Alfonso Reyes en España

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Reyes, más que un Nombre aplastante, es una grata compañía.
     Gabriel Zaid
      
      
     América y España están indisociablemente vinculadas en la voluntad de tradición hispánica de Alfonso Reyes. España no es para Reyes sólo un tema, el recuerdo de una experiencia vital, sino uno de los dos polos de su obra. El otro es México, y toda Iberoamérica. Resulta imposible, pues, comprender su obra sin España.
ción de Reyes con sus maestros, compañeros, amigos y seguidores españoles constituye por sí misma uno de los capítulos más apasionantes de la historia de nuestra cultura. Por ejemplo, sus tratos humanos e intelectuales con Juan Ramón Jiménez, Ortega, Valle-Inclán, Azorín, Azaña, Menéndez Pidal, Américo Castro, Gaos, Díez-Canedo, etcétera, son capítulos imprescindibles para evaluar el poderío intelectual de toda una tradición de pensamiento de lengua española.
     Reyes jamás fue un meteco en España. Fue uno más entre los grandes de la literatura y el pensamiento español. Tanto dentro como fuera, participó intensamente de las aventuras y desventuras de España. Cuando era embajador de México en Argentina, en plena Guerra Civil Española, en el terrible abril de 1937, escribió un prólogo para su libro Las vísperas de España que contiene algo más que una declaración formal de amistad con este país. Reyes enfatiza ser el primero en reconocer que sin la cultura española, México y toda Hispanoamérica no son. Su recuerdo de España en esa circunstancia trágica trasciende el plano personal para situarse en el histórico, allí donde España y toda América habían estado vueltas de espaldas durante décadas. Los españoles saben, dice Reyes,       

que ninguno de sus actuales dolores puede serme ajeno y que siempre iluminará mi conciencia el recuerdo de aquellos años tan fecundos para mí en todos los sentidos. Aprendí a querer y a comprenderlos en medio de la labor compartida, en torno a las mesas de plomo de las imprentas madrileñas. La suerte me ha deparado el alto honor de encarnar, para la España nueva, la primera amistad del México nuevo, aunque la más modesta sin duda. Este honor no lo cederé a ninguno.1
           Acaso por todo eso, y muy especialmente por haber mostrado como ningún otro la querencia hispánica de México, sentí más de una reserva sobre el título de este trabajo. ¡Reyes, por decirlo suavemente, es tan nuestro como Valle-Inclán es de los mexicanos! Reyes no fue nunca, pues, un extranjero para nosotros. Más aún, resulta difícil comprender la cultura española, especialmente algunos periodos de la historia del siglo XX, prescindiendo de sus obras y de su actividad diplomática y política.
     Debo comenzar reconociendo que la obra y la personalidad de Alfonso Reyes siguen despertando un sincero respeto tanto en los ámbitos de la "industria cultural" como en los académicos. Reyes es considerado entre nosotros, como en el mundo entero, un clásico, y como tal es tratado. Sería prolijo dar la lista de autores españoles que mantuvieron relaciones intelectuales de modo directo con él, pero ninguno de ellos, desde Azorín y Valle-Inclán hasta Gaos, pasando por Bergamín y María Zambrano, le negó jamás la inteligencia y la bondad. Quizá fue Unamuno, en su época, quien mejor sintetizó su figura al decir: "La inteligencia de Reyes es una función de su bondad". Tan importante es la recepción de la obra de Alfonso Reyes, casi siempre inseparable de su vida, en España, que lejos de ser una cuestión menor, podría darnos algunas claves para comprender la cultura de lengua española a uno y otro lado del Atlántico. Si su relación con las generaciones del 98 y del 27, por no decir nada de la generación del 14, llevó a sus componentes a cambiar su imagen de América, no es menos cierto que también gracias a Reyes la inteligencia mexicana en particular, y la americana en general, comienzan a recuperar sus propias tradiciones hispánicas, de las que se habían alejado por motivos ideológicos.
     Cualquiera que fuera la valoración que hiciéramos sobre el vínculo de Reyes con España, parece imposible pronunciar su nombre sin el respeto y la devoción que sólo nos inspiran los clásicos, esos autores que nos han enseñado a ver el mundo a través de la relectura, que al enseñarnos a escribir nos enseñan a pensar. Reyes es, por todo eso, y por haber escrito, según Borges, la prosa más admirable de la lengua castellana,2 un clásico. Y porque Alfonso Reyes es considerado un clásico contemporáneo de la lengua española, quizá el autor más sugerente que consiguió hacer actual el mundo de la antigüedad clásica, un trabajo sobre su recepción en España debería comenzar preguntándose por la especificidad de su clasicismo: ¿que convierte su obra en una referencia imprescindible para pensar, por ejemplo, el destino político de la "inteligencia" de lengua española o la continuidad de la cultura de Hispanoamérica?
