Paprika

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Ya desde Platón la inquietud quedaba patente y la duda sembrada: las fronteras entre la fantasía y la realidad son borrosas, difíciles de trazar y aún más de entender. Estos vaivenes oníricos, presentes en Inception (el taquillazo inteligente de este año, cortesía de Christopher Nolan), tienen distintas y múltiples manifestaciones en el cine, y no todas lucen como una cinta de James Bond. Hay sueños que parecen videoclips musicales pretenciosos, como los de The Science of Sleep, de Michel Gondry, y hay otros que tienen la apariencia de pasajes de novela de ciencia ficción dura, como en The Fountain, de Aronofsky.

Hay otros más, sin embargo, que tienen una apariencia distinta, mucho más rica. Paprika(2006), de Satoshi Kon (a quien los aficionados al anime tienen más que identificado por su trabajo en Perfect Blue o Millenium Actress), es un viaje profundo, en lo visual y lo argumental, a regiones insospechadas del subconsciente. Basada en la novela homónima de Yasutaka Tsutsui, la cinta se mueve en ese pantanoso terreno que es el mundo onírico mediante un pequeño aparato, llamado DC Mini. Una maravilla tecnológica por donde se le mire, este artefacto, similar a una pequeña diadema inalámbrica de teléfono celular, permite a un sujeto cualquiera introducirse en los sueños de otro como si se tratara de un personaje más. Atsuko Chiba, psicoterapeuta, se introduce en la mente de sus pacientes asumiendo la identidad de Paprika (una mujer joven que gusta de vestirse y comportarse como adolescente sonriente). El DC Mini, aún en instancias experimentales, no ha sido aprobado para su uso terapéutico por ninguna autoridad, lo que coloca a Chiba y a su equipo en posición de abiertos transgresores de la ley. En un momento de aparente mala suerte corporativa, tres de estos aparatos son robados, convirtiendo de golpe a la doctora Atsuko y compañía en detectives, y a los artefactos en poderosas armas de terrorismo psicológico, capaces de introducirse en el subconsciente de cualquiera, aunque la víctima no esté dormida.

Visualmente sobrecogedora, Paprika tiene todo a su favor: la narrativa de la animación japonesa –por momentos tan distante de la occidental y liberada de muchos de los pesados corsés que esta carga–, se encuentra aquí vibrante y ágil, una entidad viva que fluye libre, exigiendo del espectador el mismo ritmo para seguir sus pasos sin otorgar concesiones. El cine hollywoodense contemporáneo, tan propenso a hiper racionalizar sus guiones, a detenerse en minuciosas explicaciones (en la mayoría de los casos, inútiles) con tal de no dejar ningún cabo suelto, palidece en más de una ocasión ante la libertad de la narrativa japonesa, más ocupada en presentar historias sólidas y argumentos fantásticos que en legitimar totalmente cada vuelco del guión ante el espectador. Así, obras como Paprika exigen del público mayor participación que la mayoría de sus contrapartes occidentales.

Las secuencias oníricas de cada uno de los personajes, con sus tintes carnavalescos y multicolores, se descubren seriamente emparentadas con el legado visual surrealista más festivo, otro gran deudor de los sueños. Rapsodia visual de arranques tan etéreos como grotescos. Hay ecos innegables de la estética de Miyazaki (Spirited Away se deja entrever como uno de los referentes principales), como de la obra pictórica de Dalí o Magritte, el trabajo visual de Gondry e, incluso, Dreams de Akira Kurosawa, perfectamente amalgamados para conformar un fresco que redime a la imaginación en estado puro.

– Luis Alberto Reséndiz

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Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.


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