Apollinaire, Urueta y México

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Como he anotado ya en el artículo “La mexicanísima palabra”, en este blog, en la segunda década del siglo XX Guillaume Apollinaire publicaba en su sección “La Vie Anécdotique”, del Mercure de France, notas sobre asuntos mexicanos escritas a partir de las cartas de su hermano Albert Kostrowitzky, que residía en la ciudad de México, en la que vivió, como testigo, acontecimientos históricos.

Entonces Apollinaire podía decir: “Albert es mi mirada en México”. Una mirada de reportero, entre sonriente y seria, como se advertirá en la siguiente notable crónica sobre el poeta Jesús Urueta y los hechos de la Decena (¿u Oncena?) Trágica.

LA VIDA ANECDÓTICA

por Guillaume Apollinaire

1º de mayo de 1911.

El bardo maderista Urueta

Los acontecimientos de México nos han dejado inquietos sobre la suerte del bardo maderista J. Urueta, detenido en la noche del 18 al 19 en el tren nocturno de Veracruz. El poeta estaba acompañado de su amigo Sánchez Azcona, secretario particular del ex presidente de la República. Fueron detenidos por gendarmes en la estación de trenes de Apizaco.

Nos comunica un testigo:

El 18 de febrero, a las dos de la tarde, el señor Francisco Madero y los ministros presentes en los salones del Palacio Nacional eran hechos prisioneros por el general Blanquet. Durante ese tiempo, en el restaurante Gambrinus comían el general Huerta, el general Delgrado (sic) y Gustavo Madero, hermano del presidente de la nación y a quien la opinión pública considera responsable de los hechos. A los postres, un mensajero entregó al general Huerta una nota sobre lo sucedido en Palacio. Huerta se levantó y ordenó a sus dos comensales que le entregaran sus armas. Hubo un gran tumulto. El bardo Urueta, presente en la sala, quiso interponerse. Delgrado y G. Madero fueron arrestados. En cuanto al bardo Urueta, logró huir gracias a la barahúnda. Mucha gente tomaba el tren de Veracruz para refugiarse en los barcos de guerra norteamericanos. En ese tren se detuvo al bardo maderista Urueta. Los periódicos, que aparecen con sólo dos páginas, apenas han mencionado ese arresto, y desde entonces no se le menciona más. ¿Qué ha sido de él?

Almacenes y bancos han estado cerrados por once días. Las tiendas de alimentos entreabrían por un momento sus puertas, pero nada se entregaba a domicilio, ni los telegramas. Los tranvías no hacían su recorrido. El cañón gruñía toda la semana. Hubo muchas víctimas; según informes oficiales, cerca de 5 000. Detalle característico: 90 % de esas víctimas son civiles…

Hay barrios que el bombardeo ha devastado, incendiado, demolido. Los cadáveres a medias carbonizados obstruyen las calles. En los llanos de Valbuena (sic) se amontonan y queman cadáveres de soldados federales, de rurales, de curiosos, de mujeres y niños. La llama brota, las carnes chirrían. Los curiosos remueven los cuerpos con sus bastones. Una pestilente humareda negra sube al cielo inexorablemente puro.

Y el testigo concluye:

Hoy México vuelve a verse como ciudad que trabaja. Se han abierto las tiendas, se animan las calles. La gente reanuda sus negocios, corre a buscar noticias de sus amigos tras estos once terribles días… Las compañías de inhumaciones están desbordadas y los carpinteros clavan ataúdes apresuradamente.

El poeta Urueta ha cantado algunos de los rasgos de esta guerra civil aún no concluida. El partido maderista, sobreviviente pese a todo, llora la desaparición de su Tirteo, a quien algunos de sus amigos creen muerto, mientras otros piensan que aún está vivo, y dicen haberlo visto disfrazado de mujer, como Aquiles en una ocasión.

Vestido con una rara elegancia, el bardo maderista, que parecía muy cómodo en sus ropas femeninas, llevaba en la mano —detalle singular y preciso— el primer tomo de las Poesías de Plácido, edición de Roe Loockwood and Son, de Nueva York.

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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