Joaquin Phoenix, rapero

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Todo empezó con la promoción de Two lovers, su última película. Durante las ruedas de prensa, las entrevistas y las premieres, Joaquin Phoenix, el hermano de River, actor nominado al Óscar, pareció estar ausente. En su lugar se presentó su alter ego: un tipo desaliñado, con la barba de Robinson Crusoe y las gafas de Tom Cruise en Risky business, monosilábico, distante y francamente pedante. En las entrevistas de la alfombra roja y en el sillón de David Letterman, este artista formerly known as Joaquin Phoenix declaró que se retiraba de la actuación para perseguir su verdadera vocación: el hip hop.

El alter ego de Phoenix resultó tan convincente que agitó la colmena de la blogósfera y se convirtió en el tema número uno de la web. ¿Será auténtico este súbito cambio de parecer, esta transformación de popular actor a patético rapero?, ¿o será un acto: una especie de disfraz propio de Sacha Baron Cohen con el fin de hacer un mockumentary acerca de este personaje? Después de meses de especulación –y de tener que soportar la tortura de escuchar a “Joaquin Phoenix” rapeando en un antro de Las Vegas– el verdadero motivo detrás del personaje salió a la luz. Con la ayuda de su cuñado, Casey Affleck, Phoenix filmaba un metadocumental, una especie de Borat al cubo en el que la cámara registraba su brinco de la actuación a la música.

En los meses siguientes a esa revelación ocurrieron dos cosas: Phoenix (o “Phoenix”, o ambos) desapareció del mapa. Antes tan ubicuo como las hermanas Kardashian, ahora era imposible de encontrar. No daba entrevistas, no aparecía en centros nocturnos para presentar su material discográfico, no se presentaba en ninguna alfombra roja ni, por supuesto, anunciaba proyectos actorales. Lo segundo que ocurrió fue el brote de una decena de rumores sobre el contenido absolutamente escatológico del metadocumental de Affleck. Durante la película, “Phoenix”, decía la blogósfera, maltrata a su asistente, golpeándolo en cámara y obligándolo a practicarle una felatio; defeca en la cama de un hotel; las autoridades de un antro lo corren a patadas después de un concierto lamentable.

Finalmente, tras meses de espera, apareció el primer tráiler de la película (titulada I’m still here): un “teaser” de menos de un minuto de duración en el que “Phoenix” contempla su barriga, rapea en centros nocturnos, maneja un yate y, sí, parece golpear a un muchacho en cámara. El tono del tráiler es deliberadamente vago: la solemne narración en el fondo –en la que un hombre que quizás sea Edward James Olmos habla de ascender al cielo y estar cerca de Dios–, acompañada por imágenes que ilustran la gloria y el vacío de la fama, podría tomarse como un guiño irónico: algo que pretende ser serio pero en realidad es una burla. Por otra parte, el comunicado de Magnolia Pictures delinea la trama con tal seriedad que descarta las especulaciones sobre el contenido cómico o satírico de la cinta. No obstante, lo más probable es que el tono “profundo” del tráiler y el del comunicado no tengan otra intención que despistarnos y hacernos creer que I’m still here no es una burla.

Sea cual sea el tono y el mensaje de la cinta, lo cierto es que nadie, ni siquiera Baron Cohen, ha intentado crear un juego de espejos de esta magnitud. Se requieren cojones para tomar a una estrella del calibre de Phoenix y, con su complicidad, crear un circo que no solo levante ámpulas antes del estreno, sino que se burle del stablishment de la farándula americana de manera tan abierta. Pero incluso antes de su proyección en cines, I’m still here puede ser criticada de manera seria. Por más osado que resulte, el ejercicio parece un truco relativamente barato de dos jóvenes actores insatisfechos con un mundo y una profesión que, al margen de sus defectos, les ha llenado los bolsillos y los ha galardonado en numerosas ocasiones. Por más atrevida que sea –y por bien manejada que haya sido a nivel publicitario–, I’m still here parece, a primera vista, el trabajo de dos bufones o de dos ingratos.

Lo cual no implica que el coctel no luzca interesante. Sea cual sea el resultado, el ejercicio inédito de Affleck y Phoenix merecerá una visita al cine. Aunque solo sea para satisfacer el morbo.

-David Andreu

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