Vasili Grossman y la verdad sin adjetivos

En 'Vasili Grossman y el siglo soviético', Alexandra Popoff rinde homenaje a un hombre sentimental, melancólico, heroico y brillante, que se atrevió a defender una verdad sin adjetivos.
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Alexandra Popoff

Vasili Grossman y el siglo soviético

Traducción de Gonzalo García

Barcelona, Crítica, 2020, 512 pp.

Verdad: En 1932, cuando estaba comenzando su carrera literaria, Vasili Grossman (1905-1964) le escribió una carta a Maksim Gorki en la que le rogaba que leyera su nuevo libro, Glückauf, una novela que narra la vida de los mineros en la región ucraniana del Dombás:

La casa editorial ha rechazado mi manuscrito; además la editora pretendía convencerme de que el libro tiene un aire contrarrevolucionario. Escribí lo que pude ver en los tres años que trabajé en la mina Smólianka II. Escribí la verdad. Quizá sea una verdad amarga. Pero la verdad no puede ser contrarrevolucionaria.

Gorki, convertido en uno de los escritores oficiales del estalinismo y uno de los principales defensores del realismo socialista, le respondió con dureza: “Dice el autor: ‘Escribí la verdad.’ Debería haberse planteado dos preguntas, primero: ¿qué clase de verdad?, y segundo; ¿por qué?” Gorki pensaba que la “sucia verdad del pasado” había muerto y había nacido en su lugar una nueva: “Por descontado, todo esto [lo que cuenta Grossman en su novela] es verdad; pero una verdad muy negativa y atormentadora.” Grossman luchó toda su vida por defender la verdad. Lo hizo sin complejos, casi de manera naíf, sin pedir permiso (lo que confundía al régimen, acostumbrado a la docilidad; quizá se salvó gracias a una combinación de ingenuidad, obcecación y suerte), como inconsciente de lo que significaba desafiar tan abiertamente al estalinismo.

Treinta años después, en 1962, Grossman escribió una carta parecida a la que envió a Gorki, esta vez dirigida al presidente de la URSS, Nikita Jruschov. La KGB acababa de secuestrar su novela Vida y destino:

En este libro he escrito lo que consideraba, y sigo considerando, que era la verdad. Solo he descrito las cosas que he pensado, sentido y sufrido. […] ¿Por qué se ha prohibido mi libro, que de alguna manera puede corresponderse con las necesidades espirituales del pueblo soviético, y que no contiene ni falsedades ni calumnias, sino verdad, dolor y amor por las personas?

Censura: Grossman peleaba hasta la última coma, se negaba a introducir los cambios que le pedían y en ocasiones insistía tanto que los censores añadían de su propia pluma los pasajes que creían necesarios (lo que provocaba la ira de Grossman y un nuevo proceso de apelaciones). El régimen lo premiaba y castigaba a partes iguales. A veces, la verdad que narraba Grossman servía para la propaganda soviética; otras, como cuando describía el antisemitismo soviético (o incluso nazi), era contraria a los intereses del Estado, y el régimen lo amenazaba y censuraba.

No consiguió que Vida y destino, su gran obra, que muchos críticos han descrito como la Guerra y paz del siglo XX, saliera a la luz mientras existió la URSS. Para Grossman era muy importante publicar en su país; se negó a seguir la estrategia de Pasternak, que publicó en el extranjero Doctor Zhivago. Vida y destino era un libro que, como le dijo a Jruschov, se correspondía con “las necesidades espirituales del pueblo soviético”. El secuestro del libro, en sus últimos años de vida, lo sumió en una depresión profunda.

Guerra: Científico, sentimental e inseguro, miope, Grossman se convirtió sin embargo en una figura heroica durante la Segunda Guerra Mundial. Como ha señalado el historiador Antony Beevor, que ha editado sus textos sobre el frente y sus cartas, sus crónicas desde el frente oriental son las más detalladas y fieles del conflicto; era uno más, y gozaba del respeto de los soldados, que lo consideraban un igual y no un escritor del oficialismo. Fue también uno de los primeros escritores en desvelar, en 1944, la Solución Final: sus textos sobre el campo de concentración de Treblinka se usaron como prueba contra los nazis en los juicios de Núremberg.