     Cuando Reyes visita España por primera vez, apenas tiene cumplidos los 25 años. Había escrito ya buenos poemas, dos ensayos sobre literatura mexicana y un magnífico libro de crítica, Cuestiones estéticas.3 Ninguna de esas obras puede comprenderse sin los amplios conocimientos que Reyes tenía de la cultura y literatura españolas, especialmente de la obra de Marcelino Menéndez Pelayo. Pero, si nos es permitido el "experimento" intelectual, podríamos preguntar: ¿qué añade o qué resta a su cultura hispánica la llegada de Reyes a España?, ¿qué diferencia hay entre esas obras y las que escribe cuando se asienta en España?, ¿acaso su conocimiento directo de España y los españoles influye en su cambio de estilo? Si observamos, por ejemplo, el tratamiento que ofrece Reyes del paisaje mexicano en los dos ensayos (sigo el mismo caso que a otros efectos estudia Luis Leal), y lo contrastamos con el "intento por definir el paisaje", dicho en sus palabras, de su magistral obra Visión de Anáhuac (1519), es fácil destacar que en los ensayos estamos ante la obra de un erudito, de un sabio conocedor de datos positivos y citas "filológicas", mientras que en la segunda nos encontramos ya con la obra de un magistral intérprete, un creador, un esteta consumado del paisaje mexicano. La tradición erudita de la filología española está presente en los ensayos, pero también el grandioso canto épico de México escrito por Reyes en Madrid contiene la tradición interpretativa, más creativa y literaria, de la filología hispánica.
     Podría decirse, según mantienen algunos intérpretes, que Visión de Anáhuac (1519) soporta un peso excesivo "de lo español", pues al estar escrita en España, bajo el influjo directo y casi "carnal" de autores españoles, tiende a verse todo México, empezando por su paisaje, desde la capacidad creativa que le ofrecen el paisaje y la cultura de España. Quizá esta hipótesis contenga alguna plausibilidad, pero eso en ningún caso debería interpretarse como si la cultura española de la época fuera superior a la mexicana, o viceversa, sino que estamos hablando de una misma cultura; pues aunque parece indudable que el conocimiento directo de España influye en Reyes, no es menos cierto que cuando evoca el Valle de México desde la contemplación de la llanura castellana, borra lo que tiene más cerca su mirada con la palabra ascetismo, para instalarnos en la visión amorosa de lo más lejano: "Una Castilla americana más alta que la de ellos, más armoniosa, menos agria seguramente (por mucho que en vez de colina la quiebren enormes montañas), donde el aire brilla como espejo y se goza de un otoño perenne. La llanura castellana sugiere pensamientos ascéticos: el Valle de México, más bien pensamientos fáciles y sobrios. Lo que una gana en lo trágico, la otra en plástica rotundidad." 4
     Después de su conocimiento directo de España, Reyes escribe, en 1915, esta magistral obra, seguramente uno de los ensayos más portentosos y bellos de toda la historia de la literatura y el pensamiento de lengua española. Pero, por otra parte, esta pieza maestra de la literatura universal hubiera sido imposible sin la visión que algunos españoles tuvieron de México, pues este ensayo también es, entre otras cosas, un excelente y breve glosario de los españoles que vieron México antes que los mexicanos, o sea, se inventaron a sí mismos a través de la contemplación del paisaje. Sin Hernán Cortés y, sobre todo, Bernal Díaz del Castillo, México, "la región más transparente del aire" de Visión de Anáhuac, no existe. Reyes disfruta citando, glosando portentosamente, lo que han dicho de Anáhuac no sólo Cortés y Bernal Díaz, sino también aquellos hombres que reflejan el espíritu de los dos grandes descubridores de México: Solís, Navarrete, Humboldt, el Dr. Hernández, Gómara, El Nigromante, El Conquistador Anónimo, Cabrera y Quintero, Pesado, Vigil y Molina. Esta obra no es sólo una evocación nostálgica de la patria lejana, sino una interrogación seria por el sentido de su existencia si se prescinde de su pasado hispánico, del "sentido hispánico de la vida" de México. Otro tanto podría decirse sobre España —quizá sea ésta una de las grandes sugerencias que evoca hoy la lectura de Visión de Anáhuac para un español—: si España, confundiendo su Estado con su cultura, persiste en olvidar los "nuevos rumbos" que adquirió su cultura en México, en toda Iberoamérica, representará, por desgracia, un ejemplo de incapacidad política y cultural difícilmente superable por otras civilizaciones. Reyes fue, ya en 1920, contundente a este respecto, al concluir con una sabia admonición uno de sus primeros "discursos-ensayos" sobre la relación de España con América: "Si el orbe hispano de ambos mundos no llega a pesar sobre la tierra en proporción con las dimensiones territoriales que cubre, si el hablar en lengua española no ha de representar nunca una ventaja en las letras como en el comercio, nuestro ejemplo será el ejemplo más vergonzoso de ineptitud que pueda ofrecer la raza humana".5
     Independientemente de las interpretaciones sobre la "españolidad" de esta obra grandiosa y profética, ensayo perfecto, a juicio de Castro Leal, o fusión perfecta, decimos otros, entre lo mexicano y lo español, parece evidente que la pretensión de Reyes en Visión de Anáhuac es "tener a toda hora alerta la voluntad y el pensamiento claro" para que la cultura de lengua española no dude de su continuidad. Esta es la gran lección de Reyes para España, la verdad descubierta por Reyes en este primer gran ensayo del pensamiento hispánico del siglo XX: la cultura de lengua española, a los dos lados del Atlántico, lejos de haber fracasado o concluido, está más viva que nunca. La acogida feliz dispensada a Reyes entre los grandes de la inteligencia española, desde 1914, cuando llega a España como un desterrado más o menos honorable, hasta hoy mismo, que es admirado tanto por los maestros de la gran crítica literaria como por los mejores ensayistas, pasando por esa España peregrina, que no dejó de dialogar con él hasta el final de su vida, está siempre vinculada a esa idea que insiste no tanto en la capacidad universalizadora de la cultura española en América cuanto en su continuidad, en su propia supervivencia, gracias a su desarrollo americano.
