Moneyball

¿Por qué no funcionó la colaboración entre Aaron Sorkin y Brad Pitt?
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Hay muchas películas adentro de Moneyball. Está la historia de cómo Billy Beane (Brad Pitt), manager de un equipo de beisbol de quinta, le da la espalda al protocolo, contrata a puros underdogs y arma la alineación más letal de las grandes ligas; está la historia personal de Billy, su propio fracaso como deportista, las decisiones que marcaron su vida y, finalmente, su propia redención; está su relación con Peter Brand (un estupendo Jonah Hill), el hombre tímido que revolucionó al deporte tras fijarse en las cifras y no en la personalidad de cada beisbolista; está la relación con su ex esposa, con su trabajo, con su hija y con sus propias definiciones de lo que es el éxito. Ninguna historia está peleada entre sí –todas tienen cabida en la película- y con un guionista de la talla de Aaron Sorkin sobre la página, es casi inexplicable que, al final, Moneyball no encuentre un hilo conductor.

En un principio, las deficiencias de Moneyball no son evidentes. Ayudado por los explosivos y vívidos diálogos sorkinianos, el director Bennett Miller teje una trama que viaja del pasado de Beane al presente, desde el instante en el que rechazó una prometedora carrera en Stanford para ser beisbolista hasta el momento en el que se da cuenta de que su equipo no puede competir contra franquicias con presupuestos tan abultados como el de los Yankees y los Red Sox. ¿La solución de Beane? Contratar a Brand, despedir a su scout, y armar un equipo repleto de aparentes fracasados, que solo saben cachar pelotas rasantes, avanzar a primera base o pichar de maneras extrañas. Sin embargo, a pesar de que Pitt se ha vuelto una presencia genuinamente magnética y agradable en pantalla, su interpretación –y el rumbo por el que Sorkin lo lleva- nos impide entenderlo. ¿Le gusta o no le gusta el beisbol?, ¿ve a los seres humanos por su verdadera valía o los ve como simples números y estadísticas?, ¿odia el fracaso o no quiere ser un líder?, ¿se arrepiente de haber decidido ser un manager o no? En repetidas ocasiones, pero sobre todo al final de la cinta,Moneyball escoge la sutileza cuando debería buscar la claridad. A diferencia de The Social Network –que tiene un sinfín de lecturas y cuya ambigüedad se agradece-, aquí Sorkin jamás nos deja ver sus cartas hasta que, en el desenlace, el espectador no tiene más que concluir que no trae ni un par de doses bajo la manga.

Es evidente que los propios realizadores se dieron cuenta de que Moneyball carecía de cohesión. No hay otra manera de explicar su prolongadísima duración (135 minutos). Un espectador debe preocuparse cuando una cinta requiere de un epílogo de veinte minutos para atar todos los cabos sueltos. Aquí, de nuevo, el guión falla. ¿Qué significa la decisión final de Beane?, ¿qué siente por Oakland, el equipo al que ha llevado a la cima?, ¿cuáles son sus valores, su relación con el beisbol? Vaya, ¿por qué escogió la pelota y el bat en vez del cuaderno y el lápiz? Es imposible saber. Y a pesar de su magnífica factura, de la lucidez de sus diálogos y la economía de sus escenas, Moneyball no merece el beneficio de la duda. Si Aaron Sorkin no sabe las respuestas, nosotros menos.

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Profesor adjunto de Cinema Studies en la Universidad de Edmonton. Autor de Kinesis o no Kinesis: ¡Cinema Verité!


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