Mística y lascivia del deporte

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La fotogenia del atletismo deportivo es infalible, incluso cuando repugna lo que hay detrás de esos turgentes músculos sudorosos o el airoso vuelo de una jabalina. Repugna, por ejemplo, adivinar en las gradas a los berlineses que aplaudían las proezas olímpicas filmadas en 1936 por Leni Riefenstahl, cineasta oficial del régimen nazi, e incluso sin llegar a esos extremos, siempre el público enardecido por la pelea implícita en el deporte despierta, al menos en mí, la sospecha de lo gregario, cuando no el rechazo de lo lesivo. El documental de Gabe Polsky Red Army, coproducido por Werner Herzog, mezcla también política con uno de los deportes menos sexis que ha dado la historia, el hockey sobre hielo. Polsky sigue, con entrevistas diversas y material de archivo, el destino de quien fue la gran estrella del equipo nacional de la urss en la época estalinista, Slava Fetisov, así como su posterior desgracia, pero confieso aquí mi aburrimiento de espectador ante las evoluciones por el hielo de unos jugadores vestidos con un traje recauchutado, un casco, unas botas con tobilleras de pastorcilla alpina, unas manoplas y en la mano esa vara torcida para intentar meter la bola en la diminuta portería contraria. Cuando el entrenador del equipo soviético les dice a sus muchachos que jueguen en la cancha como si bailaran el swing, el impulso liberador de la danza del que hablaba Nietzsche no hay quien lo vea por ninguna parte.

De otro tipo de épica deportiva con trasfondo político trata Foxcatcher, la película que, tras unos interesantes tanteos anteriores, consagra a Bennett Miller como uno de los mejores directores del nuevo Hollywood. Miller llamó la atención en 2005 con Truman Capote, el primero de los dos biopics realizados con un año de diferencia. El suyo contaba con un reparto más bien modesto pero encabezado por el gran Philip Seymour Hoffman, confeccionador de una prodigiosa imitación del autor de A sangre fría que, por su propia naturaleza mimética y fanfarrona, resultaba muy inferior al fino trabajo de recreación llevado a cabo por Toby Jones en el segundo Capote de Douglas McGrath, filme muy ornado de estrellas pero de menos empaque narrativo. Entre Truman Capote y Foxcatcher, Miller hizo, con guion de los celebrados y para mi gusto sobrevalorados guionistas Aaron Sorkin y Steve Zaillian, Moneyball (en España subtitulada Rompiendo las reglas), que resulta muy curiosa, revisada hoy, como una especie de borrador escolar demasiado prolijo de la magistral antiepopeya que es Foxcatcher. En Moneyball el deporte era el béisbol, y Billy Beane, el director del equipo de los A’s (Athletics) de Oakland, era Brad Pitt; Foxcatcher fija su atención en la lucha libre, de nuevo con un mentor del conjunto de púgiles, el millonario John Du Pont (Steve Carell, en una interpretación, más que memorable, hipnótica), puesto frente a un joven medallista olímpico, Mark Schultz (excelente Channing Tatum), al que Du Pont invita misteriosamente a su mansión para hacerle, en momentos de depresión y desconcierto de Mark, una proposición imposible de rechazar.

Así como Moneyball se detenía en la mecánica del béisbol, en su entramado financiero, en sus trilladas convenciones, a las que se enfrentaba, al modo habitual del héroe americano solitario, su protagonista, Billy Beane, Foxcatcher, sin eludir el trasfondo de las manipulaciones y los entresijos de todo gran negocio rentable y popular, concentra su atención morbosa, aunque nunca explícita, en la relación que el magnate ornitólogo y filatélico establece con su pensionado hijo adoptivo Mark y con el hermano mayor de este, Dave, también figura internacional de la lucha libre, que en inglés llaman wrestling, sin necesidad de adjetivo. Todos los personajes de estas dos obras de Bennett Miller vivieron de verdad (a veces romanceada) lo que se cuenta, y el director ha querido hacer cine histórico contemporáneo y muy intrínsecamente estadounidense. En Moneyball, lastrada por una peripecia familiar y un personaje filial de poca monta, se destaca el carácter visionario del auténtico transformador del béisbol que fue Beane, el hombre que “quería decir algo” a través de ese estrambótico juego de bolas lanzadas al aire y carrerillas de un extremo a otro del césped. Foxcatcher apunta más lejos, y llega en todo adonde se propone su director.

Es una de las películas más desasosegantes y amenazadoras que he visto en los últimos tiempos, e incluyo en el lote los títulos oficialmente góticos y gore. Al principio, el espectador confiado, como yo trato de serlo siempre, piensa que va a asistir a una saga de crisis profesional y mejoramiento espiritual, aderezados ambos por las figuras de estilo de la lucha. Todo cambia desde que Mark, con sus andares pesados de bolo humano, entra en la grandiosa propiedad que da título al filme y se encuentra con ese hombre de apariencia más bien insignificante de quien desconocía, hasta su llegada, que se trata de uno de los más acaudalados de América (los hechos reales ocurrieron en el último tercio del siglo XX), luchador obseso, patriota obtuso y desequilibrada figura paterna que nutre, mima y apremia a sus pupilos como su propia madre Jean Du Pont (extraordinaria pero, para desgracia nuestra, demasiado breve prestación de Vanessa Redgrave) le trata a él mientras mantiene en los terrenos de la finca su cuadra de purasangres.

En Foxcatcher sí hay ballet en las atractivas escenas de combate, coreografiadas como un ritual de cuerpos que se enlazan para castigarse y sentirse. Pero la trágica historia, que no contaremos, pues tiene un desenlace sorprendente, discurre como una danza macabra movida por el deseo reprimido que Du Pont siente por los fornidos hombres de su equipo, y en especial por Mark, a quien, no atreviéndose a declararle su inclinación, acecha en la oscuridad (turbadora escena de Du Pont/Carell vestido de esmoquin mirando por el ventanuco de la casa de invitados donde duerme Mark), le golpea bajo el pretexto del entrenamiento y lo trata de convertir en una versión carnal y disoluta de su propio sueño místico: un americano puro, sano, triunfal, belicoso, que ha perdido el norte y busca su salvación en las armas. ~

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Vicente Molina Foix es escritor. Su libro
más reciente es 'El tercer siglo. 20 años de
cine contemporáneo' (Cátedra, 2021).


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