Amor: En Vida y destino, los divorcios, infidelidades y separaciones son comunes. Los padres de Grossman se separaron cuando era niño; él se divorció dos veces. Tuvo affaires con tres esposas de amigos cercanos; se casó con dos de ellas. Grossman era un mujeriego sentimental: sufría por amor y le afectaba estar alejado de su esposa o su frialdad, era un romántico a veces no correspondido; rompió tres matrimonios.

Antisemitismo: En paralelo a la historia de Grossman, Popoff cuenta la historia de los judíos en Rusia, desde el zarismo hasta las purgas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, en las que se acusaba a los judíos de nacionalistas sionistas y “cosmopolitas desarraigados”. Popoff compara la infancia y adolescencia de Grossman con la de Trotski (judío ucraniano como él), cuenta las historias de escritores judíos como Isaak Bábel e Iliá Ehrenburg y señala el enorme papel de los judíos en la Revolución rusa (al menos hasta el golpe de Estado de Lenin; la mayoría apoyaba a los mencheviques). Pero, sobre todo, da gran importancia a una de las reivindicaciones por las que más peleó Grossman: demostrar que la Segunda Guerra Mundial fue en buena medida una guerra racial y de exterminio de los judíos, algo que en Rusia se ocultó durante el estalinismo para justificar las purgas antisemitas. El libro negro, una obra colectiva sobre los crímenes nazis coordinada por Grossman y Ehrenburg tras la guerra, no llegó a publicarse en Rusia íntegramente hasta la caída de la URSS.

Ficción: Grossman tenía una idea elevada de la verdad. Sentía que era su responsabilidad contar lo que había vivido y le habían contado. Pero prefirió la ficción a la no ficción para hacerlo. Como escribe Popoff, la comparación común entre Vida y destino y Guerra y paz es acertada; Grossman quería escribir la Guerra y paz del siglo XX y creía que “la novela de Tolstói captaba los acontecimientos de 1812 ‘con tal fuerza y veracidad’ que la ficción se convertía en una ‘realidad superior’”. En Vida y destino, la ficción es el mejor vehículo para contar una historia demasiado real.

En una carta que dirigió a su madre, años después de que esta muriera en el gueto de Berdíchev, le dice: “Querida mamá, yo soy tú. Mientras yo viva tú también vivirás. Y cuando yo muera, tú seguirás viviendo en este libro [Vida y destino] que te he dedicado y cuyo destino es tan parecido a tu propio destino.”

Humanismo: Grossman escribió sobre el nazismo y el estalinismo, sobre la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, y siempre intentó hacerlo desde un humanismo tolstóiano. Al contrario que otros autores que escribieron sobre la guerra, como Ehrenburg, no escribía desde la épica (el antifascismo, la Gran Guerra Patriótica) sino desde la melancolía y la indignación por los crímenes contra la humanidad. En su ensayo sobre Treblinka, se niega a aportar cifras generales y habla de individuos concretos, de médicos, ingenieros, agrónomos, abuelas, estudiantes, discapacitados: “Han muerto los violinistas y los pianistas; han muerto los niños de tres años y los de dos años; han muerto los ancianos de ochenta años con los ojos nublados por las cataratas. Han muerto los bebés ruidosos que mamaron del pecho de sus madres hasta el último minuto.”

Grossman sobrevivió al estalinismo, pero no por haber sido complaciente. En su última novela, Todo fluye, que escribió en sus últimos años vigilado por la KGB, establece un paralelismo entre el proceso de deskulakización en los años treinta (la colectivización forzosa del campo) y la limpieza étnica antisemita de la Alemania nazi: los kulaks (pequeños propietarios) eran para la propaganda soviética como los judíos en la propaganda nazi. Grossman, que hasta sus últimos años distinguió entre Lenin y Stalin (el segundo, pensaba, había pervertido la misión liberadora del primero; en los años de Jruschov las críticas a Stalin se compensaban con una reivindicación de Lenin, una manera de proteger el sistema) acabó denunciando también a la generación de la Revolución: “Estaba claro que un nuevo mundo se construía para el pueblo, [pero] los principales obstáculos que se oponían a la construcción de aquel mundo se encontraban en el mismo pueblo.”

Grossman no fue precoz ni un visionario con respecto a los crímenes del estalinismo, pero cuando los descubrió no miró hacia otro lado. En Vasili Grossman y el siglo soviético, Popoff rinde homenaje a un hombre sentimental, melancólico, heroico y brillante, que se atrevió a defender una verdad sin adjetivos. ~

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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