cineasta comercial en los últimos treinta años.

Lo único que une a esta última película con las tres que le precedieron es el interés y cuidado con el que Jackson aborda los contados efectos especiales. Al igual que Meet the FeeblesHeavenly Creatures requirió marionetas de gran tamaño que pudieran expresarse con verosimilitud. Las grandes figuras de barro que aquí aparecen son, a su manera, hijas de los muppets sanguinarios de su segunda cinta, y, por lo tanto, fungen como otro vínculo directo con el primer auténtico personaje en tercera dimensión: Gollum.

Heavenly Creatures también marca la primera vez que Jackson utiliza la asombrosa belleza de su país para contar una historia. La historia contiene un breve episodio en una casa de campo, y Jackson aprovecha esta oportunidad para llenar la lente con la campiña neozelandesa, los pastizales cobrizos que abrazan lagos de agua azul turquesa, los viejos muelles de madera, los montes que son tan redondos que parecen hechos a mano.

Jackson comprobó su versatilidad en su siguiente cinta, Forgotten Silver, un mockumentary corto y divertidísimo sobre un ficticio pionero del cine neozelandés. Forgotten Silver empieza con el propio Jackson platicándole a la cámara sobre cómo halló, en un baúl olvidado de su tía, horas y horas de material fílmico de un desconocido cineasta. Las cintas que encuentra detallan la vida y los esfuerzos de Colin McKenzie, un joven neozelandés enamorado del cine. Con la ayuda de diversas entrevistas a prominentes figuras del cine –Sam Neill, Harvey Weinstein, Leonard Maltin–, Jackson y Costa Botes (quién también dirige) urden una elaborada mentira en la que aseguran que fue McKenzie el que inventó el close-up, la fotografía a color, la grabación de audio simultánea a la filmación, el travelling y la edición no lineal (el brinco de una escena a otra, ocurriendo al mismo tiempo pero en diferente lugar). Para convencer al espectador, Jackson manipula el negativo y la exposición, creando una variedad de clips que auténticamente parecen tener casi cien años, al grado de que, cuando fue estrenada en la televisión neozelandesa, sin aviso alguno de que era un mockumentary, miles de personas creyeron que el verdadero padre de la cinematografía no había sido Georges Méliès, ni D. W. Griffith, sino McKenzie.

Forgotten Silver vuelve a dejar patente la obsesión de Jackson por jugar con los límites, capacidades y posibilidades del celuloide. Esta vez no hay marionetas ni figuras de barro: lo que encontramos es a un cineasta que experimenta e inventa su propio medio, y los resultados de esos experimentos pueden verse en prácticamente todas sus películas posteriores: el clip de un viejo programa de noticias en The Frighteners y el repetido uso de un extrañísimo y turbulento ralentí en The Lord of the Rings y en King Kong.

Sin embargo, al igual que Heavenly CreaturesForgotten Silver luce mucho más por sus ambiciones narrativas que por sus esfuerzos estilísticos. El documental es auténticamente entretenido, y no tiene miedo de tocar terrenos absurdos. Gran parte de la trama se enfoca en una expedición de Jackson y Botes, en la que buscan dar con un monumental y mítico set que, sospechan, quedó extraviado en la inmensidad de la jungla neozelandesa. Ahí, nos cuenta el documental, McKenzie preparaba su más grande obra: una accidentada filmación de Salomé, con él y su esposa (Rosie Cotton, en The Lord of the Rings), como protagonistas. El hallazgo final es una especie de gigantesco templo barroco, sepultado debajo de la maleza y el lodo de la selva. Y ahí, dentro de un cofre, encuentran la cinta perdida de McKenzie. ¿Ridículo? Quizás en manos de otro cineasta.

Desde un punto de vista biográfico, la creación de McKenzie como personaje resulta francamente interesante. Un joven neozelandés, completamente apartado del resto del mundo, que, enamorado de la imagen en movimiento, termina inventando el cine mismo. La vida del personaje de Forgotten Silver no parece tan distinta a la de Jackson: un autodidacta declarado, que aprendió a filmar de la mano de sus propios inventos. Los esfuerzos de McKenzie para filmar Salomé –rodada en diferentes años, azotada por la falta de presupuesto, protagonizada por él mismo– se asemejan enormemente a la filmación de Bad Taste, una cinta que le llevó cuatro años acabar, en la que casi no había dinero y que Jackson protagonizó con dos diferentes papeles. No obstante, más allá de las semejanzas entre Bad Taste y Salomé, la odisea de McKenzie en la jungla neozelandesa resulta una suerte de presagio de lo que Jackson viviría con The Lord of the Rings: un cineasta de cintas menores, con poca experiencia en platós  inmensos con un centenar de extras, intentando sortear al voluble clima de Nueva Zelandia, embarcado en un proyecto que aparentemente le queda grande.

Forgotten Silver culmina con la proyección de Salomé, y todos –críticos y cineastas– la aplauden como una obra maestra. Algo similar le ocurriría a Jackson en 2001, con el estreno de The Fellowship of the Ring. A través de McKenzie, el director neozelandés daba indicios de sus metas, aparentemente megalómanas para alguien de su talla.

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