Los insólitos peces gato

Los insólitos peces gato subvierte el drama con apuntes cómicos y la comedia con apuntes torcidos: es una película astuta, equilibrada, de pensamiento ágil. 
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[Ojo: hay spoilers]

En el cine, y acaso en la vida real, la familia siempre está a punto de romperse, o de plano está rota –salvo cuando no. Las causas de la ruptura variarán de escritor a escritor, y de tradición a tradición. Si algún sociólogo opina que Soberbia (Welles, 1942) solo pudo ser filmada en Estados Unidos o Cuando los padres se quedan solos (Bustillo, 1949) solo pudo ser pensada por un mexicano, es harina de otro costal, pero el contrato con el espectador ávido de historias exige una dosis de drama. El compromiso social le impide al arte retratar personajes libres de dolor, y quizá está bien que así sea. Incluso familias acomodadas en su primer mundo, sin ninguna presión de clase, como las de Los chicos están bien (Cholodenko, 2010) o Toda una vida (Leigh, 2010), tan a gusto consigo misma, se topan con personajes ansiosos, solitarios y hasta resentidos que irrumpen en su calma –una calma no desprovista de problemas, pero sobrellevable gracias a la astucia de los miembros del grupo. Los insólitos peces gato (Claudia Sainte-Luce, 2013) pertenece a esa larguísima tradición de familias disfuncionales, pero no por ello es enteramente convencional. Subvierte el drama con apuntes cómicos y la comedia con apuntes torcidos: es una película astuta, equilibrada, de pensamiento ágil. De ahí la sensación de frescura que deja después de vista: por la riqueza de recursos con que aborda la tradición.

Claudia (Ximena Ayala), una joven empleada de un supermercado, contrae apendicitis. En el hospital conoce a Martha (Lisa Owen), mujer con cuatro hijos y quien padece de sida, contagiada por su propio marido, ahora muerto. Claudia es recibida por Martha en su casa incondicionalmente. Sus hijos la ven con ojos raros, pero la integración sucede poco a poco. El resto de la familia la componen: Alejandra, la mayor, de temperamento duro pero noble y acomedida; Wendy, jodoncita, altamente ansiosa y más bien desobligada; Mariana, preadolescente en plena neurosis por su imagen y próximo despertar sexual; y Armando, tímido y protegible chavito.

La síntesis que acabo de hacer de los personajes no les hace ninguna justicia. Si Los insólitos peces gato funciona es en gran medida por la redondez –en papel y actoral– de los sujetos, siempre en función de un contexto claro. Los primeros minutos de la cinta son cátedra de exposición del problema y delineamiento de los roles.

Después de una suerte de prólogo iconográfico arcano, estamos en la habitación de Claudia. Se trata de un espacio que intuimos a partir de close-ups, iluminación low-key, cortes lentos y –este gesto me parece muy inteligente– sonidos de aceros y alarmas que, veremos más adelante, proceden de la zona industrial en donde Claudia vive. En cuadro están los detalles del rostro de la protagonista, una habitación descuidada, un desayuno poco esmerado. A este retrato se suma más adelante el del supermercado, filmado más o menos con el mismo tacto. La orden es clara: el contexto no es habitable. Dicha estética se extiende hasta los primeros minutos en el hospital, y de hecho tardará en cederle el paso a espacios mejor iluminados y ordenados. La reunión del grupo será el catalizador de dicha reincorporación.

La aparición de Martha y su familia es un vuelco al silencio de Claudia, así como Claudia será un vuelco a su dinámica. Antes que otra cosa, sabemos de ellos por sus voces y su imparable comunicación. Martha, Mariana y Wendy se burlan de Alejandra y Armando, intercambian diálogos tensos, comparten fotos. El recibo de luz sigue en su mínimo, pero la dinámica de grupo aporta nuevos filos al drama, activa la comedia, y traza a los nuevos personajes. Este breve diálogo ligeramente ríspido, por ejemplo:

 

Martha: “Oye, ¿no me traes unas Ruffles verdes?”

Alejandra: “Pídeselas a Wendy, se quedó con el dinero de tu pensión”.

Wendy: “Ay, Alejandra, entérate primero”.

 

Las líneas anotan desde ya una tensión que no desaparecerá en toda la película. Más adelante nos enteramos de que son hijas de distintos padres: ¿será esa la distancia lo que las vuelve irreconciliables? Por su parte, Martha guarda un silencio incómodo que no será el último, de manera que su gesto traza la ruta de una maternidad más bien laxa, revertida en el epílogo. Armando aparece no con un diálogo, sino espiando a Claudia detrás de la cortina. Wendy pasea un atrapasueños por la sala. Montones de trazos en unos cuantos minutos.

El remate de esta nueva dinámica sucede cuando Claudia visita por primera vez la casa de su nueva familia: un muy disfrutable plano secuencia de 2.16 minutos donde, nuevamente, hay un montón de información condensada. De lo que sucedido en esos minutos, rescato esta línea de Mariana a Claudia: “tus pestañas son postizas, ¿no?” Nuevamente, la pluma es firme, concentrada. Corre el minuto 15. La casa está un poquito mejor iluminada.

 

* * *

 

Detalles similares se irán acumulando para crear volumen de historia y empatía, pero hay que notar que los personajes no buscan superarse, mejorar defectos o limar asperezas. No la familia de Martha. Las notas van desde el humor por repetición (Claudia amenaza con irse a cada rato sin lograrlo) hasta la burla (Wendy, hay que decirlo, se lleva buena parte de la comedia) y la tristeza más rancia, como en un doloroso plano holandés dentro de un hospital. Quizá el momento más logrado, por su chuequísima mezcla de comedia y drama, es la fiesta de fin de año en el trabajo de Claudia. Mariana, colada junto con Armando, se emborracha, confiesa un robo y comienza a llorar.

 

Mariana: “Los quiero mucho”.

Armando: “Ya está malacopeando”.

Mariana: “No, de verdad… y a mi mamá también.  No quiero estar cuando mi mamá se muera”.

 

Al fondo suena, en el karaoke, una sentida interpretación de “Hacer el amor con otro”, de Alejandra Guzmán. ¿Alguien más por aquí recuerda un momento de tal complejidad irónica en el cine mexicano reciente? Yo no, francamente.

Por supuesto, Martha muere al final. Cuando eso sucede, cosas han sido subvertidas: la casi arquetípica soledad y orfandad del protagónico mexicano en el cine independiente, el viaje de redescubrimiento a la playa (cf. El sueño de Lu, Drama/Mex, El lenguaje de los machetes, Un mundo secreto, etc.), el rito de las cenizas, el personaje oprimido por la historia. Un epílogo sensacional remata la película, acaso aludiendo a la muerte de doña Luisa en Vuelven los García (min. 39.54):

http://youtu.be/_PWLrC9acEU?t=39m54s

y –esto quizá es cosecha mía– a las cálidas palabras de la madre de Billy Elliot, como aquella memorable “what have I told you about drinking out of the bottle?”

A estas alturas, el grupo ya reconoce a Claudia plenamente: porque se comprenden, y de paso nosotros a ellos. ¿Moraleja? Ninguna, salvo los consejos finales de Martha. ¿Corregir sus errores solo porque nos molestan? No aquí. Ustedes los nobles sabrán mejor.

 

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