Anticuarios mirándose el ombligo

A menos de que esta reseña sea atendida por la siguiente edición del Salón del Anticuario, los asistentes deberán llevar las llaves del conocimiento especializado para que los expositores abran las puertas de sus galerías.
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Puedo asegurar que el pasado fin de semana, ninguno de los asistentes al Salón del Anticuario de Zona Maco se acercó a las piezas expuestas con la convicción de que él mismo, o su hijo de seis años, tiene una mejor técnica de dibujo. El público no duda de la legitimidad de la pintura figurativa (los bodegones, retratos y paisajes) como lo hace del arte contemporáneo. De las paredes no cuelgan letreros de neón con frases como Be amazing y es imposible toparse con la réplica de un cráneo adornada con las orejas redondas y negras de Mickey Mouse. La exposición muestra “objetos producidos antes de 1960” y, así, fácilmente se libra de la reseña que con más frecuencia se oye contra Zona Maco (México Arte Contemporáneo).

14:30.

El señor galerista está ocupado —responden a coro los asistentes, creando, por medio de evasivas, la expectativa de reunirse con el experto que debería estar disponible para informar a los interesados de acuerdo con las líneas de comunicación que repartieron los organizadores del evento y que obedientemente repitieron al pie de la letra los reporteros de las secciones culturales de revistas y periódicos impresos y digitales.           

Entre cajas de madera con incrustaciones de marfil y concha nácar, biombos de diez hojas con escenas de la vida cotidiana durante la Colonia, exvotos, escudos de monjas, retratos de virreyes, pinturas de la Virgen de Guadalupe, vajillas de talavera e, incluso, sillas de época, el rango de objetos expuestos le hizo justicia a la variedad de técnicas y materiales del arte colonial hispano. Y, sin embargo:

—Este Cristo viene de Guatemala.

Varios de los asistentes y algunos de los galeristas parecían pronunciar los nombres de los países de origen de las piezas más en el tono de quien quiere evocar lo exótico que por el esfuerzo de situar la obra y acercarla al cliente.

—Es del siglo XVIII  mexicano.

Algunos asistentes —hay que decirlo— no pudieron distinguir la factura poblana de la oaxaqueña. Lograron, con ello, que la producción artística de tres siglos y de un territorio tan extenso como el de la Nueva España pareciera una cosa repetitiva, idéntica desde Filipinas hasta la ciudad de México. Por supuesto, es una manera desinformada de presentar el acervo. Los marfiles con la figura de Cristo son un ejemplo de la relación entre lo oriental y lo español, mientras que la composición de varios óleos novohispanos proviene de grabados alemanes y holandeses. Para sorpresa de muchos, La globalización no es exclusiva de los siglos XX y XXI. En lo que ahora conocemos como el Zócalo se vendía seda, marfil, encaje de Flandes. Llegaban mercancías tanto de Europa como de Oriente, al tiempo que se intercambiaban productos locales. La ciudad de México, por ser una importante zona comercial, era un lugar cosmopolita.

Pocos fueron los que ofrecieron este tipo de información y para obtenerla de los galeristas, había que demostrar que uno, como espectador, la sabía de antemano. A menos de que esta reseña sea atendida por la siguiente edición del Salón del Anticuario, los asistentes deberán llevar las llaves del conocimiento especializado para que los expositores (en su mayoría) de verdad abran las puertas de sus galerías.

La excepción fue la familia Esquivel, quienes decidieron exponer una obra de Juan Patricio Morlete, uno de los pintores novohispanos más reconocidos del sigloxviii. Se trata de una Virgen del Rosario, rodeada de rosas, palmas y acompañada de frailes y monjas dominicos. Según me explicó Eréndira Esquivel, quien hizo un estudio formal de este cuadro, su familia decidió llevarlo al Salón del Anticuario porque, debido a su valor, este no se encuentra en la galería que tienen en la Zona Rosa.

15:30.

—El señor galerista sigue ocupado.

—Está bien, ¿qué me puedes decir de esta pieza?

—Su precio es de 85,000 pesos.

Importa poco el contexto histórico de las piezas entre las margaritas frappé y los retratos para la sección de sociales. Debido a que somos contemporáneos de Porsche y Bentley, patrocinadores de la feria, es poca la información que requerimos al respecto como potenciales compradores. Por su parte, los cambios políticos y sociales que nos separan de los siglos xvi, xvii y xviii hacen indispensable que los galeristas hablen, y mucho, de sus mercancías.

Pondré un ejemplo. Estoy segura de que la mayoría de nosotros tuvo o tiene el prejuicio de que esos tres siglos que “antecedieron a la Independencia nacional” no se trataron de otra cosa más que de la opresión española y el predominio de lo católico. Por ello, los biombos, mesas y sillas —los muebles, en general— son relevantes: descubren otra cara de esta época, a saber: el arte no se limitó a repetir temas religiosos; hay objetos, e incluso óleos, que dan cuenta de la vida cotidiana fuera de las iglesias y lejos de los altares, en los jardines públicos y en el interior de las casas. Estas piezas desmienten uno de los estereotipos más difundidos contra la Colonia. El asistente de Daniel Liebsohn, por cierto, desaprovechó esta oportunidad y, a cambio, insistió en los miles de pesos que cuesta un óleo de pequeño formato. ¿El objetivo de la feria es venderle al cliente el reconocimiento de su poder adquisitivo o, como comentó el mismo Liebsohn, “encontrarse con una nueva generación de coleccionistas”?