     Después de casi un siglo y medio dándose la espalda, la cultura de lengua española de España y la de América tienen aún en Reyes a su puente fundamental. Nos enseñó a unos y otros a mirar de modo distinto, a mirar de verdad; quizá porque él mismo había visto las cosas por dentro, sabía que la cultura de lengua española no se podía mantener sin uno de sus dos polos de referencia. Imitando sus palabras, me atrevería a decir que Reyes, a fuerza de ver jadear las máquinas de la civilización hispánica, perdió confianza en el equilibrio de esa cultura. ¡Sintió pánico! Y esta forma precisa de conciencia ("la conciencia es, ante todo, pánico"),6 a todas luces amamantada en la tradición estoica española, lo lanzó a una tarea inédita en el ámbito intelectual y creativo: mostrar la específica continuidad, el genuino equilibrio, de la cultura de lengua española, heredera feliz de la cultura grecorromana, en América y España. El hallazgo de esa continuidad entre el ser español y el ser mexicano o iberoamericano, y viceversa, no sólo es una tarea decisiva de la obra de Alfonso Reyes por ayudar, en primer lugar, a "buscar el alma nacional" de México, sino también de España y del resto de países de Iberoamérica. Puede que esa tarea sea ardua y extrema, por emplear los términos de Paz, pero no porque usemos, según insiste éste de un modo "nacionalista", "un lenguaje hecho y que no hemos creado para revelar a una sociedad balbuciente y a un hombre enmarañado",7 sino porque hemos negado, imitando a los "nacionalistas" españoles, el "sentido hispano de la vida" mexicana, que para Reyes, a diferencia de Paz, jamás ha sido derrotado, sino "lanzado a nuevos rumbos en busca de otras aventuras"8.
     Esa lección tan fácil de aprender en el lenguaje del regiomontano no es, sin embargo, fácil de desarrollar, de llevar hasta sus últimas consecuencias. El nacionalismo revolucionario, por ejemplo, tiende permanentemente a mezclar al Estado español y la cultura hispánica. Por el contrario, Reyes nunca dejó de reiterar que España como Estado, y sus diversas configuraciones jurídicas a lo largo de la historia, jamás deberían confundirse con la cultura hispánica, con el "sentido hispánico" de la vida. Persistir en esta grandiosa enseñanza, especialmente desarrollando todos los potenciales que encierra la idea de una "inteligencia americana", es una rica herencia a la que sólo tendremos acceso si somos capaces de repensarla. El mismo Octavio Paz, que ha insistido, por un lado, en la unidad de las letras hispánicas, de nuestra literatura y pensamiento,9 parece vivir, por otro lado, esa herencia de modo tan dramático que, a veces, uno tiende a pensar que la rechaza para instalarse en otras tradiciones ajenas a la hispánica. Quizá, incluso, una buena parte de El laberinto de la soledad pudiera interpretarse como una respuesta crítica a las tesis de Reyes. El contraste entre ambos autores, especialmente si nos fijamos en sus respectivas lecturas del pasado mexicano, podría llegar a ser extremo no sólo porque Reyes hable permanentemente de "inteligencia americana" y Paz de "inteligencia mexicana", sino porque éste insiste en denunciar y "analizar" las discontinuidades, las fracturas, del sentido hispano de la vida. Dicho sin ánimo concluyente, mientras que Reyes siempre tuvo a su tradición cultural hispánica como fuente principal, nunca única, y referencia crítica para analizar el pasado y el presente de la civilización, Paz observó en ella tantas limitaciones que, a veces, la sustituyó por las culturas francesa, hindú y sajona. Los contrastes entre Reyes y Paz a la hora de defender su tradición cultural son extremos. Pero, mientras llega la hora de tratar tal asunto, releo unos bellos y dramáticos versos de Alfonso Reyes, escritos en Madrid en el mes de octubre de 1917, que comienzan así: "—Quéjome, España, de ti./ —¿De mí, Coridón, por qué?/ —Tiempo ha que desembarqué,/ y nunca he cobrado aquí/ lo que en mis playas dejé./ —¡Ay Coridón, Coridón,/ que en el lejano Catay buscas lo que sólo hay/ adentro del corazón! […]. Me acusa con intención/ cada vez que lo interrogo;/ pero ¿y las penas que ahogo,/ las conoce Coridón?"10 ~

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