Debo aclarar que nada tengo en contra de los coleccionistas privados. Al contrario, hay quienes se hacen de acervos que, por su valor, son solicitados y expuestos por museos. Mejor aún: antes que museos, hubo coleccionistas. Pero si el argumento de venta es “su precio es de 85,000 pesos”, la pintura deja de ser un objeto histórico y se convierte en un producto que puede ser sustituido por cualquier otro del mismo precio. Por lo tanto, la frivolidad también relega al arte en el Salón del Anticuario de Zona Maco.

17:00.

—Aún no puede atenderle el señor galerista.

Y es que si uno no muestra intención de comprar, es poca la información que recibirá de algunos expositores, lo que también sucede en la sección de arte contemporáneo de la feria.  

Habrá quien argumente que el objetivo es el comercio, entonces ¿para qué hacer difusión en la prensa?, ¿por qué poner a la venta entradas para el público en general? Si esa fuera la única meta del Salón del Anticuario, bastaría con organizar un encuentro privado y mandar unas cuantas invitaciones, impresas en papel membretado, a los ya conocidos clientes.

Dudo que esa sea la intención de Zélika García, directora general de Zona Maco, y de Andrés Siegel, un importante galerista y miembro del comité de selección del Salón. Me atrevo a decirlo porque Siegel, a diferencia de muchos de sus colegas, me ofreció información y tiempo a sabiendas de que yo no iba a comprar, sino solamente a reseñar. Rodrigo Rivero Lake, reconocido coleccionista y galerista, mostró la misma disposición y amplitud de miras.

Lamento escribir que no bastan las buenas intenciones. Salvo por la conferencia de Laura González Flores, del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, los coleccionistas de arte colonial no parecen dialogar con las academias de historia e historia del arte. La presencia de Ilona Katzew, directora del Departamento de Arte Latinoamericano de Los Angeles County Museum of Art (lacma) y experta en pintura colonial, o de Ramón Mújica Pinilla, director de la Biblioteca Nacional de Perú, podría haber cumplido varios objetivos: primero, darle un carácter internacional a un evento que se limitó casi exclusivamente a ponentes mexicanos; segundo, se habría acercado este tipo de arte a los nuevos coleccionistas; tercero, la enrarecida y trasnochada actitud de lo exclusivo habría cedido paso a una difusión más democrática.

Además de estas oportunidades desaprovechadas, quisiera que la próxima edición del Salón del Anticuario incluyera galeristas de otros países. Si bien la participación de Mario Uvence, expositor chiapaneco, hizo que este no fuera un monólogo de capitalinos para capitalinos, la parte colonial de evento fue de México para México. No hay lugar para el argumento nacionalista: el Estado mexicano no existió entre los siglos xvi y xviii. Como he mencionado varias veces en esta bitácora, este territorio fue parte de un imperio que comunicaba a Europa, Asia y Oriente. Y si la historia no es suficiente argumento contra el provincianismo mexicano, deberá serlo la siguiente observación: el interés por el arte colonial es resultado, en gran parte, de museos, universidades, académicos, coleccionistas y curadores estadounidenses y europeos. Una producción artística que fue cosmopolita, respaldada por un interés mundial en la actualidad, merece una feria que también lo sea.

18:00

Compré un libro de José Juárez. Supuse que aprendería más de una publicación del Museo Nacional de Arte que del catálogo de la exposición, un cuadernillo que se limitó a reproducir tres o cuatro piezas de cada galerista, acompañadas de una breve ficha técnica. Ni una palabra sobre el contexto histórico: en el Salón, por poner otro ejemplo, se mostraron varias pinturas de la Virgen de Guadalupe, pero jamás se mencionó la razón por la cual se le representó con tanta frecuencia en el siglo XVIII, y no antes.

La explicación, por lo demás, es bastante sencilla. El culto de la Virgen de Guadalupe se difundió en este siglo, gracias a los esfuerzos del arzobispado y las órdenes novohispanas por conseguir la aprobación del culto de parte del Vaticano. Así, la propaganda guadalupana incluyó sermones, historias de milagros, fiestas en su honor y, por supuesto, pinturas. De ahí que la Virgen de Guadalupe pintada sobre madera a finales del siglo xvi sea una “pieza rara” en comparación con las decenas de óleos que se elaboraron en el xviii. Una vez más, en contra de nuestros prejuicios, el arte religioso no es idéntico de un siglo al siguiente. Una de las conclusiones más emocionantes al respecto es que este género tiene una diversidad que asombra al desdén laico y republicano con el que varios se refieren a la religión católica (queriendo, parece ser, reducirla a una manifestación pobre y monótona). Pero insisto: el Salón del Anticuario ganaría mucho si invitara a tantos académicos como galeristas.

Igual de oportunas serían la publicación de un buen catálogo y la digitalización de las obras. No lo digo para sumarme al activismo de la Condesa. Lo cierto es que muchos investigadores viven en diferentes estados de la República mexicana, de modo que transportarse y alojarse en la ciudad de México solamente para asistir al Salón del Anticuario resulta demasiado oneroso. Un sitio en Internet que compendiara lo expuesto, con fotografías en alta resolución (y no esas imágenes de pocos pixeles que suelen ser ilustraciones más cercanas a la intención del libro de texto que a la difusión del conocimiento) le daría ventaja al Salón sobre Conaculta: basta con entrar al sitio del Museo Nacional de Historia para evidenciar el desinterés que tiene esta administración por la divulgación de la pintura colonial y decimonónica. El Fondo Reservado de la UNAM, por su parte, ni siquiera cuenta con un sitio de internet.

Como apuntes para el siguiente año, sugiero que lo snob ceda ante la divulgación, la posible alianza entre académicos y galeristas, y la amplitud que se conseguiría si el provincianismo retrocediera frente a lo internacional. Esperemos, entonces, al 2016.

 

 

 

 

 

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(Ciudad de México, 1986) estudió la licenciatura en ciencia política en el ITAM. Es editora.


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